Jade preciosa

La pequeña china

Dios responde

En la casa de los misioneros, Si-Hiang conversaba con la señora Studd.

–Usted se quedará con nosotros, dijo esta última. Nos ayudará a cuidar las niñas, a su pequeña Alegría y a nuestra pequeña Gracia.

El corazón de la joven china desbordaba de felicidad y agradecimiento. Desde que conocía a su Salvador, una paz inmensa llenaba su vida. Sin embargo, no podía dejar de pensar en su esposo y en Jade Preciosa. Le hubiera gustado tanto hacer algo por ellos…

–Oraremos para que el Señor permita que los volvamos a ver, le había dicho Charles Studd. ¡Dios puede hacer milagros!

Los ojos de Si-Hiang brillaron de gozo:

–Ya lo hizo conmigo. ¡Me trajo aquí, me devolvió a mi bebé, llenó mi corazón de su amor!

Al caer la tarde, un pequeño mensajero fue a pedir al señor Studd que visitara a una anciana china cristiana que estaba muy enferma. Entonces dejó a su esposa y a sus amigos irse a la reunión anunciada, mientras Si-Hiang cuidaba a las niñas. Él, equipado con una gran linterna, porque las calles estaban oscuras y frecuentemente llenas de obstáculos, se puso en camino. Iba por un callejón oscuro, caminando con precaución, cuando de repente divisó una figura oscura apoyada contra el muro. Inicialmente pensó que se trataba de un fumador de opio ebrio perdido, como sucedía frecuentemente. Pero bajando su linterna, vio a un joven gravemente herido…

 

Si-Hiang, sola con las bebés, escuchó tocar suavemente la puerta. Tuvo miedo de abrir a esa hora tardía. Pero el visitante llamaba cada vez más insistentemente y con más fuerza. Al fin Si-Hiang corrió el cerrojo y abrió prudentemente la puerta. La luz de la lámpara alumbró el rostro del misterioso visitante. Al reconocerlo, Si-Hiang dio un grito:

–¡Jade Preciosa!

Pero la chica, demasiado agitada para fijarse en la persona que le abría, exclamó:

–¿Puedo hablar con la señora o el señor misionero? ¡Se lo ruego, por favor!

Pero después de haber atravesado el umbral de la puerta, por fin reconoció a su cuñada.

–¡Oh, Si-Hiang, mujer de mi hermano mayor!… ¿Eres tú? ¿Qué haces aquí en la casa de los misioneros?

–¡Sí, soy yo, y mi hija también está aquí! Te contaré todo. Pero primero dime por qué lloras. Te ves turbada…

Como respuesta, la chica lloró aún más.

–Jade, aquí estás segura. Por el momento yo estoy sola, pero los misioneros regresarán pronto. Ellos se ocuparán de ti, como lo hicieron conmigo. Siéntate y descansa un momento. Mientras tanto podemos orar. El Señor Jesús nos escuchará, si nosotras le hablamos… ¿Sabes?, Jade Preciosa, yo también le pertenezco. Yo le entregué mi corazón, ¡soy cristiana! Lo amo y sé que él me ama, pues su sangre se derramó por mí. ¡Jade, soy feliz! ¡Oh, totalmente feliz!

El rostro de la joven china, resplandeciente de gozo, confirmaba la veracidad de sus palabras.

–Sinn-Hap también era cristiano, murmuró la chica. Estaba dispuesto a morir por su Dios. Además, tal vez ya… ¡Oh, Si-Hiang, si tú supieras… si supieras todo lo que sucedió después de tu partida…

Entonces Jade Preciosa, animada por el cariño de su cuñada, le contó todo lo occurido. Y terminó su relato explicando cómo, durante todo el día, Sinn-Tek, Fan-Tu, su padre y ella habían buscado a Sinn-Hap.

–Si-Hiang, nadie ha podido encontrarlo. Además la honorable madre parece fuera de sí. No se mueve, no habla, no le importa lo que sucede a su alrededor. Ya no sé qué hacer, por eso pensé en los misioneros. Sé que ellos son buenos y encontrarán la manera de ayudarnos.

–¡Bendito sea Dios!, respondió Si-Hiang. ¡Fue él quien te trajo aquí! Si acaso mi marido aún está vivo, estoy segura de que él lo cuidará… Pero ahora, mira a mi hija. Se llama Alegría, y aquí está Gracia; ella también es una niña buena, a pesar de tener los ojos claros y el cabello rubio. Pero no es linda como mi bebé. Ella siempre será feliz, porque desde la infancia conocerá el amor del Señor Jesús.

Mientras ellas observaban a las bebés dormir tranquilamente, escucharon la voz de Charles Studd al exterior de la casa:

–Abre la puerta, Si-Hiang, ¡abre rápido!

La joven se dio prisa a obedecer. El misionero llevaba un herido en sus brazos.

