El porvenir

según las profecías de la Palabra de Dios

El milenio

Hemos visto en Zacarías 14:4 que el Señor Jesús descenderá del cielo para juzgar a los enemigos de Israel. Afirmará sus pies sobre el monte de los Olivos (v. 4), en el mismo lugar desde donde ascendió al cielo (Hechos 1:9-12).

Primeramente, destruirá el poder del Imperio romano (Europa occidental) que quiere luchar contra él, y echará vivos a sus jefes en el infierno.

Después destruirá al rey del Norte (Assur o el Asirio, según Daniel 11:45; Isaías 30:31-33), castigando a los otros pueblos circundantes de Palestina (Isaías 11:14; Salmo 108:10; etc.). Finalmente, la tierra será invadida por Gog (Rusia y sus aliados), pero perecerá de una manera vergonzosa.

Así el Señor reinará, primeramente, como David, rodeado por sus enemigos, pero derrotándoles uno a uno. Y después, cuando toda oposición abierta haya sido vencida, él se sentará, como Salomón, en el trono de Jehová en Jerusalén (1 Crónicas 29:23), reinando allí con el derecho y la justicia. Y, como Salomón, purificará primero el reino, juzgando a los malos (1 Reyes 2).

El juicio de los vivos

En Mateo 25:31-46 vemos un acontecimiento solemne. El Señor no abate la oposición abierta en un campo de batalla. Aquí ha venido en su gloria y está sentado en el trono de su gloria. Y todos los pueblos se hallan delante de Su trono.

Piensan muchos que este es el mismo acontecimiento de Apocalipsis 20. Pero, leyendo detenidamente las dos partes, vemos precisamente lo contrario. En Apocalipsis 20 se trata del juicio final. Allí los muertos están delante del trono blanco y son juzgados según sus obras. Una vez juzgados todos, la muerte y el hades (el reino de los muertos, donde los incrédulos son guardados hasta el juicio) son asimismo quitados. Después empieza la eternidad (Apocalipsis 21:1-8).

En Mateo 25 no vemos a los muertos, sino a los vivos, los pueblos, que están delante del trono del Hijo del hombre. Aquel trono no está en la eternidad, donde cielo y tierra huyen delante del rostro del que está sentado en el trono. Aquí el trono está en la tierra, en el reino del Hijo del hombre. Aquí se trata del juicio de los vivos. El Señor juzgará a vivos y muertos; primero a los vivos en el milenio; después a los muertos, al final. Aquí los pueblos no son juzgados tampoco acerca de todos sus actos. Solamente lo es su conducta hacia aquellos a quienes el Rey llama “sus hermanos”. El hecho de que hayan ayudado a los judíos, y sobre todo al residuo fiel, o que les hayan perseguido, decide sobre su suerte. Aquellos pueblos que les han ayudado entran en la bendición del milenio. Los demás son juzgados.

El juicio será muy fuerte. Así como ocurrió en el diluvio, cuando solo una pequeña parte fue rescatada del juicio para vivir con Noé en la tierra purificada, así también el residuo de Israel, que será eximido del juicio, estará acompañado con el de las naciones.

Todos los infieles de Israel perecerán. Y, de los pueblos, todos aquellos a los cuales fue llevado el testimonio de Dios y no lo aceptaron, serán objeto del juicio (Isaías 66:15-17; véase también, 2 Tesalonicenses 2:11-12). Pero el resto de los pueblos experimentará las gloriosas bendiciones del reino. Y el residuo de Israel irá a ellos para anunciarles la gloria de Dios (Isaías 66:18-19).

La maldición de la tierra es quitada

Cuando Adán pecó, la tierra fue maldita por causa de él. En lo sucesivo, la tierra produjo espinos y cardos, y con el sudor de su rostro el hombre debió comer su pan. También los animales fueron colocados bajo esta maldición (Génesis 3:14-19).

Romanos 8 nos dice que la creación está sometida a la vanidad. Gime y está de parto hasta ahora. Anhela la manifestación de los hijos de Dios, pues entonces será liberada de la servidumbre de corrupción en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Cuando el último Adán (1 Corintios 15) tome posesión de su reino al ser manifestado en la tierra con los suyos, la maldición de la tierra será efectivamente quitada.

En cientos de lugares del Antiguo y del Nuevo Testamento se nos habla de esto. Citemos algunos:

“La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:7-9).

