El porvenir de la cristiandad
En el libro del profeta Isaías, capítulo 11:9, leemos que vendrá un día en que “la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar”. Es, a la verdad, un maravilloso consuelo para aquellos que ven imperar en toda la tierra la incredulidad, el ateísmo y, como lógica consecuencia, la depravación moral cada vez más acentuada. Surge entonces la pregunta: ¿Cómo acontecerá todo esto?
Muchos son del parecer que el versículo que acabamos de citar predice la victoria final del Evangelio sobre el pecado y el reino de las tinieblas. Piensan que el Evangelio de la gracia divina será predicado por doquier, antes de la segunda venida del Señor, y que por medio de dicha predicación el mundo se convertirá masivamente a Dios. De este modo, veríamos surgir un mundo cristianizado y sujeto, en todo, a Dios.
Sin embargo, si examinamos detenidamente las Sagradas Escrituras, veremos algo completamente distinto. Desgraciadamente, el mundo no aprenderá justicia por la predicación del Evangelio. El mismo libro de Isaías capítulo 26:9-10 nos dice: “porque luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia. Se mostrará piedad al malvado, y no aprenderá justicia; en tierra de rectitud hará iniquidad, y no mirará a la majestad de Jehová”. Y el capítulo 11:4-5 del mismo libro añade que el Señor “herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío. Y será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura”. De este modo será establecido aquel bendito tiempo en la tierra.
El Nuevo Testamento, a su vez, nos enseña claramente que el Evangelio no cambiará al mundo. Al contrario, vemos que el mal se desarrollará más y más, y finalmente alcanzará su cima apartándose abiertamente de Dios y llegando incluso a sublevarse contra él. Y, lo que es más espantoso y terrible, esto no sucederá solamente con el mundo impío, ya que en el cristianismo también notamos una decadencia en muchos sectores, la cual culmina en la apostasía general de Dios.
El reino de los cielos
En el capítulo 13 del evangelio según Mateo tenemos la historia profética de este reino relatada de manera simbólica. No como los profetas del Antiguo Testamento lo han visto y han vaticinado acerca de él, sino cómo este reino ha llegado a ser por el rechazamiento de su rey. Es una historia del reino desde el día de Pentecostés hasta el instante en que venga el Señor Jesucristo a la tierra para establecer su imperio con poder y gloria. Se caracteriza por el hecho de que el rey mismo se halla ausente. Este ha sido rechazado y muerto por su pueblo y está ahora sentado en el trono de su Padre en los cielos. Pero no en su propio trono en la tierra.
Las cuatro primeras parábolas nos hablan de la forma exterior del reino. En la primera, el Señor nos deja ver que no todos retienen el Evangelio, la Buena Nueva, con corazón bueno y recto (véase Lucas 8:15), sino que para muchos el Evangelio es solo algo exterior. En la segunda parábola, que el principio del reino era bueno, pero que muy pronto vino el enemigo, sembrando cizaña entre el trigo. El mismo Señor llama al trigo “los hijos del reino” y a la cizaña “los hijos del malo”. Por ahora, según la Palabra de Dios, los incrédulos están viviendo con los creyentes, pareciéndose exteriormente a los fieles, pues esta cizaña tiene gran semejanza con el trigo mismo. Esta situación perdurará hasta el tiempo de la siega, cuando tanto el trigo como la cizaña estén maduros. Y solo entonces será quitada la cizaña, para que se cumpla el juicio de Dios. La siega es el fin del mundo (versículo 39), el fin de la actual dispensación.
El tercer símil nos presenta el reino convertido en un gran imperio terrestre (véase Daniel 4), aunque esto no sea conforme a su naturaleza (grano de mostaza). Mientras el rey es rechazado, aquel imperio con gran potencia dominará en la tierra. Aves anidarán en sus ramas (Apocalipsis 18:2) y doctrinas falsas surgirán y se establecerán en él.
En la cuarta parábola vemos una figura de la corrupción interna. La harina limpia es completamente corrompida por la levadura secretamente introducida en ella. Falsa doctrina y corrupción moral son introducidas (Mateo 16:12; 1 Corintios 5) caracterizando finalmente al conjunto.
La decadencia de la Iglesia
En las epístolas o cartas escritas por los apóstoles encontramos la misma advertencia. Por muy glorioso que fuese el principio de la Iglesia, el mal se manifestó pronto y no hay ninguna duda de que seguirá en aumento. Leemos, en efecto, en la primera carta a Timoteo, capítulo 4:1-2: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia…”. Y en la segunda carta a Timoteo, capítulo 3:1-5: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”. Son las mismas cosas que se citan en el primer capítulo de la carta a los Romanos, para probar cuán profundamente han caído los paganos. Mas aquí se trata de la cristiandad, de aquellos que, teniendo “apariencia de piedad”, se llaman cristianos. “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina…”, predice el apóstol Pablo, “… y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4:3-4). En el mismo capítulo, el apóstol tiene que quejarse de que todos le han desamparado y, en el capítulo 1:15, de que todos los que son de Asia le han vuelto las espaldas. ¿No pensamos aquí también en aquel pasaje de Hechos 20:29-30? “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos”.
