¿Tiene Israel un porvenir?
En algunas porciones de la Palabra, Dios es llamado: “El Altísimo, Poseedor de los cielos y de la tierra”. Y en Apocalipsis 11:4, “el Señor de toda la tierra” (V. M.).
Aunque el señorío de Dios abarca todos los términos de la tierra, hay un país al que él llama, con especial énfasis, su país, el cual ocupa también un destacado lugar. Este país es Palestina. En Levítico 25:23, el Señor dice además: “la tierra mía es”.
Según vemos en Daniel 11:41, Palestina se llama: “la tierra gloriosa” (tierra hermosa – V. M.) y en Ezequiel 38:12: el país que mora en la parte central de la tierra (literalmente, “el ombligo de la tierra”, como lo leemos en la versión Nacar-Colunga).
De la misma manera hay también un pueblo en la tierra que ocupa un lugar excepcional, llamado por Dios su pueblo (Deuteronomio 7:6-8). “Y os tomaré por mi pueblo” (Éxodo 6:7). Y cuando habla de este pueblo a Faraón, le dice: “Deja ir a mi pueblo, para que me sirva” (Éxodo 7:16). Es el pueblo de Israel.
Dios ha reunido este pueblo y este país. “Cuando hayáis entrado en la tierra que yo os doy… porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo” (Levítico 25:2 y 23). Los designios de Dios están en relación con ellos, en cuanto se refieren a la tierra.
Con relación al país, Dios dice: “Tierra de la cual Jehová tu Dios cuida; siempre están sobre ella los ojos de Jehová tu Dios, desde el principio del año hasta el fin” (Deuteronomio 11:12). Y del pueblo se dice: “Por cuanto Jehová os amó…” (Deuteronomio 7:8) y “amados por causa de los padres” (Romanos 11:28).
En ese país, y en el centro de ese pueblo, se encuentra Jerusalén, la ciudad amada, la ciudad del gran rey, el lugar “que Jehová vuestro Dios escogiere para poner en él su nombre” (Deuteronomio 12:11; 1 Reyes 11:36). Allí estuvo el trono de Jehová (1 Crónicas 29:23). Allí Dios dio sus profetas e hizo que se escribiera su Palabra. Allí se produjo la venida del Hijo de Dios a la tierra (Dios manifestado en carne: 1 Timoteo 3:16), quien vivió y se manifestó en el centro de este pueblo, “porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá” (Hebreos 7:14). Allí fue crucificado para cumplir la obra de la propiciación, el único medio por el cual Dios puede ponerse en contacto con pecadores y por el cual todas las cosas pueden ser reconciliadas con él. Allí resucitó y allí ascendió al cielo. Allí nació la Iglesia de Dios en la tierra. Allí será donde el Señor Jesús volverá del cielo para juzgar a sus enemigos (Hechos 1:11; Zacarías 14:3-4). Desde Jerusalén –y con Israel como centro y cauce de bendición– Él reinará sobre la tierra con juicio y justicia (Isaías 9:7; 11:1-10).
En efecto, Israel y Palestina son las claves del problema mundial. Allí se arreglará todo. No en Rusia, ni en América, ni en Europa Occidental, sino en Palestina se efectuará el desenlace de todos los problemas. Ciertamente, la Palabra de Dios va tan lejos en Deuteronomio 32:8 que dice que Dios estableció los términos de los pueblos según el número de los hijos de Israel. ¡Israel es el centro de los designios de Dios respecto a esta tierra y es, por consiguiente, el pueblo más importante de ella!
¿Por qué ha dado Dios tal posición a este pueblo? Dios mismo contesta: “No por ser vosotros más que todos los pueblos, os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres” (Deuteronomio 7:7-8). Ciertamente, antes que naciera Abram, el progenitor de Israel, Dios había ya agrupado los pueblos que rodeaban a Palestina según el número del pueblo que no existía aún y que debía tomar posesión de la tierra varios siglos después (Génesis 10:25; Deuteronomio 32:8).