“¿No se convertirá de aquí a muy poco tiempo el Líbano en campo fructífero (Carmelo), y el campo fértil será estimado por bosque?” (Isaías 29:17). “Y el desierto se convierta en campo fértil” (Isaías 32:15).

“Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa… porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad. El lugar seco se convertirá en estanque” (Isaías 35:1, 6, 7).

“En lugar de la zarza crecerá ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá arrayán” (Isaías 55:13).

Y en Ezequiel 47 hallamos que aun el mar Muerto se convertirá en mar vivo, donde habrá abundancia de peces.

La justicia reinará

¡Qué alivio habrá para los hombres que entren en este reino! Abundancia será la parte de cada uno. Entonces no será necesario decir a los patronos: “He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos”. Ningún obrero necesitará reclamar una repartición justa de las riquezas de la tierra. Y tampoco se podrá decir: “Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia” (Santiago 5:4-6).

Entonces

Juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra
(Isaías 11:4).

“He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio. Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad” (Isaías 32:1-2).

“De aquí a poco no existirá el malo; observarás su lugar, y no estará allí. Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz” (Salmo 37:10-11).

No más guerra

Las riquezas de la tierra libertada no serán usadas para ocasionar destrucción y miseria. “Y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra” (Miqueas 4:3; Isaías 2:4).

El príncipe de paz reinará en justicia (Isaías 9:5-6), juzgando entre las naciones y reprendiendo a muchos pueblos (cap. 2:4), de modo que “vendrán muchos pueblos, y dirán: venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová” (cap. 2:3).

Satanás atado

No obstante, el pecado no será quitado enteramente de la tierra. El corazón del hombre es malo. Y todas estas bendiciones del reino de paz no lo mejorarán. Al fin resultará que los hombres, después de haber experimentado las bendiciones del glorioso gobierno del Señor Jesús durante mil años, le aborrecerán de la misma forma que antes. A la primera llamada de Satanás, se pondrán de nuevo bajo su poder, siguiéndole en su lucha contra el Señor.

Pero durante los mil años citados, Satanás no podrá seducir a los hombres. Ya al principio es prendido, atado y arrojado al abismo (Apocalipsis 20:2,3) y sus siervos (demonios) con él (Lucas 8:31; Isaías 24:21, 22).

Así, pues, los hombres incrédulos no tendrán jefe ni nadie que les anime a sublevarse sino su propio corazón. No obstante, algunos se opondrán. Mas todo pecado manifiesto será castigado inmediatamente con la muerte (Isaías 65:20). “No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos. DE MAÑANA destruiré a todos los impíos de la tierra, para exterminar de la ciudad de Jehová a todos los que hagan iniquidad” (Salmo 101:7, 8). Por eso la mayor parte se someterá simuladamente. Son impotentes y tendrán que doblar sus rodillas delante del Señor (Filipenses 2:10), reconociendo que Él es Señor. Pero el corazón de estos no será sincero delante de él (Salmo 18:44; 66:3).

Como terrible advertencia para ellos, los juicios tendrán lugar públicamente. “Y saldrán, y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí… y serán abominables a todo hombre” (Isaías 66:24). Y cual recuerdo del juicio de Sodoma y Gomorra, los charcos y las lagunas junto al mar Muerto no se sanarán, sino que quedarán para salinas.

No obstante, el pecado no será quitado enteramente de la tierra. El corazón del hombre es malo. Y todas estas bendiciones del reino de paz no lo mejorarán. Al fin resultará que los hombres, después de haber experimentado las bendiciones del glorioso gobierno del Señor Jesús durante mil años, le aborrecerán de la misma forma que antes. A la primera llamada de Satanás, se pondrán de nuevo bajo su poder, siguiéndole en su lucha contra el Señor.

Pero durante los mil años citados, Satanás no podrá seducir a los hombres. Ya al principio es prendido, atado y arrojado al abismo (Apocalipsis 20:2,3) y sus siervos (demonios) con él (Lucas 8:31; Isaías 24:21, 22).

Así, pues, los hombres incrédulos no tendrán jefe ni nadie que les anime a sublevarse sino su propio corazón. No obstante, algunos se opondrán. Mas todo pecado manifiesto será castigado inmediatamente con la muerte (Isaías 65:20). “No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos. DE MAÑANA destruiré a todos los impíos de la tierra, para exterminar de la ciudad de Jehová a todos los que hagan iniquidad” (Salmo 101:7, 8). Por eso la mayor parte se someterá simuladamente. Son impotentes y tendrán que doblar sus rodillas delante del Señor (Filipenses 2:10), reconociendo que Él es Señor. Pero el corazón de estos no será sincero delante de él (Salmo 18:44; 66:3).

