Jade preciosa

La pequeña china

El regreso de Sinn-Hap

Por el camino que conducía a la casa de Jade Preciosa, un joven caminaba lentamente, cabizbajo, agobiado por las preocupaciones. Era Sinn-Hap que volvía a casa de sus padres. Su honorable madre le había contado en una carta lo que había sucedido. Una vez más, su miserable mujer lo había decepcionado dándole una hija. Pero esa no era su más amarga preocupación. Sinn-Hap se había empobrecido. Durante los últimos meses había gastado hasta su último centavo para que el cielo le concediera un hijo varón. Pero los dioses estaban ávidos; él se había endeudado al máximo para pagar las ofrendas, el incienso y las oraciones… ¡Si éstas hubieran sido oídas, él hubiera trabajado gustosamente hasta más no poder! Pero ahora…

El pobre muchacho no tenía ninguna prisa para ver a su honorable madre. Sospechaba que ella lo incitaría a despedir a Si-Hiang. Incluso insistiría para que la echara, y él, como buen hijo chino, sumiso y obediente, sabía que terminaría por ceder. No era que le importara mucho su mujer, quien sin embargo era amable y dulce. Pero él necesitaba a alguien que le cocinara, le remendara la ropa y limpiara la casa. Y Si-Hiang hacía muy bien estos trabajos.

–Con esta horrible deuda, no tengo dinero para comprar otra mujer, pensaba él. ¡Hubiera sido mejor que se hubiera muerto!

Una voz amiga lo sacó repentinamente de sus sombrías reflexiones:

–Hola, ¡mi amigo Sinn-Hap!

Levantando los ojos, vio acercarse a su antiguo amigo de infancia, Fan-Tu.

–¡Cómo me alegra volver a verte!, dijo Fan-Tu. ¡Tengo tantas cosas que contarte! Llegas en buen momento. ¿Tienes prisa para ir a saludar a tus honorables padres?

–¡Tengo tiempo!, respondió Sinn-Hap, feliz de reencontrarse con su amigo.

Al observarlo, le pareció que algo había cambiado en él. ¿Qué era? Su amigo parecía diferente, como lleno de un gozo interior. ¿Se había casado? ¿Tenía un hijo? ¡No! Sinn-Hap seguramente se habría enterado. Incluso antes de que alcanzara a interrogarlo, Fan-Tu le preguntó:

–¿Has oído hablar de los predicadores de Jesús?

Al escuchar estas palabras, una especie de rabia fría llenó el corazón del joven. ¿No eran esos diablos extranjeros, los que habían echado una maldición a su mujer y le habían traído todas esas desgracias?

–¡Oh, sí, he oído hablar de ellos!…

–Ellos están aquí, ¿sabes?

–Sí, lo sé demasiado bien.

–Van a dar una charla en la plaza de mercado en un momento. ¡Justamente iba para allá! Sinn-Hap, amigo mío, me gustaría tanto que vinieras conmigo.

–¡No, no!, respondió Sinn-Hap. No quiero tener nada que ver con ellos.

Sin embargo, en el fondo de sí mismo sentía mucha curiosidad. Tal vez esta sería la ocasión de ver a esa gente que poseía tal poder… Fan-Tu notó su indecisión.

–¡Vamos!, le suplicó. ¡Oh, amigo mío, si supieras cuán feliz soy! ¡Debo contarte todo! Aprendí a conocer a su Dios. Él no es como los dioses de la China. Es un Dios bueno y compasivo, lleno de amor. Sinn-Hap, puedes creer esto: ese Dios solo tenía un Hijo, y lo dio en sacrificio por los hombres pecadores.

–¿Cómo?, preguntó Sinn-Hap, quien no comprendía muy bien lo que su amigo le explicaba.

–¡Su Dios nos ama, Sinn-Hap! Él ama a todos los hombres, a los ricos como a los pobres, y a las mujeres también. ¡Ven conmigo! Tú también debes escuchar esta buena noticia.

Tomando a su amigo firmemente por el brazo, Fan-Tu lo llevó a la plaza de mercado. Una multitud se había reunido allí. Para su gran sorpresa, Sinn-Hap vio rostros conocidos: el profesor y su esposa, el viejo zapatero, e incluso algunos vecinos.

Charles Studd, parado en un estrado, contaba sencillamente la maravillosa historia del amor de Dios. Un Dios que amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único para salvar a los hombres pecadores.

