El porvenir

según las profecías de la Palabra de Dios

Fin del milenio

¿Cuánto tiempo durará el glorioso reino del Señor Jesús? 1 Corintios 15:24-28 nos dice que subsistirá hasta el fin del tiempo y el principio de la eternidad1 . Y Apocalipsis 20 nos comunica que será por mil años.

Muchos opinan que el número 1000 debe ser considerado como un símbolo. No lo creo así. Pero, aunque fuese cierto, el milenio designará, de todos modos, un tiempo determinado por Dios; por consiguiente, no será infinito.

Como hemos visto, habitarán justos y malos en la tierra. Propiamente dicho, no podemos hablar más de creyentes, pues, en ese tiempo, no se pide fe en un Salvador ausente y rechazado. Entonces se trata únicamente de aceptar al Hijo del hombre aparecido en gloria, cuyo poder es sentido y reconocido por cada uno (Juan 20:29), y de servirle de buena voluntad. Sin embargo, esto no significa que el poder y gloria manifestados lleven a todos los hombres a aceptar al Señor Jesús. El corazón de los hombres es completamente malo. Entonces, también, el hombre ha de haber renacido para poder servir a Dios verdaderamente (Juan 3:3-6).

Mas los que son renacidos no podrán mostrar su fe, profesando abiertamente a un Jesús rechazado y participando en sus sufrimientos. Por otro lado, cada pecado manifiesto será inmediatamente castigado con la muerte, de modo que será ventajoso para los incrédulos servir al Señor hipócritamente. Por eso permitirá Dios, al fin, una gran prueba, para que sea manifestado lo que es el estado del corazón de cada uno.                                                                    

  • 1 Nota del editor: La eternidad no tiene principio, por lo que debe tomarse la expresión “principio de la eternidad” como una licencia para señalar lo que sigue después que Cristo entregue el reino al Dios y Padre.

El diablo desatado

En Isaías 24:21-23 se profetiza que, en el mismo tiempo que Jehová va a juzgar a los reyes de la tierra, el diablo y sus ángeles serán juzgados. Estos son “el ejército de los cielos en lo alto” (compárese con Efesios 6:12). El versículo 22 dice que serán encarcelados en mazmorra. Después comienza el glorioso reino de paz (v. 23).

Los detalles de este acontecimiento no figuran en el Antiguo Testamento, sino en los capítulos 12, 19 y 20 del Apocalipsis. En el capítulo 12 el diablo es echado del cielo, y en el capítulo 20:1-3 es atado y encerrado en el abismo. El Apocalipsis indica el lugar donde estará encerrado el maligno (cap. 9:1-11). Al fin del milenio, Dios le desata por un poco de tiempo, pero solamente en la tierra, no en el cielo (cap. 20:3, 7). Entonces se manifiesta quién ha renacido verdaderamente y quién se ha sometido solo hipócritamente. Estos últimos dan oído, de buena gana, a la llamada del diablo para sublevarse.

Para hacer la prueba perfecta, el Señor Jesucristo retira, aparentemente y por breve tiempo, su poder. De otra manera no sería posible que los malos se reuniesen, circundando el campo de los santos y la ciudad amada.

Pero cuando el extremo peligro ha producido la separación entre los renacidos y los demás hombres, entonces desciende fuego del cielo y devora a estos últimos.                                       

Gog y Magog

Las naciones son mencionadas aquí por el nombre simbólico: “Gog y Magog”. Son los nombres del gran enemigo de Israel, del cual se habla en Ezequiel 38 y 39. Hemos visto, en el correspondiente capítulo, que era Rusia.

Sin embargo, Ezequiel habla del gran enemigo que es destruido antes del milenio, mientras que Apocalipsis 20 describe la rebeldía al fin de este reino. Además, en Ezequiel se trata de las naciones de una parte de la tierra, el grupo de pueblos del Norte, mientras que Apocalipsis 20 habla de las naciones de los cuatro ángulos de la tierra. Y en Ezequiel, Gog es una persona, la cabeza del territorio de Magog, mientras que en Apocalipsis los dos nombres aparecen uno al lado del otro, sin nada más. Así vemos que Apocalipsis 20 no puede ser confundido con Ezequiel 38 y 39.

En Apocalipsis 20 tenemos la última gran rebeldía contra Dios, dirigida nuevamente contra Israel y Jerusalén. Grandes masas de hombres vienen de los cuatro ángulos de la tierra, al mando directo de Satanás. Tratan de conseguir lo que su gran predecesor, el jefe ruso, intentó mil años antes. Y, aparentemente, les saldrá bien.