Como terrible advertencia para ellos, los juicios tendrán lugar públicamente. “Y saldrán, y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí… y serán abominables a todo hombre” (Isaías 66:24). Y cual recuerdo del juicio de Sodoma y Gomorra, los charcos y las lagunas junto al mar Muerto no se sanarán, sino que quedarán para salinas.

¿Qué lugar ocupa Israel?

Israel será el imperio mundial (Deuteronomio 28:1) y Jerusalén la capital del mundo. Palestina se extenderá desde el Nilo hasta el Eufrates (Génesis 15:18; Salmo 72:8). Cada tribu tendrá en ella su herencia, pero su distribución será completamente distinta a la del tiempo de Josué (Ezequiel 48).

Tendrán un príncipe de la generación de David, el cual poseerá también su propia parte (Ezequiel 48:21).

El templo de Jerusalén será reconstruido (Ezequiel 40-42) y estará lleno de la gloria de Jehová, como señal de su presencia en él (cap. 43:1-5; 44:4). Los sacerdotes de la casa de Sadoc ejercerán el servicio, ofreciendo nuevamente sacrificios por los pecados, holocaustos, oblaciones de presente y libaciones, como memorial del sacrificio en la cruz del Gólgota (cap. 43:18-27; 44:29). Asimismo se celebrará la Pascua, la Solemnidad de las Cabañas y la fiesta de la luna nueva. La fiesta de las semanas no, por haber hallado su cumplimiento y conclusión en la Iglesia.

Todo el pueblo de Israel será salvo (Romanos 11:26), porque Dios mismo dará su ley en sus entrañas, escribiéndolas en sus corazones. “Porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jeremías 31:33, 34). “Y tu pueblo, todos ellos serán justos” (Isaías 60:21).

Servirán a Dios en su templo en Jerusalén. Mas no solamente ellos, sino que todos los pueblos irán anualmente a Jerusalén para adorar a Jehová y celebrar la fiesta de las Cabañas (Zacarías 14). Traerán los tesoros de la tierra: “En vez de bronce traeré oro, y por hierro plata, y por madera bronce, y en lugar de piedras hierro” (Isaías 60:17).

La parte de la Iglesia

Hemos visto, en uno de los capítulos anteriores, que entonces la Iglesia no estará ya en la tierra. Antes de que sobrevengan los juicios de Dios sobre el mundo seremos arrebatados en las nubes a recibir al Señor en el aire para estar siempre con él (1 Tesalonicenses 4).

Pero eso no significa que no tengamos parte en la gloria del milenio.

Hemos sido identificados con el Señor Jesús y tenemos, pues, parte con él en todo lo que ha adquirido por virtud de su obra en la cruz.

Cuando, por ejemplo, se dice en Efesios 1:10 que Dios se propuso en sí mismo “reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra”, se añade seguidamente “En él (Cristo) asimismo tuvimos herencia”. Y en la última parte del capítulo, la Iglesia es designada como su cuerpo.

En Romanos 8:17 se dice también que somos herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues reinaremos con Cristo. El Señor Jesús es, como Hijo del hombre, el centro y la cabeza del reino. Compartiremos esta posición con él.

En Daniel 7:14 leemos que el señorío, gloria y reino es dado al Hijo del hombre. Pero además, en el versículo 27, se dice que es dado también al pueblo de los santos del Altísimo, indicándose con ello, sin duda, a los santos celestiales.

En Apocalipsis 20:4 vemos a los que han venido con el Señor Jesús del cielo, sentados en tronos y reinando. Se trata, pues, de la Iglesia y de los creyentes del Antiguo Testamento. En este versículo se citan además otros dos grupos que tendrán parte, asimismo, en las bendiciones. Son los santos que, después del recogimiento de la Iglesia, tendrán que pagar su fidelidad con la muerte.

Y todos estos grupos viven y reinan con Cristo mil años. En 1 Corintios 6 se halla confirmado este principio. “¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo?”, y continúa luego la Escritura: “¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?”

Hebreos 2:8 nos da la clave. El Señor Jesús no será solamente la cabeza de la creación terrestre. Dios le ha subyugado todas las cosas, todas las obras de sus manos. Quiere decir, pues, todo lo creado: cielo y tierra, ángeles, hombres y animales, etc. En 1 Corintios 15:27 se cita el mismo pasaje del Salmo 8, y allí solo Dios es exceptuado. Y en Efesios 1:22, donde también se cita el Salmo 8, la Iglesia es exceptuada.

