El anticristo
El nombre de anticristo se encuentra solamente en las epístolas de Juan. Pero, como veremos, se habla de su persona en otros lugares, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
En 1 Juan 2, el apóstol escribe a los hijitos, recordándoles que vendrá el anticristo.
Los versículos 22 y 23 nos dan las características de esta persona: “¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre”. En el capítulo 4, y en la segunda epístola, el apóstol señala otro distintivo: no confesará a “Jesucristo venido en carne”. En el capítulo 2, el mal positivo es negar la verdad. En los otros lugares aparece el negativo: no confesar la verdad fundamental, o sea, Dios manifestado en carne.
En la primera parte tenemos la incredulidad judaica. No niega que Cristo vendrá, sino niega que Jesús sea el Cristo. Por otros pasajes vemos que el anticristo se proclamará a sí mismo como Cristo.
Pero, además, hallamos también la incredulidad cristiana. Niega al Padre y al Hijo, verdad fundamental del cristianismo. En el cristianismo Dios se ha manifestado como Padre y es presentada la gloria del Señor Jesucristo como Dios Hijo, como el centro. El anticristo niega también ambas cosas.
El que niega que Jesús sea el Cristo no es, necesariamente, anticristo. Cada judío incrédulo hace esto. Mas aquí se añade que el anticristo niega al Padre y al Hijo. Ningún judío había jamás oído hablar de la relación eterna en la Deidad. La verdad del Padre y del Hijo es la manifestación más perfecta de Dios al hombre, llena de gracia y verdad y ella es dada solamente en el cristianismo. Cuando el anticristo ocupe su lugar en la cristiandad profesante, oirá la verdad sobre el Padre y el Hijo, pero la rechazará y negará.
Reúne, en sí mismo, la incredulidad judaica y la cristiana. Al mismo tiempo es cabeza del judaísmo apóstata y de la cristiandad apóstata. Y que esto sea posible nos muestra cuán completa será la apostasía.
El hombre de pecado
El pecado se originó por la tentativa del hombre de hacerse igual a Dios, como Satanás lo había prometido a Eva (Génesis 3). Esta tentativa termina en el hombre de pecado, “el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios” (2 Tesalonicenses 2:4).
1 Juan 3:4 nos aclara esta expresión. Pecado es transgresión de la ley o, inversamente, podemos decir también que la transgresión de la ley es pecado. Pecado es proceder según la propia voluntad, sin tomar en cuenta los pensamientos de Dios. Es proceder sin reconocer la autoridad de Dios sobre el hombre.
Respecto al Señor Jesús, el Hombre perfecto, se dice :
Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra
(Juan 4:34).
Y en Juan 8:29: “Porque yo hago siempre lo que le agrada (a Dios)”. Cristo, que era verdaderamente Dios, tomó en la tierra forma de siervo para glorificar a su Dios y Padre en todo.
Del anticristo, el hombre de pecado, se da en Daniel 11:36, como característica, que hará su voluntad. Su propia voluntad es la única medida de su proceder. Por lo tanto, hallamos en él la encarnación del pecado. Por eso él es llamado también, en 2 Tesalonicenses 2:8, “el inicuo”. Y sus ambiciones se hallan solamente dirigidas a su propia glorificación.
El rey de Babilonia, figura del último actor del poder imperial que se inició con el imperio babilónico, decía en su corazón: “Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (Isaías 14:13, 14).
Sin embargo, el anticristo va mucho más lejos. Se sentará en el templo del Dios de Israel, haciéndose pasar por Dios (2 Tesalonicenses 2:4).
El carácter revelado de esta persona y la apostasía precedente manifiestan con claridad que no debemos considerar el templo de Dios, de una manera figurada, en el sentido que se da en 1 Corintios 3:16-17 y Efesios 2:21-22 como “morada de Dios en el Espíritu”. Se trata realmente del templo judaico en Jerusalén, y allí se manifestará como el Dios de Israel.
El hijo de perdición
De 2 Tesalonicenses 2:3 resulta que el anticristo no vendrá antes de que la apostasía haya tenido lugar. En el versículo 3 no se trata de judíos apóstatas. La Escritura nos predice que también la masa del pueblo judaico apostatará en el tiempo final. Hallamos esto en muchos lugares del Deuteronomio, los Salmos y los Profetas. Y el versículo 4 está en relación con ello.
