Centro de reunión
Bajo este aspecto, David llama particularmente nuestra atención como tipo de Cristo, ya en la cueva de Adulam, donde “se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu”. Mejor acogida hace el Señor Jesús, quien, abriendo sus brazos, dice: “venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”.
1 Crónicas 12 nos relata como diversos grupos sucesivamente se reunieron a David.
“Los de Gad… fueron a David, al lugar fuerte… hombres de guerra muy valientes para pelear, diestros con escudo y pavés; sus rostros como rostros de leones y eran ligeros como gacelas sobre las montañas”. No tiene temor de los obstáculos. “Pasaron el Jordán… cuando se había desbordado por todas riberas, e hicieron huir a todos” sus enemigos. Para ser fuertes, es necesario revestir la armadura completa de Dios y congregarse alrededor del jefe (Efesios 6).
Otros procedían de la tribu de Benjamín. Decisión difícil por cierto, la de abandonar a Saúl, al cual se hallaban unidos por vínculos de la carne, para unirse a David, todavía perseguido en el desierto. Se necesitaba fe viva, la que David pone a prueba, haciendo brotar de la boca de sus jefes ese himno: “Por ti, oh David, y contigo, oh hijo de Isaí. Paz, paz, contigo, y paz con tus ayudadores”; hermosa figura de aquellos que, sacados del mundo, deben romper los vínculos que les son a menudo caros, para vincularse con el verdadero David.
Otros todavía llegan a David en Siglad, “armados de arcos, y usaban de ambos manos para tirar piedras con hondas y saetas con arco” —“las armas de nuestra guerra no son carnales”. La Palabra de Dios, la espada del Espíritu, a la vez de ser mortal para el pecado y el “viejo hombre”, otorga la vida eterna a aquel que se deja vencer por ella. Un versículo citado a punto es como una flecha que alcanzará la conciencia o alentará el corazón. Pero, ¿cómo nos valdremos de estas “flechas” si primeramente no estamos ejercitados en manejarlas?
Preciso es que la Palabra habite en nosotros con abundancia. Es imprescindible haber probado por sí mismo sus diversos efectos para que a su vez la podamos utilizar para otros.
Otros se unen a David en Hebrón. Entre ellos se hallaban los hijos de Isacar, “entendidos en los tiempos, y que sabían lo que Israel debía hacer, cuyo dicho seguían todos sus hermanos”.
Todos somos llamados a tener un discernimiento espiritual según Dios en cuanto a su Palabra, pero debemos reconocer también que el Señor ha dado a algunos una capacidad y una sabiduría particular. Como los de Isacar, seamos sumisos a los conductores que el Señor ha dotado para apacentar a su pueblo.
Aquellos de Zabulón “salían a campaña prontos para la guerra, con toda clase de armas de guerra, dispuestos a pelear sin doblez de corazón”. Son aquellos que no están celosos del servicio de otros; no quieren inmiscuirse en lo que no les ha sido confiado.
Luego “con corazón perfecto” todo el resto de Israel se junta alrededor de David. Es un día de gozo cuando alimento y refrigerio son abundantes (v. 39-40).
Había gozo mayor todavía cuando todos se juntaron alrededor del arca de Jehová en Jerusalén: holocaustos y sacrificios fueron ofrecidos, y David bendijo al pueblo y “repartió a todo Israel, así a hombres como a mujeres, a cada uno una torta de pan, una pieza de carne, y una torta de pasas” —alimento y gozo. Es entonces cuando estalla la alabanza en el santuario. David entrega en manos de Asaf el Salmo para celebrar a Jehová (1 Crónicas 16:1-7).