Una visita en la noche
La honorable madre pasaba por un duro combate. Entre su amor a su hijo, el miedo a su marido y a los diablos extranjeros, el amor prevaleció.
En una oscura noche, tres sombras se deslizaron hasta la casa de los misioneros. Si-Hiang abrió la puerta y se inclinó respetuosamente ante su suegra. Pero esta ni siquiera la miró y se precipitó directamente a la cama de su hijo, con quien intercambió algunas palabras. Luego la señora Studd sugirió dulcemente:
–Su hijo todavía está muy enfermo, pero usted puede venir cada vez que quiera.
Y cuando ellos se retiraron, Jade Preciosa dijo valientemente:
–Honorable madre, ¡los misioneros son buenos con el hermano mayor!
–Es verdad, no he visto nada malo en ellos.
–Pronto el hermano mayor estará bien.
–Cuando vuelva a verlo, agregó la madre, traeré una ofrenda para su Dios. Un poco de arroz y té, y tal vez algo de dinero…
Pero mientras hablaba, la pobre mujer se preguntaba cómo podría conseguir esto…
Una mañana Sinn-Tek llegó de la ciudad con noticias alarmantes. Estaba seguro de haber sido seguido y reconocido cuando asistía a una reunión. Un viejo amigo de su padre, enemigo encarnizado de los misioneros, lo había visto y le había lanzado una mala mirada. Jade Preciosa, más valiente que su hermano, no parecía muy asustada.
–Acuérdate cómo su Dios socorrió a nuestro hermano. ¡Nuestro honorable padre no me asusta, si Jesús está conmigo!
–¡Tú no eres más que una chica!, replicó Sinn-Tek. Nuestro honorable padre se enojará menos contra ti.
Sin embargo la chica advirtió a su madre sobre el peligro.
–Pero yo quiero ver a mi hijo, gimió la pobre mujer. ¡Y llevaré una ofrenda a su Dios!
Algunos días más tarde se presentó la ocasión para Jade Preciosa y su madre de ir, en la noche, a la casa de la familia Studd. Sinn-Tek no las acompañó. Tenía demasiado miedo que su honorable padre lo maltratara como a Sinn-Hap. Porque ahora que el hermano mayor estaba excluido de la familia, era él, Sinn-Tek, quien ocupaba el primer rango.
La casa de los misioneros era apacible y acogedora. Sinn-Hap tenía buenas noticias. El padre de su amigo Fan-Tu había prometido darle empleo cuando él estuviera en capacidad de trabajar. Además, muy cerca, habían encontrado una pequeña casa donde la joven pareja podría instalarse con su pequeña Alegría. Sinn-Hap tenía el alma en paz. El señor Studd acababa de hacer un acuerdo con su acreedor, quien aceptó darle un plazo para el pago de su deuda. Si-Hiang trabajaría en la casa de los misioneros y también ganaría algo de dinero.
La honorable madre escuchó estas noticias con un corazón dividido. Estaba feliz de que su hijo se instalara en la ciudad. Pero la ira de su marido, siempre viva, sería una constante fuente de dificultades y peligros. Inclinándose reverentemente ante la señora Studd, la pobre mujer le presentó un pequeño paquete de arroz y tres monedas, rogándole poner esta ofrenda a los pies de su Dios. La señora Studd le explicó amablemente que su Dios no pedía dones como ese:
–El Señor Jesús se ofreció a sí mismo en sacrificio por nosotros, hermana mía.
–Me gustaría saber más sobre él, continuó lentamente la china. Pero debo guardar todo esto en mi corazón, a causa de mi marido.
De regreso a la casa, dijo a Jade Preciosa:
–¡En verdad su Dios no es como los dioses de la China!
–Honorable madre, exclamó la chica, ¡yo también quiero seguir a su Dios!
La madre no respondió. Su corazón latía muy fuerte al acercarse a su morada. Si su marido descubría el objetivo de su salida…
Y hubiera estado más asustada aún si hubiera sabido que alguien las había seguido hasta la casa de los misioneros…