El porvenir

según las profecías de la Palabra de Dios

El porvenir de Israel

En el capítulo precedente hemos visto cómo Dios ha confirmado reiteradamente en su Palabra que cumplirá sus promesas, hechas a Abraham, a Isaac y a Jacob. Por consiguiente, volverá a traer a Israel a Palestina para que habite allí siempre y goce de las bendiciones de Jehová.

Mas, ahora podemos preguntarnos:

¿Cómo y cuándo volverá Israel a Palestina?

También la Palabra de Dios da a esta pregunta una clara contestación.

Cuando las dos tribus fueron conducidas a Babilonia por Nabucodonosor, profetizó Jeremías que, después de 70 años, Dios juzgaría a Babilonia y haría retornar después al pueblo (Jeremías 25:12; 29:10).

Daniel conoció esta profecía, pues había examinado las escrituras proféticas. Y después de la destrucción del poder de Babilonia por Darío (Daniel 5:25; 6:1), se inclina delante de Dios para invocar su gracia en relación con dichas profecías (Daniel 9).

No pleitea acerca de las promesas dadas a Abraham, ni va más allá de Moisés y la Ley. Y, en armonía con esto, la divina contestación hace mención de la bendición final, pero luego trata, extensamente, de los juicios que caerán sobre las dos tribus como consecuencia de su infidelidad.

En Daniel 9:24 se dice que se trata del pueblo y de la santa ciudad de Daniel. Si leemos los versículos 2,7,16,18 y 19, no hay duda alguna de que esto se refiere a Jerusalén y a Judá.

En setenta semanas la prevaricación será consumada, los pecados concluidos y las iniquidades expiadas. La justicia de los siglos será traída. La visión y la profecía serán selladas y el Santo de los santos será ungido.

Claro está que esto no ha sido cumplido aún. Jerusalén y Judá no han cesado todavía de pecar, y sus iniquidades no han sido expiadas todavía. La justicia eterna no ha sido introducida aún. Las profecías no están selladas (confirmadas, cumplidas) todavía y el Santo de los santos no ha sido ungido tampoco.

No puede estar más claro que el cumplimiento de este versículo significa la plena bendición para Jerusalén y el pueblo.

Por consiguiente, el primer punto que debemos examinar es cuándo han comenzado las 70 semanas, y cuándo terminan.

¿Cuándo empezaron las 70 semanas?

El versículo 25 da la contestación: “Desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén”.

Si tomamos solamente la primera parte de esta frase, entonces puede haber discrepancia de opinión. Pues puede ser el regreso bajo Zorobabel (Esdras 2), o bajo Esdras (Esdras 7), o bajo Nehemías (Nehemías 2).

Pero, cuando añadimos la segunda parte de la frase, no existe ninguna incertidumbre o duda. Pues en los dos casos citados en primer lugar no se menciona la edificación de la ciudad, sino solamente del templo (Esdras 1 y 7). Es más, cuando los enemigos lanzan la calumnia de que la ciudad es edificada, el rey, inmediatamente, ordena impedirlo (Esdras 4:17-24).

En Nehemías 2, sin embargo, leemos que este recibe, a petición suya, el encargo expreso de edificar la ciudad. Las 70 semanas comienzan, pues, en este momento; de manera que casi generalmente es aceptada como fecha la del año 445 antes de Cristo.

¿Cuál es la duración de una “semana”?

Es evidente que en Daniel 9 no se trata de una semana de siete días. Entonces cabe preguntarnos: ¿qué es lo que se entiende por “una semana”?

Hay otro lugar en la Biblia donde se habla de una semana que no consiste en siete días. Es en Levítico 25:8. Allí se declara, expresamente, que es una semana de siete años, o sea el período transcurrido desde un año sabático hasta el otro. Este pasaje se relaciona íntimamente con Daniel 9. En Levítico 26:34, 35 se dice que si los israelitas no observaban estos años de sábado, serían expulsados de la tierra. Y 2 Crónicas 36:21 relaciona esta amenaza directamente con el cautiverio babilónico y con la profecía de Jeremías (cap. 25:11; 29:10) acerca de que el cautiverio duraría 70 años.