Pero, “descendió fuego del cielo, y los consumió”. Son muertos todos los que han demostrado no tener vida de Dios. Y así como en la lucha de Apocalipsis 19 los capitanes fueron apresados para ser lanzados vivos al infierno, así también aquí. El diablo es echado en el lago de fuego y azufre, ya preparado para él desde hace mucho tiempo.

La resurrección de los justos

Así, pues, en este momento en la tierra viven solamente los renacidos, y en los sepulcros hay solo incrédulos.

Los creyentes –desde Abel hasta el recogimiento de la Iglesia– fueron resucitados a la venida del Señor. En Apocalipsis 4 les vemos bajo el símil de los veinticuatro ancianos vestidos de ropas blancas y con coronas de oro, sentados en el cielo. En Apocalipsis 19 vienen del cielo con el Señor y en Apocalipsis 20:4 nos son presentados sentados en tronos, y les es dada la facultad de juzgar.

Luego, en los siguientes versículos nos son presentados los creyentes muertos después del recogimiento de la Iglesia. De ellos se dice “y vivieron y reinaron con Cristo mil años”. Del contraste con el versículo 5 –donde se dice que los otros muertos no volvieron a vivir hasta que fueron cumplidos mil años, y seguidamente “esta es la primera resurrección”– resulta claramente que son resucitados.

No conozco ningún relato en la Escritura que dé motivo a pensar que los renacidos mueran en el milenio. Al contrario, citaciones como Isaías 65 nos indican que no morirán. Es, luego, comprensible. Satanás estará atado y Cristo reinará en justicia. El que tiene el imperio de la muerte estará ausente, y el que tiene el imperio de la vida, presente.

En el momento en que el último juicio de los vivos es ejercido según Apocalipsis 20:9, hay, pues, solamente santos resucitados y glorificados en el cielo y santos vivos en la tierra. En cuanto a los creyentes, el último que murió es resucitado al principio del milenio. Isaías ya profetizó esto: “Destruirá a la muerte para siempre”. “Sorbida es la muerte en victoria” (Isaías 25:8; 1 Corintios 15:54).

Pero “la corrupción no hereda la incorrupción”. Antes de que los santos, que viven entonces en la tierra, puedan entrar en la gloria de la tierra nueva deben primeramente ser transformados. Pertenecen a Cristo. Poseen Su vida. Serán transformados según Su imagen (1 Corintios 15).

Verdad es que la Escritura no nos dice, con precisión, cuándo ha de tener lugar esto. Mas, según el sentido general de la Escritura (en cuanto a que ocurre en el momento en que será introducida la plena gloria, 1 Corintios 15:47-53) esta acontecerá cuando termine el milenio, pero antes de que el nuevo cielo y la nueva tierra, con sus benditos habitantes, sean manifestados.

Así, al fin del milenio, todos los incrédulos estarán muertos. Y todos los santos muertos, estarán ya resucitados. Entonces, si se habla de muertos, estos son solamente incrédulos.

¿Acaso no resucitarán los santos e incrédulos a la vez?

Apocalipsis 20:4-5 nos dice que hay una diferencia de tiempo de mil años entre el fin de la primera resurrección (la resurrección de los justos) y la de los incrédulos. Pero no solo el Apocalipsis habla de esto, sino también otros muchos lugares de la Escritura.

A menudo se cita Juan 5:28-29 como prueba de que hay solamente una resurrección, la cual tendrá lugar en un momento determinado. Mas, si leemos bien estos versículos, en su correcto sentido, veremos precisamente que nos enseñan lo contrario.

Esta porción distingue expresamente entre la resurrección de los que hicieron bien y la de los que hicieron mal. Es la resurrección de vida y la resurrección de condenación. No hay ninguna indicación de que estas dos resurrecciones se efectúen simultáneamente.

La palabra “hora”, por cierto no quiere decir estrictamente esto. Es utilizada muchas veces para designar un período largo, por ejemplo: 1 Juan 2:18 (traducción Nacar-Colunga). Y tres versículos antes de lo que hemos citado, en Juan 5:25, es usada para designar la dispensación de gracia que comenzó en aquel tiempo y que sigue aún casi dos mil años después.

En Lucas 20:35 y Filipenses 3:11 la resurrección de los justos es llamada “la resurrección de entre los muertos” (traducción exacta). La misma expresión que se utiliza en 1 Corintios 15:20 para la resurrección de Cristo.

Literalmente está escrito en Filipenses 3: “La resurrección (fuera) de entre los muertos” (en griego: exanástasin).

El significado está claro. El Señor Jesús ha resucitado de en medio de los muertos. Y los que durmieron en Jesús, resucitarán, asimismo, a su venida, de en medio de los muertos (1 Corintios 15:23). Los otros muertos quedarán, entonces, en el sepulcro.

“Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego… el postrer enemigo que será destruido es la muerte” (1 Corintios 15:23-26). El primer “luego” ocurre, por lo menos, después de casi dos mil años. El segundo “luego” será, por lo menos, mil años más tarde que el primero. Si hubiera una resurrección general, ¿qué significaría entonces el deseo del apóstol Pablo expresado en Filipenses 3:11 “si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos”? ¡Sería una expresión vana, si todos los hombres resucitasen a la vez!

Pero cuando conocemos la doctrina de la Sagrada Escritura sobre la primera resurrección, es decir, la resurrección de entre los muertos, todo se esclarece. El apóstol deseaba tanto ser semejante al Señor Jesús que quería morir de la misma manera para resucitar también del mismo modo, “de entre los muertos”, aunque la esperanza verdadera de un cristiano es ir al cielo sin morir (1 Tesalonicenses 4:15).

La resurrección de condenación

La verdad fundamental de la Escritura sobre el juicio la hallamos en Hebreos 9:27: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”. El versículo siguiente limita, sin embargo, la regla: “Cristo… aparecerá… para salvar a los que le esperan”. Estos últimos, pues, no serán juzgados.

Todos los que están unidos al primer Adán, morirán y después serán juzgados. Y todos los que han pasado de la familia del primer Adán a la familia del postrer Adán (Cristo), son justificados y no entran en el juicio (Romanos 5:16,18-19; 1 Corintios 15:22, 45-49). Cada uno participa de la posición que tiene la cabeza de su familia, sea de la posición de Adán, después de la caída, sea de la del Señor Jesús, después de su obra en la cruz.

El Señor Jesús dice esto también, expresamente, en el mismo capítulo, en el cual habla de la resurrección de condenación.

De cierto, de cierto os digo: el que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida
(Juan 5:24).

¿Pero no se habla, acaso, en 2 Corintios 5:10 y Romanos 14:10 sobre el tribunal de Cristo o de Dios, en relación con creyentes? Ciertamente, esto es verdad. Y las palabras “todos nosotros” no solamente se relacionan con los creyentes, sino que abarcan, a mi juicio, tanto a creyentes como a incrédulos. Pero en estos lugares no está escrito que hayamos de ser juzgados. En Romanos 14 está escrito que hemos de estar ante el tribunal de Dios (versión exacta). Y en 2 Corintios 5: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”.

Con los incrédulos solamente se hallará lo malo, porque “no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos 3:12; Génesis 6:5). Serán juzgados según sus obras (Apocalipsis 20:12).

Con los creyentes aparecen mezcladas las obras buenas y malas. Pero no serán juzgados. El juicio de sus pecados el Señor Jesús lo ha llevado sobre sí en el madero (1 Pedro 2:24; 2 Corintios 5:21; Romanos 4:25; Gálatas 1:4; etc.). Están ya en posesión de la misma justicia que el juez (1 Juan 4:17).

La vida de cada uno de ellos será manifestada en detalle. Conocerán como son conocidos. Pero en este momento no estarán ya en la carne. Por eso lo juzgarán todo de una manera divina. Y todo lo que ven allí de su vida, tanto anterior como posterior a su conversión, será motivo para admirar aun más la gracia, bondad, paciencia, fidelidad y amor de Dios.

La mayor prueba de que los creyentes no vendrán a juicio es que ya habrán sido glorificados antes de que se manifiesten ante el tribunal (1 Corintios 15:51-53). Según 2 Timoteo 4:8 serán manifestados en “aquel día”, conocida expresión de la Palabra para designar la aparición del Señor Jesús en la tierra a fin de establecer su reino. Pero entonces hará ya algún tiempo que estarán en el cielo.

El gran trono blanco

En Apocalipsis 20:11-15 tenemos la resurrección de condenación y el juicio mismo. El trono no está en la tierra, pues la tierra y el cielo huyen de delante del rostro del que está sentado en el trono “y ningún lugar se encontró para ellos”. Los muertos están ante el trono. Como hemos visto, se trata de todos los incrédulos, desde la creación hasta el fin. No hay creyentes entre ellos.

¿Quién es el que está sentado en el trono? El Señor Jesús nos da la respuesta en Juan 5:21-23.

Allí encontramos dos privilegios, o gloria de él. “Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida”. Es Dios el Hijo, igual a Dios el Padre. Solo Dios puede dar vida. Y en el versículo 25 él da la vida a todos los muertos espirituales que oyen su voz.

Los que han sido vivificados son los que le honran, reconociendo quién es él (Mateo 16:16). Pero los incrédulos no le reconocen (Juan 5:18). Por eso el Padre ha dado todo el juicio al Hijo, quien tiene los mismos atributos que él; no obstante, ocupa voluntariamente un lugar de sumisión “para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (v. 23). “Y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del hombre” (v. 27).