Dios permitió que la cizaña se manifestara ya en aquel tiempo para que tuviésemos advertencias suyas al respecto y supiésemos asimismo lo que conviene hacer en este tiempo de decadencia. Las cartas del apóstol Pedro no son menos explícitas.
Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios
(1 Pedro 4:17).
“Como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías (en griego: sectas, divisiones) destructoras” (2 Pedro 2:1).
A su vez, el apóstol Juan escribe que el último tiempo se caracterizará por la presencia del anticristo y no por el hecho de haber sido proclamado y aceptado el Evangelio por todo el mundo (1 Juan 2:18).
Mientras que el apóstol Judas (¡a quien no hay que confundir con el traidor!) describe la apostasía en su triple carácter: en Caín, la apostasía natural; en Balaam, la apostasía espiritual (el introducir o propagar falsas doctrinas por recompensa o sueldo); y en Coré, la sublevación contra los derechos sacerdotales y reales del Señor, representados bajo los tipos de Aarón y Moisés. El juicio sobre esta triple apostasía solo se verificará cuando el mismo Señor venga del cielo para juzgar.
Por desgracia no será el Evangelio, sino el principio del mal lo que aunará al mundo: “Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso” (Apocalipsis 16:13-14).
La historia de la Iglesia
En los capítulos 2 y 3 del libro del Apocalipsis tenemos una descripción profética de la historia de la Iglesia. No como los hombres la ven y la juzgan, sino como la ve el que tiene “sus ojos como llama de fuego”. El mismo Señor Jesús. Más tarde hablaremos de esto con más detenimiento.
Aquí la decadencia moral y las causas de la corrupción aparecen claramente indicadas. En ÉFESO (edad apostólica) aparentemente todo está bien, mas falta ya el primer amor.
En ESMIRNA (segundo y tercer siglo) no hallamos reproche alguno; el fuego de las persecuciones liga estrechamente los corazones al Señor.
Mas, después que el emperador romano Constantino aceptó el cristianismo, tolerándolo primero (edicto de Milán en el año 313) y elevándolo luego al rango de religión del Estado (PÉRGAMO) notamos un gran cambio en la posición de la Iglesia. Ya no es una peregrina perseguida y que sufre en un mundo que ha rechazado a su Señor, sino que ha pactado y convive con el trono de Satanás, habiendo encontrado reposo allí donde reina el Maligno.
En TIATIRA (el papado) vemos que la desviación va aun más lejos. Tiatira tiene un lugar preponderante en la tierra y se arroga la autoridad suprema sobre el mundo. Fornicación (es decir, relación y amistad con el mundo. Véase Santiago 4:4) e idolatría han venido a ser características de la Iglesia visible. El Señor tiene que quitar su candelero, mas ella misma subsistirá hasta después de la venida del Señor, para ser entonces juzgada.
En SARDIS (el protestantismo en general) tenemos con la Reforma un nuevo principio, pero no hay vida, sino solo el nombre de que vive. Así el Señor tiene que tratarla como el mundo, pues (salvo raras excepciones) ha llegado a ser semejante al mundo (véase 1 Tesalonicenses 5:1-5).
FILADELFIA representa la obra magna del Espíritu Santo en el siglo pasado. Cuando, por su influencia, miles y miles de almas abandonaron las iglesias protestantes del Estado, que estaban muertas, con el noble afán de volver a la sola autoridad de su Palabra y del Nombre del Señor Jesucristo, en todos los aspectos de la vida espiritual. Fue ciertamente un glorioso avivamiento.
Por desgracia, no pudo mantenerse en su plenitud y, en LAODICEA, nos tropezamos con lo que ha surgido del estado anterior, aunque, por cierto, Filadelfia permanecerá cual pequeño residuo hasta la venida del Señor. En Laodicea el Señor está fuera de la puerta. Ya no se reconoce su autoridad. Los que simbolizan aquella época de Laodicea creen que todo va muy bien. Dicen que son ricos y acaudalados y que de nada tienen necesidad.
Hemos recorrido la historia de la Iglesia tal como la contempla el Señor Jesucristo y podemos notar que en estos postreros tiempos las cuatro últimas iglesias permanecen aún:
TIATIRA: La iglesia romana.
SARDIS: Las iglesias protestantes del Estado.
FILADELFIA: El residuo débil.
LAODICEA: La cristiandad tibia en las iglesias libres y grupos fuera de las dos primeras.
Vivimos en los últimos tiempos o, mejor dicho, en la última hora. El Señor no tardará en venir para recoger a su Esposa de este mundo, como vimos en el capítulo precedente.