Sinn-Hap escuchó atentamente. ¡Nunca se había imaginado que un Dios pudiera amarlo! Siempre había tenido la impresión de que los dioses de su país querían castigarlo y exigían de él oraciones y ofrendas. Pero que un Dios pudiera amarlo a él, a Sinn-Hap… De repente el joven hombre se vio tal como era: un pecador lleno de odio, de maldad y de malos pensamientos. Cubriendo su rostro con sus manos temblorosas, aceptó ese amor y recibió en su corazón a Aquel que deseaba ser su Salvador. Cuando la reunión finalizó, fue a sentarse en un rincón solitario y reflexionó largamente sobre lo que acababa de suceder. Su alma estaba turbada y emocionada a la vez, pues ya sentía que un gozo desconocido lo inundaba. Al fin se levantó y se dirigió resueltamente hacia su casa paterna.

Era la hora de la comida. La familia estaba reunida alrededor del plato de arroz cuando Sinn-Hap abrió la puerta. La honorable madre se alegró mucho al ver a su hijo mayor. Pero, ¿qué le había sucedido? Ella apenas lo reconocía. Parecía tan feliz… Seguramente no imaginaba las malas noticias que lo esperaban. ¿Qué significaba esa alegría en su rostro? Las primeras palabras de Sinn-Hap fueron un verdadero choque para toda la familia:

–Honorable madre, ¿dónde está Si-Hiang, mi mujer?

Esta inesperada pregunta aterrorizó a la madre, quien empezó a dar explicaciones confusas:

–Esa miserable criatura, ¡esa mala mujer! Pues bien, ella se fue… En cuanto a su hijo, era una niña sin ningún valor. Sin duda hace mucho tiempo que las bestias salvajes la devoraron, ¡y eso era lo mejor! Lo único que debes hacer, hijo mío, es buscar otra mujer…

Sinn-Hap no supo qué responder. Anhelaba tanto volver a encontrar a su mujer para contarle todo lo que acababa de cambiar en su vida. Ahora sabía que Dios amaba a Si-Hiang tanto como a él. Pero, ¿cómo explicar esto a su familia? Y ahora, todas estas malas noticias venían a golpearlo de frente. Su triste situación volvió a su mente: no tenía dinero, incluso estaba lleno de deudas. Su acreedor podía echarlo en prisión cuando quisiera…

–¡Come tu arroz!, ordenó el honorable padre.

Sinn-Hap, sumiso como todo hijo chino, se sentó a la mesa sin agregar ni una palabra. Mientras tanto, dos pares de curiosos ojos lo observaban: los de Sinn-Tek y Jade Preciosa. Esta última pensaba: ¡No está enojado con su mujer, pues desea volver a encontrarla! ¿Qué le habrá sucedido? En cuanto a Sinn-Tek, estaba completamente estupefacto. Después de la comida, Sinn-Hap se inclinó ante su padre y le dijo:

–Honorable padre, me encontré con mi amigo Fan-Tu, y quiero ir a hacerle una visita.

El honorable padre se sintió halagado. Fan-Tu era el hijo de un rico comerciante, y su amistad siempre podía serle útil…

–Ve, hijo mío, y olvida a tu miserable mujer. A esta hora ella debe estar muerta, y es lo mejor que puede suceder.

Para el honorable padre, como para sus compatriotas, una mujer no valía gran cosa. Sinn-Hap se alegraba de volver a ver a su amigo para contarle las cosas extrañas y maravillosas que acababa de experimentar. También sentía una gran necesidad de pedirle consejo. Lo encontró en la calle.

–¡Qué feliz encuentro!, exclamó Fan-Tu. Precisamente iba a buscarte. Me gustaría que vinieras conmigo a la congregación.

Sinn-Hap dudó un momento. Deseaba mucho ir con su amigo, pero el miedo lo torturaba. No se hacía ilusiones sobre el recibimiento que le harían sus padres si él se unía a los «predicadores de Jesús». Para él, volverse cristiano significaba ser perseguido y rechazado por los suyos. Fan-Tu lo consideró con compasión.

–Amigo mío, lo que Jesús nos da cuando lo seguimos es mil veces mejor que lo que nosotros abandonamos por él. Yo sé muy bien que soy privilegiado, porque mi honorable padre también recibió las Palabras de Vida. Creo que pronto todos los míos se volverán hacia el Señor Jesús, y lo amarán como yo he aprendido a amarlo.

Sinn-Hap decidió seguir a su compañero. Le abrió su corazón y le contó todas sus dificultades: sus deudas, la desaparición de su mujer, la muerte de sus hijos.

–Ya ves en qué situación me encuentro, Fan-Tu. ¡Estoy desesperado!

–No digas eso, Sinn-Hap. ¡Dios te ayudará! Vamos a pedir consejo a los misioneros.

Esa tarde, después de la reunión, Sinn-Hap sentía un inmenso gozo en su corazón. Angustias, preocupaciones, tristezas, todo fue olvidado. De ahora en adelante confiaría en su Salvador quien lo había buscado y atraído hacia él.