La sabiduría de Dios hace que los hombres sean juzgados por quien fue rechazado y muerto por ellos, por el Hombre Jesucristo; quien, como mediador entre Dios y los hombres, ha sido tan ofendido por la incredulidad de estos.

Esto es, precisamente, lo que los hombres no pueden soportar. Cuando el apóstol Pablo dice a los atenienses que Dios va a juzgar al mundo por un hombre que murió, comienzan a burlarse de él y no quieren escuchar más (Hechos 17:31-32). Pero en Apocalipsis 20 ya no hay resistencia posible. ¿Quién se opondrá a él, “de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos”? ¡Entonces se doblará toda rodilla delante de él!

El último juicio

En él comparecen los muertos. Los que antes del diluvio no sirvieron a Dios y los que después no le tomaron en cuenta. Los que –antes de Cristo– no se convirtieron a Dios y los que rechazaron y crucificaron al Señor Jesús. Los que ahora no obedecen al Evangelio, y los que más tarde adorarán a la Bestia. En una palabra: todos los que, habiendo formado parte de la humanidad, no se convirtieron a Dios. No faltará ni uno.

Cuando el Señor Jesús obre la resurrección, sea en el momento de su venida para arrebatar a los suyos (1 Tesalonicenses 4:14-16 y 1 Corintios 15:52), sea más tarde, antes del milenio (Apocalipsis 20:4-6), los muertos aparecerán del mar y de la muerte y del hades1 . Pero esto es completamente diferente. La voz del Señor Jesús tendrá tal fuerza de atracción para los que tienen vida de Dios, que ni la muerte, ni el hades estarán en condiciones de retenerles.

Pero aquí, tanto el mar, como la muerte y el hades dan sus muertos. Obligados por el poder del que está sentado en el trono, dan todos los que estaban en ellos. Los secretos del mundo invisible son revelados. Y estos mismos instrumentos de Satanás (Hebreos 2:14; Mateo 16:18) son destruidos. Satanás, que tuvo el imperio de la muerte, ha sido lanzado al lago de fuego. Sus instrumentos son ya, pues, superfluos ahora que todos han resucitado y por esta razón son destruidos.

No todos los muertos son iguales. Los hay grandes y pequeños. Los hay que han vivido en blasfemia y en groseros pecados. Hay hombres a cuyo respecto nadie pudo decir nada. Los hay que han maldecido a Dios y han blasfemado al Señor Jesús. Los hay, también, que han desempeñado fielmente sus deberes religiosos.

Hay emperadores y reyes, poderosos políticos, magnates del dinero, reyes de la industria, artistas y grandes sabios. Y hay hombres sencillos, sin posición o ambición alguna, pobres y analfabetos.

Mas ninguno de ellos, durante su vida en la tierra, ha hecho caso de la palabra del Señor Jesús, y por eso vienen a juicio.

Son juzgados según sus obras. Quienquiera que sea, la sentencia pronunciada es siempre la misma: “Fue lanzado en el lago de fuego”. Las cuentas en el cielo se llevan exactamente. “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).

El juicio es ejercido según la pureza de la naturaleza de Dios (trono blanco) y según la responsabilidad del hombre frente a Dios.

Dios puso al hombre en la tierra para que este le sirviera. Así, pues, todos los actos que han sido realizados con independencia de Dios, han sido obrados bajo la responsabilidad personal del hombre: “El pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4).

Por eso, cada pensamiento, cada palabra, cada acción, por buena que sea según el pensamiento humano, serán desaprobados por Dios si no han sido realizados en obediencia a él.

Amado lector, ¿se hallará usted, tal vez, delante del gran trono blanco?

¡Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo!”
(Hebreos 10:31).

Conviértase, pues, ahora a Dios, si no lo ha hecho. Ahora, aún, es el día de gracia.

“De cierto, de cierto os digo: el que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).

  • 1“Hades” es una palabra griega equivalente al término del Antiguo Testamento “sheol”. “Hades” significa “morada de los muertos” o “lugar invisible”, en donde se encuentran los muertos hasta el día de la resurrección. Según Lucas 16:19-31 se comprende que el “hades” se divide en dos partes: “El seno de Abraham” (v. 22), adonde fue llevado Lázaro y, separado por “una gran sima”, “un lugar de tormento”. Algunas antiguas versiones traducen “hades” por “infierno”, lo que no es correcto. La palabra “hades” se encuentra en los pasajes siguientes: Mateo 11:23; 16:18; Lucas 10:15; 16:23; Hechos 2:27, 31; Apocalipsis 1:18; 6:8; 20:13-14.