Solo un acto de soberanía y las promesas de Dios forman la base de todas las bendiciones dadas a Israel.
Las promesas de Dios
En Romanos 11:29 leemos: “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”. Se cita muchas veces este pasaje aplicándolo también a nosotros. Y esto puede hacerse, pues es un principio divino.
Sin embargo, los que niegan que Israel tenga aún un futuro, deberían notar que estas palabras se aplican en primer lugar a las promesas dadas a Israel.
El apóstol no tenía el propósito de hablar sobre la posibilidad de que determinados judíos puedan ser convertidos aún, después que el pueblo –como tal– haya sido puesto de lado. Es obvio que nadie dudaba de ello. Los miles de cristianos judíos en Palestina –y en todas partes del mundo, hasta en la misma Roma– lo probaron. Pablo mismo, ¿no era judío?
Pero él utiliza estos hechos, generalmente reconocidos, para proclamar que el pueblo de Israel no ha sido rechazado definitivamente. En este momento ha sido puesto de lado, llegando la salvación a los gentiles (v. 11). Pero Dios obró de este modo para provocarles (a los judíos) a celos. Y después, cuando la plenitud de los gentiles haya entrado, “todo Israel” será salvo, como está escrito: “Vendrá de Sión el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad”. “No ha desechado Dios a su pueblo” (v. 26 y 2).
Al considerar tal designio de Dios, el apóstol prorrumpe en la alabanza de los últimos versículos:
¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!
(Romanos 11:33)
Para poder comprender que tanto el alejamiento de Israel ahora como su restablecimiento en el futuro están enteramente en armonía con las promesas de Dios, hemos de examinar dichas promesas más detalladamente.
El gobierno de Dios
Hay una distinción clara entre la posición del hombre antes y después del diluvio. También antes del diluvio había un pueblo de Dios. Pero en ninguna parte hallamos indicaciones precisas en cuanto a su separación del mundo. Además, el gobierno de Dios no se ha manifestado aún en juicio sobre el mal.
Después del diluvio hallamos una nueva tierra. Y Dios inviste a Noé de la responsabilidad de ejercer el gobierno para refrenar el mal. “El que derramare sangre del hombre, por el hombre su sangre será derramada” (Génesis 9:6).
Desgraciadamente cayó Noé, como siempre ha caído el hombre. Por su embriaguez perdió el respeto del que más lo necesitaba aún: el respeto de su hijo. Y Satanás supo atraer rápidamente al hombre a una cosa de la cual nada habíamos oído antes del diluvio: la idolatría (Josué 24:2). Satanás se hizo el dios de este mundo, pues la idolatría no es en realidad otra cosa que adorar a los demonios bajo una forma u otra (1 Corintios 10:20).
La vocación de Dios
Entonces Dios llama a Abram de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre, para ir a la tierra que él le mostraría. Esto constituye un nuevo principio.
Abram no es puesto bajo responsabilidad. Dios le llama tal como es, del lugar donde se halla, para venir a él y ser apartado para él. Eso es gracia. Y las promesas que Dios le da se hallan a tono con esto. No hay ninguna condición ligada al cumplimiento de estas promesas.
En Génesis 12:7, Jehová dice: “A tu descendencia daré esta tierra”. Después de la separación de Lot (cap. 13:14-15): “Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre”. Y en el capítulo 15:18 se indican las fronteras precisamente: “A tu simiente daré esta tierra desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates”.
En los capítulos 26:3 y 28:13 estas promesas son confirmadas, expresamente, a Isaac y a Jacob, y asimismo sin condición alguna.
Así pues, Dios ha dado incondicionalmente la promesa a Abram, Isaac y Jacob, de que su simiente poseerá siempre la tierra de Palestina, según las fronteras indicadas en Génesis 15.
Cuando el pueblo sufre bajo la opresión de Egipto, Dios oye su gemido y recuerda su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. “Y miró Dios a los hijos de Israel y los reconoció Dios” (Éxodo 2:23-25). La bondad y gracia de Dios les redimió de la tierra de servidumbre, soportando con paciencia infinita todas sus lamentaciones y murmuraciones. Dioles el maná del cielo como pan, agua de la peña y victoria sobre sus enemigos (Éxodo 15-17).
