Mirándole el Señor, le dijo: Ve con esta tu fuerza… ¿No te envío yo?… Ciertamente yo estaré contigo
(Jueces 6:14, 16).
Lectura previa sugerida: Jueces 6:11-23.
“Vino el ángel del Señor, y se sentó debajo de la encina que está en Ofra, la cual era de Joás abiezerita; y su hijo Gedeón estaba sacudiendo el trigo en el lagar, para esconderlo de los madianitas” (Jueces 6:11). El Señor envió un ángel, el cual llegó, se sentó y observó a Gedeón. Dios tomó nota del estado de ánimo de este joven.
¿Qué vería hoy en nuestra vida, en nuestros pensamientos, en nuestra actividad? Si el Señor buscara hoy un instrumento, ¿me elegiría a mí? Quizá para ser maestro de escuela dominical, para llevar su mensaje de gracia a una persona, para ser un testigo Suyo en un lugar sombrío, o un instrumento para ayudar o aliviar a alguien que lo necesite… Pablo pudo decir: El “Señor... me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio" (1 Timoteo 1:12).
¿Qué vio el ángel cuando observó a Gedeón? Ese joven estaba sacudiendo el trigo en el lagar para esconderlo de los madianitas. En esa época el pueblo de Israel estaba sometido por los madianitas, y no podía aventar el grano en público, en la era. Gedeón conocía la ruina en la cual se encontraba el pueblo, pero utilizó su energía para conservar los alimentos que él y su pueblo necesitaban. Es muy importante que, al amanecer, nuestras almas se alimenten con la Palabra de Dios, como Israel en el desierto, que debía recoger el maná cada mañana. Aquí no se trata estrictamente de esto, sino de guardar suficiente provisión para los días de hambre, protegiéndola del enemigo. Cuán importante es aprovechar los años juveniles para estudiar la Palabra, para profundizar en ella, para nutrirse de ella. Así se reserva un buen tesoro para el futuro. No esperemos que las obligaciones familiares nos absorban; reservemos suficiente tiempo para estudiar cuidadosamente la Palabra de Dios.
En el versículo 12 la escena cambia: “Y el ángel del Señor se le apareció, y le dijo: El Señor está contigo, varón esforzado y valiente”. El ángel le dijo a Gedeón lo que también sería dicho a muchos otros: “El Señor está contigo”. Debemos ser conscientes de esta presencia, asirla por la fe, sentirla en nuestras almas. Pero Gedeón no entendía todo su valor y tenía muchas preguntas: ¿Por qué? ¿Dónde? Estaba desconcertado: pensaba que el Señor los había abandonado (v. 13). A menudo estas preguntas surgen en el corazón de los jóvenes. ¿Dónde están las maravillas del pasado? ¿A qué se debe esta decadencia? ¿Por qué, a menudo, escasea el alimento? ¿Por qué hay tantas dificultades?
Pero, ¿qué hizo el Señor? No discutió; ni siquiera respondió las preguntas de Gedeón... Lo miró y le dijo: “Ve con esta tu fuerza… ¿No te envío yo?” (v. 14). No discutas tanto, no trates de resolver todos los problemas, sino, consciente de la ayuda del Señor, actúa. Si valoráramos más el servicio que él pone ante nosotros, el testimonio que nos llama a dar, la ayuda que nos invita a prestar, no perderíamos tanto tiempo discutiendo o debilitándonos en reflexiones estériles. Esto no significa que no debamos preocuparnos por el estado del pueblo de Dios y sufrir con él; podemos dolernos, humillarnos y, al mismo tiempo, obedecer el llamado divino.
Gedeón aún no estaba listo para cumplir la misión que Dios le había encomendado. Como Moisés en otro tiempo (Éxodo 3 y 4), y como Jeremías más tarde (Jeremías 1), se miró a sí mismo. “Ah, señor mío, ¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre” (Jueces 6:15). Aunque es bueno desconfiar de uno mismo y mantenerse humilde, no debemos desconfiar de Dios, sino creer en sus promesas. Esta vez el Señor tampoco discutió con él, solo repitió: “Ciertamente yo estaré contigo” (v. 16). Esto debe bastarnos. Hablando del servicio, la Palabra subraya que debe hacerse “conforme al poder que Dios da” (1 Pedro 4:11).
Pero Gedeón pidió una señal para estar seguro de que era Dios quien le hablaba (Jueces 6:19-21). Esta señal era –en figura– el sacrificio mismo de Cristo. En su ignorancia, Gedeón preparó carne cocida, pan sin levadura y una olla de caldo. Hablando del cordero pascual, Moisés había enseñado claramente: “Ninguna cosa comeréis de él cruda, ni cocida en agua, sino asada al fuego” (Éxodo 12:9). El sacrificio debía ser consumido por el fuego. En la cruz, cuando fue hecho pecado por nosotros, el Señor Jesús tuvo que sufrir el abandono y la ira de Dios; era necesario que el fuego del juicio lo alcanzara. El ángel no rechazó la ofrenda de Gedeón. Tomó lo que de ella podía ofrecerse a Dios: la carne y los panes sin levadura, los cuales fueron puestos sobre la peña (Cristo) y consumidos por el fuego (Jueces 6:21).
Muchas almas, mal cimentadas, carecen de la seguridad de la salvación y no conocen la verdadera paz con Dios ni la adoración. Pero si, a pesar de su ignorancia, acuden humildemente al Señor con fe, él las iluminará y les mostrará que él mismo sufrió el juicio de Dios que les trae la paz.
Esto fue lo que Gedeón entendió en la figura. Vio a Dios cara a cara (v. 22). Pero esto no le ocasionó la muerte: el juicio de Dios ya había caído sobre la víctima del sacrificio. Para él, ¡era la paz! Liberado de todo temor, con el gozo de la luz que inundaba su alma, edificó allí “altar al Señor, y lo llamó Jehová-salom” (el Señor de la paz, v. 24).
Es necesario que el alma sea feliz en Dios, consciente de la paz que Cristo nos dio por medio de la sangre de su cruz, antes de comprometerse en el servicio. Somos salvos para servir; no servimos para ser salvos, ni para adquirir méritos.