Días terribles
Cuando Jade Preciosa vio la expresión feroz de su padre, sintió que su corazón se le salía del pecho. Sin hacer ruido, salió sigilosamente de la habitación, atravesó el patio y empezó a correr con todas sus fuerzas. Era necesario advertir a Fan-Tu y encontrar a Sinn-Hap antes de que regresara a casa. El honorable padre siempre llevaba un gran cuchillo escondido en su chaqueta, para defenderse de los ladrones en la noche. La chica tenía un miedo terrible de que él lo utilizara contra su hijo… Mientras ella corría hasta perder el aliento, tuvo la profunda convicción de que solo el Dios de los cristianos era bastante bueno y poderoso para ayudarla.
–Jesús, tú que eres bueno, te ruego, te suplico, ¡ayúdame a encontrar a mi hermano!
La respuesta no se hizo esperar. Jade Preciosa de pronto vio a su hermano. Fue entonces cuando lo agarró por la manga. Después de haberle contado todo, le suplicó:
–No vayas a casa, ¡ellos te matarán! O por lo menos pídele a Fan-Tu que te acompañe, tal vez él pueda protegerte…
Sinn-Hap sacudió la cabeza. Era él quien debía librar esta batalla, y sabía Quién estaría con él. Había deseado hablar tranquilamente con sus padres. Sospechaba que su enojo sería grande, pero creía poder contar con su ternura…
Pero ahora sabía que su rabia y su miedo remplazarían su afecto.
–Querida hermanita, ¡no temas! Dios, a quien pertenezco ahora, me ayudará. Él estará conmigo. Vuelve a casa y no digas que me buscaste, porque podrían reprochártelo. ¡Ve adelante, yo te seguiré!
Llena de miedo, la niña obedeció dócilmente. Apenas había recorrido unos cien metros cuando encontró a Sinn-Tek.
–¡Oh, Jade!, exclamó él, temblando, estoy buscando a Sinn-Hap. El honorable padre me ordenó que lo buscara y lo llevara a casa. ¡Ellos lo están esperando, están furiosos con él! ¿Sabes por qué?
–Sí, lo sé. Se enteraron de que quiere seguir a Jesús, y que va a las reuniones de los misioneros…
–¡Oh, van a matarlo, estoy seguro!, gimió el jovencito.
Cuando ellos regresaron a casa, encontraron a toda la familia reunida. Incluso los niños pequeños estaban reunidos en un rincón, aterrorizados, no entendiendo lo que sucedía.
–¡Honorable padre, anunció Sinn-Tek, Sinn-Hap ya viene!
–¿Dónde estaba? ¿Dónde lo encontraste?
–En la calle, no muy lejos de aquí…
Un instante después la puerta se abrió y Sinn-Hap apareció.
Se detuvo en el umbral y se inclinó reverentemente ante la familia reunida. Su rostro estaba tranquilo e iluminado por la paz de su alma. Su padre le preguntó:
–¿Es verdad que has estado con los diablos extranjeros?
–Sí, honorable padre, he estado con los predicadores de Jesús. Ellos me enseñaron que Jesús es el Hijo del único y verdadero Dios. De ahora en adelante, él es mi Dios, ¡y yo lo seguiré hasta la muerte!
Un gran silencio siguió a esta declaración. Sinn-Hap había hablado tranquila y amablemente, pero en su voz se notaba que estaba firmemente decidido. Sinn-Tek se acercó a Jade Preciosa, y en una angustia indescriptible, los dos niños se estrecharon. La honorable madre estaba demasiado aterrorizada para tomar la palabra. Entonces, súbitamente, los cinco hombres de la familia: el abuelo, el honorable padre y los tres tíos se lanzaron sobre Sinn-Hap. Este no se defendió. Enfrentó la situación con un corazón firme y valeroso…
Un momento después, el honorable padre lanzó el cuerpo ensangrentado y flagelado de Sinn-Hap a la calle, fuera del patio. Luego todos los hombres se fueron, cada uno por su lado. En la casa solo se oían gritos y gemidos. La honorable madre sollozaba como si su corazón se le fuera a destrozar. Sinn-Hap, su hijo muy amado, asesinado ante sus propios ojos… Los niños gritaban aterrorizados, pero nadie parecía inquietarse por ellos. Jade Preciosa y Sinn-Tek, apenas lograron reponerse un poco, salieron en busca de su hermano. ¿Estaría vivo todavía? ¡Pero no lo encontraron!