Los pactos en el desierto
Éxodo 19 tenemos el principio del pacto con Abraham, unido al principio del pacto con Noé. Promesas de la bondad de Dios, mas dadas bajo condiciones. La ley es la expresión de las condiciones verdaderas del gobierno de Dios.
El pueblo se pone voluntariamente bajo la ley. Pero antes de haberla recibido ya la había traspasado. Y Moisés, como Mediador, puede solamente hacer apartar el juicio, En recordando a Dios las promesas dadas a Abraham, Isaac y Jacob (cap. 33:1-3).
También en Deuteronomio hallamos los mismos principios cuando se habla allí de pacto (cap. 29:1). Les son prometidas grandes bendiciones. Pero todo es bajo condición de obediencia. Y si no cumplen la condición, todas las bendiciones se perderán y el juicio de Dios caerá sobre el pueblo. Esta es para ellos la base para entrar en el país a fin de tomarlo en posesión.
En la tierra de Canaán
Conocemos la historia de este pueblo en la tierra prometida. No fueron obedientes, sino que volvieron las espaldas a Dios al transgredir todos sus mandamientos. El sacerdocio se pervirtió en la persona de Elí (1 Samuel 2 y 4). Cuando Dios, pues, da un profeta (Hechos 3:24) el pueblo pide un rey, rechazando así, prácticamente, a Dios como rey (1 Samuel 8:7). Y si bien después del fracaso de Saúl –el rey según la carne– Dios hace ungir a David –el hombre según su corazón– también la posteridad de este cae en la perversión, llevando, de esta manera, al pueblo entero a la idolatría más terrible.
En vista de ello, Dios obrará de acuerdo con su soberanía y justicia haciendo caer sobre el pueblo todas las maldiciones dictadas como consecuencia de la desobediencia. Primeramente las diez tribus son llevadas en cautiverio y después lo son las dos que integraban el reino del Sur. Y, si bien un residuo de las dos tribus vuelve de Babilonia –por la gracia de Dios– luego debe ser expulsado nuevamente de la tierra prometida. Habían rechazado hasta a su Mesías, el Hijo de Dios. Dios obraba conforme a las condiciones relacionadas con las promesas hechas en Éxodo y Deuteronomio.
¿Ha desechado Dios a su pueblo?
Pero, ¿es posible que la infidelidad del pueblo anule las promesas incondicionales que Dios hizo a Abraham, a Isaac y a Jacob? el apóstol dice:
Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios
(Romanos 11:29).
Afortunadamente así es. ¿Qué certeza tendríamos de que las promesas de Dios serán cumplidas en lo que se refiere a nosotros si las promesas incondicionales hechas a Israel pudiesen ser abrogadas?
¿Es posible dudar de la inalterabilidad de Dios con respecto a las promesas dadas?
¡No, las promesas de Dios, hechas a Abraham, a Isaac y a Jacob serán cumplidas! Israel poseerá la tierra para siempre. Y esto, según las propias fronteras indicadas en Génesis 15, desde el Nilo hasta el Eufrates
Las profecías
También los profetas confirman lo mismo en centenares de pasajes. Pero, por enredos de determinado sistema teológico, muchas veces estos textos son desgraciadamente privados de su fuerza. Unas veces son aplicados al regreso del cautiverio de Babilonia. Otras a la primera venida del Señor Jesús a la tierra. Por consiguiente, vamos a tratar unos pasajes que demuestran que dichos textos no pueden ser interpretados de tal manera, si no, se pierden de vista los puntos siguientes:
1. Si se trata del regreso de Judá (las dos tribus) e Israel o Efraím (las diez tribus), entonces esto debe ser futuro. Es obvio que las diez tribus, hasta hoy, no han regresado aún del cautiverio al cual Salmanasar les llevó (2 Reyes 17). El regreso de Babilonia fue solamente el de un pequeño residuo de las dos tribus.