Pues la Iglesia –unida a Cristo– reinará sobre todo lo creado. Tendrá parte en la bendición de la tierra en el reino milenario y, al mismo tiempo, repartirá la bendición y reinará sobre la tierra. Los que viven en la tierra, en cambio, son los objetos de la bendición, pero colocados bajo este gobierno.

Y cada miembro de la Iglesia tendrá parte en el gobierno, en armonía con la fidelidad demostrada en el servicio que Dios le haya encargado en su vida aquí en la tierra (Lucas 19:11-19).

¡Qué lugar nos ha dado Dios! ¿No se abre nuestro corazón en exclamaciones de alegría al pensar en lo que su amor y gracia nos ha dado? ¡A nosotros que éramos pecadores perdidos y le odiábamos!

La nueva Jerusalén

No obstante, la participación en la gloria de Cristo no es nuestra posición y gloria verdaderas.

Sí, vendremos con Cristo a la tierra, pero nuestra morada verdadera está en el cielo. Entonces somos “el pueblo de los santos del Altísimo” (Daniel 7:27). El sueño de Jacob (Génesis 28:12; Juan 1:51) se ha cumplido. Hay una comunicación continua entre cielo y tierra.

En Apocalipsis 21:9 hasta cap. 22:5 hallamos nuestra propia posición en el milenio. La Iglesia no está en la tierra; está en un monte grande y alto. No obstante, la Iglesia está en relación con la tierra, pues “las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella… Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella” (cap. 21:24-26). Y en medio de su plaza está el árbol de vida, cuyas hojas son para sanidad de las naciones (cap. 22:2).

Por consiguiente, este no es el estado eterno, pues en él no habrá ya pueblos, ni existirá necesidad de curación. Mas tampoco en el tiempo actual. Ahora los reyes de la tierra no traen su gloria a ella. Y sus puertas han de ser cerradas, pues actualmente entran –desgraciadamente– algunas cosas sucias o que hacen abominación y mentira (cap. 21:24-27).

¿Qué es lo característico de la nueva Jerusalén, la Esposa, la mujer del Cordero? No que la gloria y honor de las naciones sean llevados a ella, sino que desciende de Dios, del cielo, y tiene la gloria de Dios. Parece que el Espíritu Santo quiere acentuar esto expresamente.

En el versículo 11 vemos que la Esposa tiene la gloria de Dios y en el versículo 23 que la gloria de Dios la ha iluminado. Según Apocalipsis 4:3 las piedras de jaspe y sardio hablan también de la gloria de Dios. Y en los versículos 11, 18, 19 y 20 del capítulo 21 son mencionadas estas piedras en la descripción de la ciudad.

Pero, sobre todo ello, están los versículos 22 y 23 diciendo: “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera”.

En la Jerusalén terrestre habrá un templo. Y aunque la gloria de Jehová llene este templo, hay un velo que cierra la entrada al Lugar Santísimo. Mas, en la Jerusalén celestial, no hay separación entre Dios y su pueblo. Ellos mismos son caracterizados por la gloria de Dios, y Jehová Dios, el Todopoderoso, es el templo de ella y el Cordero.

La justicia y la paz se besaron (Salmo 85:10)

Ciertamente, habrá un tiempo glorioso aquí en la tierra. Y cuando oímos, ahora, el gemir de la creación; cuando vemos el dolor y la miseria enseñoreándose de la tierra; cuando percibimos cómo reina la iniquidad; cuando experimentamos el poco conocimiento que hay de Dios; cuando oímos blasfemar su santo Nombre, entonces anhelamos el momento que dará principio a este glorioso reino de paz.

Qué gozo cuando el hombre no tenga que fatigarse por su pan cotidiano; cuando el temor a la guerra y las consecuencias de ella hayan desaparecido; cuando el hombre ya no envejezca y muera al cabo de unos decenios, sino que a una edad de cien años sea aún mozo; cuando ningún niño de pecho, o muchacho, o adulto muera, si no hiciese pecado manifiesto, pues “no habrá más allí niño que muera de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla… porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo” (Isaías 65:20-22).

¡La justicia reinará en la tierra! Esta será llena del conocimiento de Jehová. Y de año en año los pueblos acudirán a Jerusalén para adorar allí.