Juan

Pláticas sencillas

Prólogo

El tema de este evangelio es: “Dios manifestado en carne”, presentado a los hombres en la persona de su Hijo Jesucristo y revelado bajo el carácter de Padre, cuyo “unigénito Hijo, que está en el seno del Padre”, fue su expresión perfecta. El hombre no podía ir a Dios a causa de la mancha del pecado. Entonces Dios vino hasta él en gracia y verdad.

En este maravilloso evangelio vemos, pues, a Jesús, el Hijo de Dios, entre los hombres, la perfecta revelación de lo que Dios es en su naturaleza –Luz y Amor– pero velada por la humanidad, ya que su gloria habría aniquilado a todos los que hubiesen percibido su menor destello.

Sin embargo, todo lo que Dios es, amor y luz, fue presentado en gracia a todos los hombres, ya que vino en forma humana, cual verdadero hombre, accesible, según lo vemos en los tres primeros evangelios. En esa humanidad perfecta, todo el que se ponía en contacto con Jesús hallaba a Dios: Dios manifestado en carne, el Verbo hecho carne. En esa humillación Dios traía la vida, prometida en la ley a quien observase sus preceptos; pero nadie pudo obtenerla por ese medio. Dios, en lugar de ejercer sus justos juicios sobre los hombres, les trae, en su Hijo, la vida prometida desde la eternidad y la da gratuitamente al que quiere recibirla.

Por eso nadie que haya leído los cuatro evangelios con cierta atención dejará de notar la enorme diferencia que existe entre el evangelio de Juan y los tres primeros. Este último atrae al corazón por el amor y la gracia allí manifestados, porque Dios se revela como Padre, Dios el Hijo venido entre los hombres para traernos la gracia y la verdad, Dios que da (cap. 4:10) sin exigir nada.

Puesto que el evangelio según Juan habla de Dios Padre manifestado al mundo en gracia, no presenta a Jesús al pueblo judío para que lo reciba como Mesías, tal como ocurre en los tres primeros, los cuales terminan con la historia de su rechazamiento. Juan muestra, desde el principio, el rechazamiento de Cristo: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino (esto es, a los judíos), y los suyos no le recibieron” (cap. 1:10-11).

Por consiguiente, vemos a Dios elevarse por encima del estado del hombre pecador y arruinado, e intervenir con gracia y poder para con todos, no solo los judíos, sino también el resto del mundo. El tema del evangelio según Juan es, pues, Jesús, el Hijo de Dios, Dios el Hijo, Dios Hombre. Al presentar tal persona, el evangelista no podía comenzar con una genealogía, como Mateo y Lucas, que muestran a Jesús cual descendiente de Abraham o de Adán. Tal como es en Juan, no tiene principio; es eterno como Dios, puesto que es Dios.

Como en los otros evangelios, notamos que las diferencias en los relatos se ciñen al carácter bajo el cual el Espíritu de Dios presenta al Señor. No hallamos, por ejemplo, la expresión: “Padre nuestro que estás en los cielos”, ya que Dios, como Padre, está presente en la tierra en la persona del Hijo. No vemos ni la transfiguración, ni la institución de la cena, ni la ascensión.

Los únicos siete milagros narrados en este evangelio brindan la ocasión de desarrollar las importantes verdades que caracterizan dicho evangelio.

Los tres primeros capítulos sirven de introducción o prefacio. El ministerio del Señor comienza de hecho en el capítulo 4, y sigue hasta el 12, inclusive. Una vez cumplido su servicio público, Jesús da a sus discípulos, en los capítulos 13 a 17, las instrucciones relativas a su partida y anuncia la venida del Espíritu Santo. Finalmente, los últimos cuatro capítulos relatan la muerte, la resurrección y las apariciones de Jesús a los suyos.