2. Las porciones donde se dice que el pueblo no solamente será restaurado sino que también renacerá, no pueden relacionarse de manera alguna con el regreso de Babilonia. En aquel tiempo, el pueblo no había renacido todavía.
3. Lo mismo podemos decir de los pasajes que se refieren a victorias definitivas y a la sujeción de sus enemigos. Después del cautiverio babilónico el pueblo estuvo siempre bajo el dominio de pueblos extranjeros.
4. Si se dice que el pueblo no caerá más en pecado y no dejará nunca a Dios, entonces está claro que esto debe ser futuro. Precisamente, después del regreso de Babilonia cometieron el mayor de los pecados: rechazaron y mataron al Mesías.
5. Si se habla de su liberación, en relación con la venida del Señor, esta venida debe ser la vuelta de Cristo. Con su primera venida, los judíos no fueron libertados en su condición de pueblo. Al contrario, poco tiempo después fueron deportados por los romanos en el año 70 de nuestra era, parte de ellos a Portugal y Extremadura.
6. Si se trata de un “permanecer para siempre en la tierra”, esto solamente puede ser futuro. Sabemos todos que el pueblo no ha vivido en su tierra los últimos 1900 años.
7. Es obvio que lo que los profetas han profetizado después del regreso de Babilonia, no puede de modo alguno referirse a este regreso.
Si aplicamos tales normas, por ejemplo, a las porciones siguientes, ¿habrá, entonces alguna duda de que estas cosas son futuras, y de que Israel, pues, volverá a Palestina? Isaías 11; 14:1-2; 18; Jeremías 3:17-18; 31:27-40; 33:14-16; Ezequiel 34:13, 14, 23-31; 36:6-12, 22-38; 37, sobre todo desde el versículo 21; 38:8, 11, 16; 39:25-29; Oseas 3:4-5; Joel 3:1-2, 16-21; Amós 9:14-15; Miqueas 4:1-8; Sofonías 3:12-20; Zacarías 9:9-13; 10:6-12; 12:9-14; 14.
Tomemos, por ejemplo, Isaías 11. No hay ninguna divergencia de opinión respecto a que se trata aquí del Mesías. Tanto judíos como cristianos están de acuerdo sobre esto.
Pero ¿podemos aplicar los versículos 4 etc. al tiempo actual? 2 Tesalonicenses 2:8 nos dice que es una cosa futura. ¿Y quién se atreve a decir que la tierra esté ahora llena del conocimiento de Jehová? Pues, “en aquel tiempo” Jehová reunirá el residuo de su pueblo, los desterrados de Israel y los esparcidos de Judá de los cuatro extremos de la tierra. Y son citados diferentes fenómenos importantes que no se han cumplido aún.
En Jeremías 3:17-18 hallamos el trono de Jehová en Jerusalén y a los gentiles congregados junto a ese trono. Además, las dos y las diez tribus están juntas en la tierra. Esto puede solamente referirse al futuro, pues estos tres hechos no se han realizado hasta ahora, desde que Jeremías lo profetizó.
Zacarías 9:9 se halla citado en Mateo 21, y Juan 12. Pero la expresión “y Salvador” ha sido suprimida. En aquel tiempo no vino como el Redentor de Jerusalén y de la hija de Sión. Pero vendrá un tiempo en el cual su señorío será de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra (v. 10). Los presos de Sion serán liberados en virtud de la sangre del pacto (v. 11) y sus enemigos derrotados.
En Zacarías 14:3 y 4, vemos a Jehová en el monte de los Olivos para luchar contra sus enemigos. En aquel día Jehová será rey sobre toda la tierra y “morarán en ella, y nunca más será anatema; sino que será Jerusalén habitada confiadamente”.
Todos los pasajes indicados, y muchos otros, confirman que Dios cumplirá sus promesas, hechas a Abraham, a Isaac y a Jacob. Israel habitará en la tierra y gozará en ella de las bendiciones de Jehová.