Cuando, pues, hubieron transcurrido los 70 años del destierro que los israelitas tuvieron que sufrir por no haber observado los sábados de las semanas de años de Levítico 25, por lo cual Daniel se dirige a Dios acerca del futuro de su pueblo y ciudad, Dios da la contestación de que, no después de estos 70 años, sino solamente después de las 70 semanas vendría la bendición completa. De esto resulta muy claramente –a mi juicio– que se habla aquí de 70 semanas de años.

Pero todavía sobran pruebas. En Daniel 9:27 se divide la última semana en dos mitades. Respecto a la segunda mitad de esta semana se habla en otros muchos lugares de la Escritura. Y en Daniel 7:25; 12:7; Apocalipsis 11:1-3; 12:6, 14; y 13:5 se añade una determinación del tiempo, o sea 3 tiempos y la mitad de un tiempo o 1260 días o 42 meses. Una semana consiste, por consiguiente, en un período de siete años, de 360 días cada uno.

Esto se halla confirmado por Daniel 9:25, 26. Aquí está escrito que transcurrirán 69 semanas hasta el Mesías, el Príncipe, es decir 483 años. El comienzo de este período se fija generalmente, en la historia profana, en el año 445 antes de Cristo. Si sumamos la edad del Señor, fijando el año en 360 días, entonces llegamos aproximadamente a 483 años. No lo podemos examinar con toda exactitud porque nos falta saber también el día y mes del principio y del fin.

La septuagésima semana ¿se ha cumplido ya?

Hemos visto que “hasta el Mesías Príncipe” habían transcurrido 69 semanas. Quedó, pues, una semana. Si esta hubiese seguido sin interrupción a la última de aquellas, ya habría pasado desde hace mucho tiempo.

No obstante, esta semana no puede haber pasado aún, pues ni Judá ni Jerusalén han recibido aún las bendiciones del versículo 24.

Además, se dice en el versículo 27 que “él” confirmará con “muchos” un pacto en la última semana.

¿Quién es este “él”? ¿Es el Señor Jesucristo que concluye el nuevo pacto con el pueblo, como piensan unos? Pero este pacto ¿se celebra solo por siete años? ¿Y también por el tiempo que precede a la bendición? ¡Ya se ve que no!

Por consiguiente, no es el Señor Jesucristo. Mas resulta claramente del contexto quién es. En el versículo 26 se dice, primeramente, que se quitará la vida al Mesías y, después, que la ciudad y santuario serán destruidos por el pueblo del príncipe que vendrá.

Sabemos de qué pueblo se trata. El Señor Jesucristo lo profetizó y la historia nos enseña que fueron los romanos. Así, pues, un príncipe romano que no estaba aún durante la destrucción de Jerusalén, celebrará, en la última semana, un pacto con los judíos. Y resulta del resto del versículo que esto tendrá lugar en los últimos días, cuando los judíos habiten nuevamente en Jerusalén y se haya restaurado el culto en el templo.

También se habla de este pacto en Isaías 28. Allí se le llama un pacto con la muerte. Y esta expresión resultará más clara si tratamos en el capítulo siguiente de conocer más detalladamente a este príncipe impío, cabeza del Imperio romano restaurado.

Las 70 semanas forman, pues, una unidad, pero no un conjunto ininterrumpido. La propia Escritura da una subdivisión de 7, 62 y 1 semana. Las 69 semanas han pasado ya. Entonces vino Cristo para cumplir la septuagésima semana e introducir la bendición. Pero el pueblo le rechazó en la mitad de la semana. Después de 3 años y medio fue crucificado. Y en armonía con la oración de Daniel, que se puso en el terreno de las promesas dadas a Moisés bajo responsabilidad, el pueblo no recibió la bendición, sino el juicio.