Aquí se trata, sin embargo, de la apostasía de la cristiandad. En las epístolas personales del Nuevo Testamento (Timoteo, Pedro, Juan, Judas) se dice, muchas veces, que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe. Eso es apostasía. Pero no es aún la apostasía, de la cual se trata aquí.
Esta viene solamente después de que la Iglesia haya sido arrebatada, quedando en la tierra solo los cristianos de nombre. Entonces una gran apostasía general de la cristiandad tendrá lugar. Serán manifiestamente renegadas las verdades fundamentales del cristianismo (véase también 1 Juan 2).
De esta apostasía procede el anticristo. Por eso se le llama el hijo de perdición. Es una regla general que la corrupción de lo precioso es la peor que pueda existir. Pero, el anticristo no apostatará solamente del cristianismo. Después, también, del judaísmo. Y en él hallamos, igualmente, la apostasía del hombre natural (animal). En el versículo 4 vemos ambos puntos: se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios, sentándose en el templo judaico.
El rey de los judíos
En las precedentes consideraciones hemos examinado el carácter religioso del anticristo. En la cristiandad apóstata, el anticristo hará función de jefe religioso. Allí el poder político estará en manos del Imperio romano restaurado y de su cabeza, la cual recibirá directamente del diablo su poder y trono y gran autoridad (Apocalipsis 13). Y allí su poder será espiritual, aunque lo utilizará (según Apocalipsis 13) para apoyar el poder del Imperio romano.
Tan pronto como las profecías se relacionan con los judíos, la imagen es cambiada. En contraste con el cristianismo, el judaísmo está en relación con la tierra. Salomón se sentó en el trono de Jehová en Jerusalén (1 Crónicas 29:23). Y la venida de Cristo (Mesías) significa para Israel “salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron… que, librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos en santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días” (Lucas 1:71, 74, 75).
Tan pronto, pues, como nos ocupamos de las profecías del Antiguo Testamento, vemos más el carácter político. Según ellas, el anticristo ocupará un lugar dominante. Así en las profecías este es llamado, en muchos lugares, “el rey”, sin más indicación. Para Israel será una figura bien conocida que dominará el tiempo del fin.
Cuando el Señor Jesús vino en el nombre de su Padre, correspondió tan escasamente en su manifestación a los deseos de los corazones, que le rechazaron. Cuando el anticristo venga en su propio nombre, le recibirán (Juan 5:43), pues este será según el corazón del hombre. Pero en la mitad de la septuagésima semana de año se manifestará en su forma verdadera, apostatando exteriormente también del judaísmo (compárese Daniel 9:27). Entonces el residuo fiel de Israel huirá de Jerusalén, porque se entablará contra él una terrible persecución.
En los Salmos se habla, frecuentemente, de una cierta persona impía que oprimirá al residuo. También en esta persona vemos al anticristo.
En Isaías 57 se reprocha al pueblo infiel que rindiera honores al rey, trayéndole regalos.
En Zacarías 11:6, Dios pronuncia el juicio de que entregará a los habitantes de la tierra en manos del rey de ellos.
En Isaías 30, Dios declara su juicio sobre él. Con Assur, el rey del Norte, le alcanzará el juicio de Jehová. Aquí hallamos el mismo pensamiento que en 2 Tesalonicenses 2. En Isaías 11:4 tenemos lo mismo, pero allí él es llamado “el impío”.
En Daniel 11:36-45 hallamos también a estas mismas personas: al anticristo y al rey del Norte. “Y el rey hará su voluntad, y se ensoberbecerá, y se engrandecerá sobre todo dios; y contra el Dios de los dioses hablará maravillas… del Dios de sus padres no hará caso, ni del amor de las mujeres”. Rendirá honor a los que le reconocen, repartiendo entre ellos la tierra como recompensa. Hará cesar el culto a Dios, honrando, en su lugar, al dios Mauzim, a saber, al dios de la guerra.
Sin embargo, entonces marcharán el rey del Sur y el rey del Norte (Egipto y Assur) simultáneamente sobre él. El rey del Norte vencerá, y el anticristo tendrá que darse a la fuga. Aquí tenemos, pues, la declaración de por qué en Apocalipsis 19 es llamado solamente el falso profeta y no es visto más como rey.
En Zacarías 11:17 esto ya ha sido profetizado. Allí vemos que primero su poder (el brazo) le es cortado, y que perderá enteramente su juicio (el ojo derecho). Esto sucederá cuando haga acuerdo con el Imperio romano (según Apocalipsis 19) para luchar contra el Señor Jesús, quien viene del cielo.