–Si tienes problemas, ven a mi casa, le recomendó Fan-Tu al despedirse. Mi hogar será el tuyo si tu honorable familia te echa.

La casa estaba en silencio cuando Sinn-Hap regresó. Sin hacer ningún ruido se deslizó en la gran cama que compartía con sus jóvenes hermanos. Pero una pequeña cabeza salió de debajo de la manta y una voz murmuró:

–¡Hermano mayor!

–Sinn-Tek, ¿por qué no te has dormido?

–Acabo de acostarme. Sinn-Hap… ¡yo te vi!

–¿Me viste? ¿Dónde?

–Jade Preciosa y yo te vimos. ¡Nosotros también estábamos en la iglesia! Vamos allá con frecuencia.

Sinn-Hap, estupefacto, miró a su hermano.

–¿Vas con frecuencia?… ¿A la iglesia?

–Sí. Jade Preciosa y yo conocemos a las Mems, las que tienen los cabellos raros…

–¿Nuestro honorable padre lo sabe?, preguntó Sinn-Hap.

–¡Oh no, no! ¡Estaría furioso! Él detesta a los predicadores de Jesús. Piensa que son diablos. Dice que por culpa de ellos tu hijo nació mujer y con una mancha maldita en el rostro.

–¿Una mancha maldita?, repitió Sinn-Hap que no sabía nada de eso.

–Sí, había como una mancha de sangre en el rostro de la niña…

En ese momento escucharon a los hombres entrar, y Sinn-Hap hizo señas a su hermano para que se quedara tranquilo. Él mismo, cubriendo su cabeza con la manta, permaneció inmóvil. Pero mil pensamientos se agitaban en su cabeza. Una mancha de sangre… esto había causado la muerte a su hija. Pero la preciosa sangre de Cristo le había dado la vida. A pesar de toda su miseria, un gran gozo llenaba su corazón.

Se levantó al alba, salió al patio y se sentó en un rincón. Como la luz de esa clara mañana anunciaba un nuevo día, Sinn-Hap tomó consciencia de que comenzaba una nueva vida. Humildemente se puso de rodillas y oró a Aquel que le daría la fuerza y el valor que tanto necesitaría muy pronto.

En ese momento Jade Preciosa entró al patio. Viéndolo arrodillado, corrió hacia él. Ella amaba tiernamente a su hermano mayor. Sinn-Tek era su amigo, su camarada, su compañero. Los otros niños y Alegre Mañana todavía eran pequeños. Pero a su gran hermano Sinn-Hap lo amaba y lo admiraba al mismo tiempo. Se sorprendió mucho al verlo así arrodillado. Sin duda estaba muy triste; ¿o tal vez oraba a su dios para que le enviara un hijo?

Cuando se acercó a él, se detuvo, estupefacta. Su rostro no estaba triste, todo lo contrario: ¡irradiaba gozo! Sonrió a su joven hermana, y como respuesta a su mirada interrogante, le anunció:

–Pequeña hermana Jade, ¡estoy muy, muy feliz!

–¿Por qué, hermano mayor?, preguntó ella dulcemente, mientras sus pensamientos se elevaban hacia Si-Hiang y su bebé; estaba tan triste al no poder verlas más.

–Ven a mi lado. Escucha bien: Encontré a Jesús, el Salvador del mundo, y soy muy feliz. Mi corazón está lleno de luz, como la del sol esta mañana.

Él trató de contarle su experiencia, su encuentro con un Dios de amor, un Amigo, tan diferente de los dioses terroríficos que ellos conocían… Cuando él terminó de hablar, Jade Preciosa murmuró:

–Yo sé.

–¿Tú también sabes? ¿Cómo sucedió?, preguntó sorprendido.

–Yo sé que él es bueno y poderoso, y que los que lo aman tiene la paz del corazón.

La chica suspiró. Sí, ella había visto a Jesús, pero solamente de lejos.

–¿Es también tu Salvador?

–Me gustaría mucho, pero no me atrevo…

Sinn-Hap guardó silencio. En su nuevo gozo, casi había olvidado las dificultades que lo esperaban. Jade Preciosa le contó entonces cómo Sinn-Tek y ella asistían frecuentemente a las reuniones cristianas; le refirió sus charlas con los misioneros cuando visitaban la casa encantada.

–Si aún vivieran allí, agregó ella, yo podría volver a verlos… Pero se fueron. Ahora viven en una casa grande al otro lado de la ciudad. Si voy hasta allá, alguien podría verme y contárselo a nuestros honorables padres. ¡Oh, hermano mayor!, todos ellos odian a los predicadores de Jesús: nuestro padre, nuestro abuelo, nuestros tíos. Ellos quieren echarlos, ¡matarlos si pudieran! Sinn-Hap, si ellos sospechan que tú también…

Sinn-Hap sabía que la cólera, la persecución y tal vez la muerte lo esperaban.