Para la fe, la primera mitad de la septuagésima semana ha sido cumplida. De acuerdo con ello hallamos en los evangelios y el Apocalipsis solamente las indicaciones del tiempo en conexión con la segunda mitad de la semana de años. Pero, para Israel, que a causa de su incredulidad no cuenta los años de servicio del Señor, vale la septuagésima semana entera. Los muchos, es decir, la masa del pueblo, celebrarán, en los últimos días, un pacto por siete años con el impío emperador romano.

Resulta de esto que el pueblo habitará entonces en Palestina y que habrá restaurado el culto judío en Jerusalén, pero será todavía incrédulo en su mayor parte.

¿Cómo será restaurado Israel en su condición de nación?

Ezequiel 37 nos muestra esto con unos toques muy gráficos; el profeta ve una gran cantidad de huesos secos. El versículo 11 declara lo que representan: “Estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza y somos del todo destruidos”.

Está claro que se trata aquí del pueblo y no de personas muertas. Los muertos no hablan.

Jehová lo dice también en los versículos 12 y 13 expresamente: “Yo abro vuestros sepulcros (los lugares donde están lejos de su país)…, y os traeré a la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy Jehová”.

En los primeros versículos vemos que no sucede esto de una vez. Primeramente vemos que se acerca cada hueso a su hueso, y fueron cubiertos de nervios, carne y una piel. Pero no había entonces espíritu en ellos.

Por consiguiente, en el principio hay solamente huesos secos, sin vida alguna. Quien ahora tiene vida de Dios, no pertenece ya a Israel sino a la Iglesia.

Entonces Jehová obrará en ellos por su Espíritu para que se unan, haciéndose nuevamente un pueblo. Los principios del Estado judío serán caracterizados, pues, por la incredulidad. Pero, luego, el Espíritu de Dios obrará de nuevo en ellos, de modo que reciban vida.

Está muy claro, pues, que no se trata aquí del regreso de Babilonia.

1. Aquí se habla de “un ejército grande en extremo”. Puede difícilmente referirse a los 43.000 que entonces regresaron, imaginando lo que se llamaba en aquellos días un gran ejército. En 1 Crónicas 21 leemos que David pudo movilizar más de un millón y medio de hombres, excepto Leví y Benjamín. En 2 Crónicas 13, que Judá e Israel juntos tenían 1.200.000 hombres en el campo de batalla y que solo de Israel medio millón de hombres caían. En 2 Crónicas 14 que Zera, etíope, invade a Judá con un ejército de un millón de hombres. Y en 2 Crónicas 17:14-19 que Judá sola tenía unos 1.200.000 guerreros.

2. Todo el pueblo está considerado como vivo, lo que no puede referirse al regreso de Babilonia. Véase, por ejemplo, Malaquías.

3. Se dice que Judá y Efraím formarán desde ahora en adelante un solo pueblo. Esto tiene todavía que cumplirse en el futuro, pues Efraím (las diez tribus) no ha regresado hasta ahora.

4. “Habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob… y mi siervo David será príncipe de ellos para siempre” (v. 25). Sabemos que los romanos han expulsado nuevamente a los judíos de su tierra.

5. Jehová concertará con ellos pacto perpetuo, y su santuario estará en medio de ellos para siempre.

¿Cómo les traerá Jehová a su tierra?

La Palabra, en Jeremías 16:16, nos describe esa acción de modo muy gráfico: “He aquí que yo envío muchos pescadores, dice Jehová, y los pescarán, y después enviaré muchos cazadores, y los cazarán por todo monte, y por todo collado, y por las cavernas de los peñascos”.

Mas el pueblo judío es incrédulo aún. Por lo tanto, no confiarán en el Señor sino que buscarán la ayuda de poderosos países. En Isaías 18 se describe el país que más les ayudará para volver a su tierra; es un país que está situado más lejos que “los ríos de Etiopía”, (en hebreo Cush), es decir el Nilo y el Eufrates.