Entonces recogerá a todos los verdaderos creyentes de estas cuatro iglesias y solo quedará la cristiandad nominal, integrada por todos aquellos que no han nacido de nuevo por la obra del Espíritu Santo en ellos.
Después del recogimiento de la Iglesia
En el capítulo 17 del Apocalipsis volvemos a enfrentarnos con el Cristianismo nominal representado bajo el símil de la gran ramera. Tiene las características de Jezabel (Apocalipsis 2:20-21), y en el versículo 9 de este capítulo 17 tenemos una clara alusión a Roma (las siete colinas).
El paralelismo entre los versículos de dicho capítulo y el capítulo 21, versículo 9 y siguientes, salta a la vista. La introducción es casi literalmente la misma. En los capítulos 17 y 18 tenemos una descripción de la falsa esposa, de la gran ramera representada por una ciudad. Y, tras el juicio de esta, la descripción de la Esposa, la mujer del Cordero, considerada también como una ciudad.
Que la gran ramera representa al cristianismo nominal, está suficientemente claro para tener que insistir sobre ello. Notemos, sin embargo, que reviste las características especiales de Tiatira. La Roma papal ejercerá la dirección.
La ramera ocupa un lugar destacado en la tierra. Viste de púrpura y escarlata, va adornada de oro, piedras preciosas y perlas, con lo cual simboliza la dignidad imperial, lo mejor que el mundo conozca. Son aparentemente los mismos adornos que lleva la Esposa (cap. 21:18-21). Pero el cáliz de la ramera está lleno de las más espantosas abominaciones y de la suciedad de su fornicación. En el capítulo 16:25-29 del libro del profeta Ezequiel, vemos que la “fornicación” simboliza a menudo en las Escrituras la mezcla o comunión con el mundo (véase Santiago 4:4), mientras que el versículo 36 del mismo capítulo de Ezequiel nos aclara lo que se entiende por “abominaciones”: una imagen de la idolatría.
La ramera está sentada sobre una bestia bermeja, símil del Imperio romano restaurado (v. 7, 8, 11-13). La influencia política y diplomática de Roma irá creciendo hasta sujetar, al fin, a toda Europa Occidental. Pero se trata de una cristiandad sin el Cristo de las Escrituras, al cual ha negado, prácticamente, “ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos” (Romanos 1:25). Es una religión sin el Dios vivo y santo, tal como nos ha sido revelado por el Espíritu Santo.
Mas, precisamente cuando alcance el colmo de su poder será destruida. Dios creará en los corazones de los Jefes políticos de Europa Occidental un mismo sentir y, unidos por el odio, como consecuencia de su tiranía “aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego; porque Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso” (Apocalipsis 17:16-17). El capítulo 18 nos da una detallada descripción del juicio y de su consecuencia para el mundo.
Antes de que se verifiquen las bodas del Cordero en los cielos, tiene que ser juzgada la ramera.
Amado lector, ¿a qué bando perteneces tú? Permíteme formularte estas preguntas, guiado por el único afán de hacerte conocer el sumo bien –el camino hacia Dios– y cómo conseguir la vida eterna por Él. Así, pues, vuelvo a preguntarte: ¿A qué bando perteneces tú? ¿Estás seguro de formar parte del cuerpo de Cristo, simbolizado aquí por la Esposa? ¿Tienes tú la vida verdadera que mana de Dios por haberle confesado todos tus pecados, por medio de Cristo, nuestro único abogado celestial? ¿Has confiado enteramente no ya en tus pobres y débiles fuerzas sino en la obra perfecta y suficiente de Aquel que tuvo que ser crucificado en rescate por TODOS nuestros pecados?
Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos.
(1 Timoteo 2:5-6);
O más bien ¿todas estas cosas (la religión, cualquiera que fuere) constituyen para ti un hábito, vacío de sentido, sin valor verdadero, que sigues cumpliendo desde tu juventud y en el cual te encuentras –por costumbre– a tus anchas? O aun llevado por un más noble afán al parecer ¿tratas por tus esfuerzos, sacrificios y renuncias diarias de conseguir la salvación de tu alma…? ¡Entonces sabe que en ambos casos –el del indiferente o rutinario y el que con su solo esfuerzo procura salvarse– el juicio descrito en el capítulo 18 del Apocalipsis será también el TUYO!
La salvación no se consigue por méritos humanos. De otro modo, ¿por qué habría muerto Cristo…? Antes bien, se recibe con corazón arrepentido y con toda humildad, creyendo en Aquel que murió por nosotros. “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
Medita estas cosas. ¡Ojalá Dios te convierta ahora de las tinieblas, de las doctrinas y religiones humanas, o de la incredulidad fría y mortal, a la luz admirable de su Hijo Jesucristo…! Mientras tanto que se diga “HOY” hay oportunidad de salvación. Mañana será tarde. No desprecies el don de Dios.