–Pequeña hermana, ¡Jesús es todo para mí!

–¿Se lo vas a contar a nuestros honorables padres?

–Sí, ¡pronto! Aún debo pensar bien en la manera como les voy a anunciar mi fe. Pero ahora, ¡háblame de mi mujer!

–Ella se fue, se escapó. Se asustó mucho cuando supo que llegarías.

–Ella pensó que yo le haría daño a causa de su bebé. ¡Pero Dios cambió mi corazón! ¡Quisiera encontrarla! ¿Sabes dónde puede estar?

–No tengo la menor idea. Hace mucho tiempo que se fue. ¡Pero no podrás traerla a casa! Nuestra honorable madre no te lo permitirá jamás.

–Tal vez… ¡pero tengo que encontrarla!

–Ella está muerta, sin duda. Su bebé también.

–¿Estás segura?

–Dejaron a la pequeña en la pagoda, para que las bestias salvajes se la llevaran. Un día la honorable madre me pidió que fuera a ver. Yo fui… ¡no había ninguna señal de la bebé! Hay muchos lobos rondando por esos lados, Sinn-Hap.

Diciendo estas últimas palabras, los ojos de la niña se llenaron de lágrimas, y no se atrevió a mirar más a su hermano.

De la casa resonó la voz severa de la honorable madre.

–La honorable madre me llama, suspiró ella.

–Guarda mi secreto algunos días todavía, le recomendó Sinn-Hap mientras regresaban a la casa.

La honorable madre sonrió a su hijo. Ella lo amaba tiernamente, era su primogénito, su orgullo. La familia se reunió alrededor de la mesa para comer el arroz, es decir, primeramente los hombres, porque las mujeres debían servirles primero a ellos.

Después de la comida, Sinn-Hap salió a buscar a su amigo Fan-Tu. Este trabajaba en el gran almacén de su padre.

–¡Vuelve en un momento!, dijo él a su visitante. Y luego agregó en voz baja: Hay una reunión en la plaza de mercado. ¡Ve, yo trataré de alcanzarte!

Sinn-Hap decidió ir a esa reunión. No tenía ningún deseo de regresar a su casa. Sería muy difícil no traicionarse, resistir…

–Fan-Tu podrá ayudarme y darme buenos consejos, pensaba mientras caminaba perdido en sus pensamientos.

De repente sintió que alguien lo agarraba por la manga de su camisa. Volviéndose, vio el rostro turbado de Jade Preciosa quien estalló en sollozos:

–¡Hermano mayor, oh hermano mayor!

–¿Qué sucede, Jade, por qué lloras?, le preguntó afectuosamente.

Entre sollozos ella le contó la terrible noticia. Media hora antes, la casa había sido como sacudida por un huracán. La honorable madre, Jade Preciosa y su pequeña hermana estaban ocupadas en sus quehaceres domésticos cuando los hombres de la familia, el honorable padre, el abuelo y los dos tíos se precipitaron en la casa. Sus pequeños ojos negros titilaban, sus manos temblaban. Estaban excesivamente agitados.

–¿Dónde está Sinn-Hap?, gritaron todos a la vez.

La honorable madre, aterrorizada, se tambaleó y se agarró de un mueble.

–¡No sé, honorable marido! Él fue a encontrarse con su amigo Fan-Tu. Por lo menos eso fue lo que nos dijo…

–¡Mujer, tu hijo nos ha deshonrado y nos ha puesto en gran peligro! ¡Tu hijo se ha unido a los diablos extranjeros!

Al escuchar esta aterradora noticia, la honorable madre dio un grito alarmante.

–¡No, no, eso no es posible, no puede ser verdad!

–¡Es totalmente cierto! ¡Toda la ciudad lo sabe! Mi hijo, mi hijo mayor no solamente fue a la plaza de mercado, donde esos demonios pronuncian sus palabras mágicas, sino también a su templo para adorar con ellos. Mi mejor amigo lo vio…

El honorable padre casi se ahoga de la ira, mientras la honorable madre, para excusar a su hijo muy amado, buscaba un culpable:

–¡Es culpa de esa miserable Si-Hiang! ¡Ella está poseída!

La pobre mujer se precipitó al rincón donde se erigía el altar familiar y se postró ante el dios presentándole oraciones y súplicas. Por toda respuesta, el rostro de piedra del terrible ídolo parecía burlarse…

–¡Vea, vea, el dios está en cólera! ¡Oh! ¿Qué más nos sucederá ahora?

Pero el semblante del honorable padre parecía aún más siniestro que el del ídolo.

–¡Mataré a mi hijo!, exclamó.

La honorable madre empezó a sollozar, porque ella sabía que su marido cumpliría su palabra.