–Hierve agua, trae algodón y todo lo que encuentres para hacer vendajes.

Puso su carga en el piso, cerca de la estufa, y fue entonces cuando notó la presencia de Jade Preciosa.

–Ya nos hemos visto alguna vez, le dijo amablemente. ¿Cómo te llamas?

–Me llamo Jade Preciosa.

–Bien, Jade Preciosa, ¿podrías ayudarnos a curar a nuestro herido?

Sonriendo, ella respondió:

–¡Sí, con mucho gusto!

Se acercó tímidamente, pero en el momento en que giró su cabeza hacia el hombre inmóvil, dio un grito de sorpresa: –¡Hermano mayor! Es mi hermano mayor, ¡Sinn-Hap! ¡Usted lo encontró!

Y cayó de rodillas al lado del cuerpo inmóvil. Si-Hiang llegó en ese momento y por poco deja caer la olla de agua caliente que traía.

–¡Tuan, Tuan, es Sinn-Hap, mi marido! Él también es cristiano. ¡Su familia lo agredió a causa de su fe!

–Hagamos rápido todo lo posible para curarlo.

El pobre Sinn-Hap se encontraba en un estado tan lamentable que su recuperación parecía poco probable. Lavaron y vendaron sus numerosas heridas. Le hicieron tomar algunas cucharadas de leche caliente. Charles Studd dio gracias a Dios por la manera maravillosa en que había conducido y reunido a estos jóvenes. Hasta el fin de su vida, Sinn-Hap llevaría las marcas de su martirio.

Jade Preciosa sentía que el Jesús de los cristianos estaba ahí, cerca de ellos, lleno de amor y compasión. ¡Qué bueno y poderoso era al haberles devuelto a Sinn-Hap! Pensando que esta maravillosa noticia sanaría a su madre, se fue corriendo hasta su casa. Allí todo estaba como antes de que ella saliera: los niños dormían en un rincón, los hombres habían salido, la madre parecía insensible a todo lo que la rodeaba. La chica se inclinó hacia ella y le dijo:

–Honorable madre, ¡escúcheme! El hermano mayor fue encontrado y está a salvo.

–¿Mi hijo? ¿Mi hijo? ¿Estás segura?

–Está gravemente herido, pero vive. Está seguro en casa de los predicadores de Jesús. ¡Y ese Jesús también está ahí! Yo no lo vi, pero sé que está ahí. ¡Oh, honorable madre, su Dios es mucho más poderoso que todos nuestros dioses! Si-Hiang también está allá con su bebé.

La pobre madre extendió su mano para acariciar a su hija, quien se sintió muy conmovida y sorprendida por este gesto inhabitual. Su madre nunca le había manifestado tal afecto. Los chinos normalmente no son muy expresivos. Para ellos, el deber y la obediencia cuentan más que el amor.

Esa noche nadie durmió mucho en la casa de los misioneros. Sinn-Hap estaba tan enfermo que era necesario vigilarlo continuamente. Pero al amanecer, dio un suspiro y abrió los ojos. Si-Hiang se acercó suavemente.

–¡Sinn-Hap, soy yo, Si-Hiang, tu mujer! Yo también creo en Jesús.

Al escuchar este nombre, una sonrisa apareció en el pálido rostro del joven, y murmurando: ¡Jesús!, volvió a cerrar los ojos.

–Debe descansar, ¡dejémoslo tranquilo!, aconsejó la señora Studd.

Ese día la honorable madre se levantó temprano y volvió a sus ocupaciones habituales. Pidió a Jade Preciosa que fuera a averiguar sobre el estado del enfermo. Sinn-Tek la acompañó. Caminaron dando algunas vueltas innecesarias hasta llegar a la casa de la familia Studd. Jade Preciosa hubiera ido directamente, porque cada vez se sentía más animada. Pero Sinn-Tek no podía olvidar el terrible espectáculo que había visto, la golpiza propinada a su hermano, y esto lo asustaba terriblemente.

En el estado de Sinn-Hap se notaba una mejoría. Las heridas lo hacían sufrir cruelmente, pero podía hablar un poco. Sus hermanos lo encontraron tranquilamente instalado al lado de su mujer. Los dos hablaban del amor de Dios y de sus sendas maravillosas.

–Díganle a la honorable madre que pronto estaré sano y que soy muy feliz, dijo a los jóvenes mensajeros.

Charles Studd acompañó a sus jóvenes visitantes hasta la salida y con una amable sonrisa les dijo:

–Pueden decirle a su honorable madre que nos sentiremos felices y honrados si ella viene a nuestra casa a ver a su hijo.

Los dos chinos se inclinaron cortésmente. Pero cuando se alejaron, Sinn-Tek exclamó:

–¡Nuestro honorable padre no lo permitirá jamás!

Temía terriblemente ver a su madre tratada como Sinn-Hap.

–Ella podría venir en la noche, sugirió Jade Preciosa.