De Daniel 11:44 podemos deducir (en relación con el versículo 30 y Zacarías 14:4) que vuelve con el emperador romano y sus ejércitos a Palestina para reconquistarla y tomar Jerusalén.
Sin embargo, en este momento aparecerá el Señor Jesús y le aniquilará. Y como Apocalipsis 19 nos enseña, el anticristo y el emperador romano serán lanzados vivos al infierno.
Cómo será ejecutado este juicio, lo hallamos no solamente en Apocalipsis 19 sino también en 2 Tesalonicenses 2; Isaías 11:4 y 30:33.
“El espíritu de su boca” es la expresión de la energía que reside en el poder divino, sea en vista de la creación (Salmo 33:6), sea en juicio (2 Samuel 22:16; Job 4:9; Salmo 18:15; Isaías 11:4 y 30:33). No es un instrumento, sino la fuente de la potestad del Dios que realiza su propósito por una palabra.
Las dos bestias
En Apocalipsis 13 vemos dos bestias como instrumentos poderosos de Satanás. Satanás ha sido expulsado del cielo y ahora ejerce todo su poder aquí en la tierra. Pero no lo hace de una manera visible, sino que se vale de instrumentos.
La primera bestia sube del mar, situación donde no hay forma fija ni orden. Tiene diez cuernos y siete cabezas y recibe su trono y su poder de Satanás. En el capítulo precedente ya hemos visto que se trata del Imperio romano.
En el versículo 11 vemos subir una segunda bestia. Esta no sube del mar, sino de la tierra. Según el Apocalipsis es la representación de una situación bien organizada en cuanto a su gobierno. Se trata de un poder político, pues tiene dos cuernos. Se presenta con un aspecto semejante a Cristo, ya que se asemeja a un cordero. Pero tiene solamente dos cuernos, y no siete como la figura del Señor Jesús en Apocalipsis 5:6. Y su lenguaje da a conocer quién es, pues habla como un dragón.
La segunda bestia parece subir después de la primera. Viene cuando el mar ha sido cambiado en tierra. El versículo 12 confirma también eso, pues ejerce todo el poder de la primera bestia en presencia de ella. Además, realiza grandes señales, haciendo hasta descender fuego del cielo a la tierra. En el Antiguo Testamento esto es siempre señal de la presencia de Jehová. Lo vemos en la consagración del templo y asimismo con Elías en el Carmelo. Allí Dios mostró que él era Dios y no Baal.
La segunda bestia hace la misma señal, y de esta manera seduce tanto a los cristianos como a los judíos apóstatas, de modo que acatan su autoridad. Su poder político no es tan grande como el de la primera bestia.
Esta tenía diez cuernos y la segunda solo dos. Es un poder real, pero su influencia es, principalmente, religiosa. Como la primera bestia es cabeza del Imperio romano, la segunda bestia representa, pues, al jefe religioso, aunque en sentido político es subalterna a la primera. Imita al Señor Jesús como rey y como profeta, de modo que también es llamado en Apocalipsis 19 el falso profeta.
De Apocalipsis 13 resulta que las dos bestias cooperan íntimamente. La segunda bestia hace que los hombres adoren a la primera.
Muchos piensan que la primera bestia representa al anticristo. Si comparamos detenidamente pasajes de la Escritura entre sí, creo que llegaremos a una conclusión distinta.
En 2 Tesalonicenses 2:9 se dice del anticristo que su advenimiento es “por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos”. Lo mismo dice el apóstol Pedro del Señor Jesús en Hechos 2:22. Sin embargo, el anticristo obra por poder satánico y sus señales y sus milagros son mentirosos.
En Apocalipsis 13 estas señales se manifiestan solamente con la segunda bestia. La primera bestia no realiza señal o milagro alguno.
También la descripción de la segunda bestia indica claramente al anticristo, pues se asemeja a un cordero, el que en el Apocalipsis es la imagen conocida del Señor Jesús (véase por ejemplo: 5:6; 6:16; 7:9-17; 15:3; 19:7-9, etc.). Conforme a la Palabra, no poseerá todo el poder político. Solamente el Señor Jesús poseerá todo el poder, el cual es representado por los siete cuernos1 . El anticristo tiene solo dos cuernos. No podrá destruir a las potencias de este mundo. Dios ha reservado esto para el Señor Jesús.
- 1 N. del T.: Sabido es que el “cuerno” representa en lenguaje bíblico el poder y la fortaleza; y la cifra 7, la plenitud o perfección absoluta.