Encuentros y despedidas
Cuando se acercaban a su hogar, se sobresaltaron al ver a Sinn-Tek surgir repentinamente de un seto y precipitarse hacia ellas:
–¡Honorable madre, hermana mayor! ¡Oh, es terrible! El honorable padre está furioso. Cerró la puerta para que ustedes no entren.
La china comprendió inmediatamente lo que sucedía: su marido se había enterado de su visita a Sinn-Hap y no quería recibirla más. Sin embargo, se apresuró y entró al patio. Pero la puerta de la casa tenía cerrojo. Al interior se escuchaban voces irritadas y el llanto de los niños. La honorable madre temblaba de pies a cabeza. Tocó valientemente la puerta. Entonces se escuchó al honorable padre preguntar con voz ruda:
–¿Quién toca?
–¡Su esposa, honorable marido! La voz de la pobre madre temblaba tanto que apenas se podía reconocer.
–¡Vete, mujer! ¡Vete a casa de los diablos extranjeros! Esta casa no te pertenece más, ni los niños, y yo no soy más tu marido. ¡Vete!
La honorable madre estalló en llanto y se echó a la puerta, golpeándola con sus puños.
Sinn-Tek y su hermana trataron de detenerla, porque sabían lo que sucedería si la puerta se abría.
–¡Vamos, honorable madre… vámonos, no nos quedemos aquí!, suplicaban ellos angustiados.
El alboroto cesó al interior de la casa. ¿Qué había sucedido? ¿Se habrían ido a acostar todos?
De repente la puerta se abrió violentamente y el honorable padre, con el rostro trastornado por la rabia, apareció en el umbral. Agarró a Sinn-Tek, lo metió bruscamente al interior de la casa, y sin mirar a su mujer y a su hija, cerró la puerta de un golpe y le puso el cerrojo.
Las dos mujeres fueron definitivamente rechazadas. Jade Preciosa abrazó a su madre.
–¡Vamos a casa de los misioneros! Ellos son buenos y nos recibirán. Además, Sinn-Hap está allí. ¡Vamos, madre!
La pobre mujer, demasiado afligida para resistir, siguió a Jade Preciosa. Tropezaba a cada paso y, tan pronto como llegó a la puerta de los misioneros, se desplomó. Charles Studd llevó a la desdichada mujer al interior de la casa; su esposa trató de consolarla. Pero la china permanecía muda. Frecuentemente las madres de familia eran despedidas así. Pero ella jamás había pensado que semejante desgracia pudiera alcanzarla.
–Mañana temprano iremos con usted a ver a su marido, dijo la señora Studd. Tal vez en la noche reflexione y se dé cuenta de que la necesita para cocinar el arroz y cuidar a los niños.
La pobre mujer abandonada dio vueltas y vueltas en la cama toda la noche. Solo al amanecer pudo conciliar un poco el sueño. Temprano el señor Studd fue a la casa del honorable padre. Pero ya era demasiado tarde: la casa estaba vacía. El padre, el abuelo, los tíos y los niños se habían ido. Los chinos tienen pocos muebles, y hacer una mudanza es muy sencillo. ¡Así, toda la familia había desaparecido! Cuando el misionero contó su descubrimiento a Jade Preciosa, esta no pareció muy sorprendida.
–Honorable extranjero, ¡mi padre jamás me volvería a recibir en su casa! Yo también quiero seguir al Señor Jesús. Me ocuparé de mi madre.
Durante varios días parecía que los cuidados de su hija serían inútiles. La infeliz madre estaba tan enferma que había pocas esperanzas de que se salvara. Pero una tarde, cuando la señora Studd oraba a su lado, abrió los ojos y murmuró:
–Ese Jesús… quiero conocerlo… ¡Él es bueno!
Los meses pasaron y en la casa de los misioneros cambiaron muchas cosas en lo referente a la familia china. Sinn-Hap, su mujer Si-Hiang, su madre y Jade Preciosa fueron bautizados.
Fan-Tu se consagraba más y más a la evangelización entre su pueblo. Una noticia los llenaba de gozo a todos: pronto se casaría con Jade Preciosa.
Cierto día, cuando salía del local de reuniones, Jade Preciosa vio, a cierta distancia, dos personas a quienes reconoció inmediatamente: Sinn-Tek y Alegre Mañana.
–¡Hermano mío, pequeña hermana, qué bueno volver a verlos!
¡Qué encuentro tan conmovedor! No se habían vuelto a ver desde hacía mucho tiempo. Sinn-Tek anunció sin más preámbulo:
–Hermana mayor, ¡he venido a ofrecerme a Jesús! Escuché su voz que me llamaba. ¿No es extraño?
–No, hermano mayor, esto no debe sorprenderte porque nosotros hemos orado mucho a Dios por ti. Él siempre responde nuestras oraciones.
Sinn-Tek contó lo que había sucedido desde el día en que su padre lo metió a la fuerza al interior de la casa familiar. Esa misma noche se mudaron. El honorable padre consiguió una nueva mujer. Esta aceptó ocuparse de los niños, pero no de Alegre Mañana, lo cual hizo que Sinn-Tek decidiera llevarla consigo.
–Vengan a ver a la honorable madre, les dijo Jade Preciosa. ¡Será un día maravilloso para ella!
Apenas los vio, la honorable madre corrió, abrió sus brazos y estrechó contra su corazón a sus amados hijos.
Los años pasaron. Cuatro niñas alegraban el hogar misionero. Pero ese día los amigos chinos, especialmente Jade Preciosa y Si-Hiang, estaban muy tristes: la familia Studd se iría de la China. Charles Studd había estado gravemente enfermo, a punto de morir, y debía regresar a Inglaterra. Todos los cristianos reunidos para despedir a sus queridos misioneros sabían que no verían más esos rostros amigos, hasta el día en que se encuentren todos en la “casa del Padre”.
Para facilitarles el viaje, Sinn-Hap, Sinn-Tek, Fan-Tu y otros acompañarían a sus amigos hasta el puerto, después de lo cual regresarían para continuar la obra comenzada junto a sus compatriotas. Jade Preciosa, ahora la esposa de Fan-Tu, hubiera deseado ir con ellos, pero debía ocuparse de sus dos pequeños hijos y de su madre.
Cuando todo estuvo listo, los obreros cargaron el equipaje. El momento de la partida llegó. Los queridos amigos se dijeron adiós, luego se separaron con los ojos llenos de lágrimas y el corazón afligido, pero lleno de agradecimiento.
–¡Cuán sola estará la casa ahora que ellos se fueron!, suspiró Jade Preciosa.
–Sí, respondió Si-Hiang, pero nos queda un Amigo, Jesús nuestro Salvador, quien siempre estará con nosotros.