Se puede comprobar en cada mapa etnográfico de la antigüedad que los hijos de Cush se establecieron, según Génesis 10:7-13, entre el Nilo y el Eufrates y en terrenos contiguos a estos ríos. Entre ellos y en sus inmediaciones habitaban los antiguos enemigos de Israel. Este país no mencionado, que, en tiempos antiguos, no era conocido en Israel, asumirá, en el tiempo del regreso de Israel, una actitud amistosa. Es un país dado a la navegación y dotado de fuerza comercial; un país que ejerce una gran actividad política.

¿Hallará Israel tranquilidad y paz en Palestina?

El mundo entero tendrá puesto sus ojos en Palestina y en el pueblo restaurado (Isaías 18:3). Pero Jehová reposará (v. 4). No puede apoyar lo que se emprende con fuerza propia y con la ayuda de poderes mundiales. Aun cuando sus esfuerzos parezcan tener buen éxito, dando aparentemente frutos, Dios hará caer su juicio sobre él (v. 5).

El pueblo no será expulsado nuevamente del país, sino que será entregado a sus enemigos, los gentiles (v. 6). El tiempo de angustia para Jacob habrá llegado (Jeremías 30:7; Mateo 24:21-22).

Pero entonces obrará el Espíritu de Dios en los corazones. Si bien la gran tribulación habrá llegado, Dios obrará de una manera especial (Daniel 12 – véase también Isaías 26:19; y Ezequiel 37). El pueblo, como tal, será restaurado, pero no todas las personas tendrán vida de Dios. De los que vendrán de la tierra de los gentiles, unos se convertirán a Dios y los demás serán juzgados (véase también Isaías 66:24).

Dos terceras partes de los que estén en dicha tierra, perecerán en los juicios (Zacarías 13:8). El resto será purificado y puesto a prueba (v. 9). Pero entonces derramará Jehová el Espíritu de gracia y de oración sobre ellos y todas las generaciones sobrevivientes “mirarán a mí, a quién traspasaron y llorarán… por él” (Zacarías 12:10-14).

¿Cuándo volverán las diez tribus a su tierra?

En Ezequiel 37 hemos visto que tanto Judá (las dos tribus) como Israel (Efraín: las diez tribus) volverán al país y serán reunidos de nuevo allí.

En Daniel 9 se trata de las dos tribus que fueron deportadas a Babilonia. En los últimos días estas estarán nuevamente en su país, restaurando el culto en el templo. Hemos visto que de ellas, en su propio país, las dos terceras partes perecerán por el juicio divino.

A saber, de las diez tribus, ninguno será juzgado en el país. Solo el residuo creyente de ellos regresará a la tierra prometida. Ezequiel 20 nos lo enseña. Tal como en otra ocasión perecieron, a la salida de Egipto, todos los incrédulos, de la misma manera los incrédulos de las diez tribus encontrarán el juicio de Dios después de haber abandonado los países donde hubieran estado viviendo y antes de que entren en Palestina (v. 34-38).

Es, pues, probable que este residuo creyente llegue a la tierra de Israel solo después de la gran tribulación.

Las dos tribus han rechazado al Señor Jesucristo. Según la palabra del Señor, aceptarán al anticristo (Juan 5:43). Por ello vendrán los juicios terribles de Dios sobre ellos.

Las diez tribus no han rechazado al Señor; por consiguiente, la palabra del Señor no puede serles aplicada.

Conclusión

Hemos hallado, pues, que los integrantes de las dos tribus regresarán a su país como incrédulos, formando allí un estado independiente. Recibirán y aceptarán el apoyo de un gran país de destacado comercio marítimo.

Celebrarán un pacto por siete años (la última semana de años de Daniel 9) con la cabeza del Imperio romano restaurado. Sin embargo, este pacto será anulado y Dios entregará, pueblo y tierra, en manos de sus enemigos. Dos terceras partes del pueblo perecerán, y la otra tercera parte se convertirá a Dios.

Dios sacará del olvido a las diez tribus, llevándolas también al país. Solo el residuo creyente de ellos entrará en Palestina.