–¿Dónde estará?, exclamó Jade Preciosa.
Sinn-Tek parecía meditabundo:
–¡Cuánto debe amar a ese Jesús para sufrir así por él!
Pero la voz de su hermana lo volvió a la realidad:
–¡Yo también quiero amarlo! Quiero conocerlo mejor…
Sinn-Tek la miró angustiado. Él sabía que el hecho de ser una débil chica no la preservaría de la rabia de su padre.
–¡Oh, hermana mayor!, murmuró él.
–Sí, yo también quiero seguirle.
Después de un largo silencio el jovencito exclamó:
–¡Vamos a casa de Fan-Tu! Tal vez él pueda encontrar a nuestro hermano mayor y cuidarlo, si…
No se atrevió a agregar: «si no está muerto».
Era la hora de la cena para Fan-Tu y su padre Fan-Si, quienes comían en su trastienda.
–¿Qué sucede, mis amigos?, preguntó el joven al ver a sus dos pequeños visitantes atravesar tímidamente la puerta del almacén.
Por toda respuesta Sinn-Tek estalló en sollozos; Jade Preciosa tuvo que contar la triste historia y concluyó tristemente:
–Ya no tenemos arroz debido a la hambruna, la honorable madre llora todo el tiempo y los pequeños también. Oh, honorable Fan-Tu, ¿podría usted buscar a nuestro hermano mayor?
Fan-Tu y su padre mostraron gran simpatía y bondad hacia sus pequeños amigos. Fan-Si dijo dulcemente:
–Acércate, hijo mío. Yo también conozco y amo a ese Jesús, el Hijo del único y verdadero Dios. ¡Toda la ciudad lo conocerá un día! Tal vez yo también deba sufrir por él… Acérquense y coman arroz con nosotros, luego pediremos a Dios que nos ayude a encontrar a Sinn-Hap.
Cuando terminaron de comer, los cuatro se arrodillaron y oraron. Los dos niños sintieron que, muy cerca de ellos, había una presencia real, llena de amor, que ciertamente les ayudaría. De regreso a su casa encontraron a sus hermanos y hermana llorando. La honorable madre había desaparecido. Sinn-Chang explicó que ella había salido hacía mucho, mucho tiempo.
–Fue a buscar a Sinn-Hap, dijo Jade Preciosa.
Efectivamente, la desdichada madre estaba segura de que su hijo debía estar muriendo en alguna parte. Había visto cómo los cinco hombres lo golpeaban con pies y manos, lo acuchillaban y finalmente lo echaban a la calle. Sin embargo él no había dado ni un solo grito, y su rostro estaba extrañamente resplandeciente.
Segura de encontrarlo, ella recorrió los alrededores, mirando en las cunetas y bajo los arbustos. Pensaba que él no podía encontrarse muy lejos. Pero después de horas de vana búsqueda, la honorable madre regresó a la casa, temblando. Jade Preciosa tuvo que ayudarla a acostarse en la cama.
–Mi hijo Sinn-Hap, ¿está a salvo?
La chica dudó. No sabía nada, sin embargo estaba segura, absolutamente segura, de que todo iría bien para su hermano.
–¡No se preocupe, honorable madre!
Deseaba agregar: «Sé que el Dios de los misioneros lo cuidará», pero no se atrevió… Mientras hacía las tareas domésticas, oró a ese Jesús y le abrió su corazón. El Dios de los cristianos pronto respondería a las oraciones de su joven fe. Durante ese tiempo, Fan-Tu y su padre recorrieron la ciudad en busca de su amigo.