Doce temas importantes

de las Sagradas Escrituras

¿Quién es el Espíritu Santo?

Si bien la palabra «Trinidad» no se encuentra en la Biblia, la realidad de lo que ella expresa está afirmada ampliamente en ella. Desde los primeros versículos de la Palabra encontramos la expresión “Dios” en plural, en el texto hebreo. Cuando se trata de la creación del hombre, habla en plural: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). En el versículo 2 de este mismo capítulo se menciona al Espíritu de Dios:

El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.

Las actividades del Espíritu son mencionadas muchas veces en el Antiguo Testamento. Él obraba en los jueces y en los profetas, sea para el cumplimiento de obras particulares o para el testimonio oral de aquellos hombres de Dios. Toda la Biblia fue escrita bajo la dirección del Espíritu Santo, tanto la parte histórica como la profética o poética. “Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21).

En el Nuevo Testamento aprendemos más acerca de esta Persona divina, la tercera de la gloriosa divinidad.

Su origen y su naturaleza

El Espíritu Santo procede del Padre (Juan 15:26), y el Padre lo envió en nombre del Hijo (Juan 14:26). Después de la glorificación de Jesús, la promesa concerniente al Espíritu Santo se cumplió el día de Pentecostés, estando los discípulos reunidos (véase Hechos 2:1-4). Hasta entonces, ejercía su poder en ocasiones particulares; a partir del día de Pentecostés vino a la tierra para habitar en la Iglesia del Señor.

Se le conoce como “Espíritu de Dios”, “Espíritu de Cristo”, “Espíritu de Jesús”, y más a menudo como “Espíritu Santo” o simplemente “Espíritu”. La abundancia de las referencias o nombres que le conciernen nos impide citarlas, pues llenan los escritos del Nuevo Testamento.

En cuanto a la naturaleza divina del Espíritu y a su carácter de persona distinta a la del Padre y a la del Hijo, le sugerimos considerar los siguientes pasajes: Mateo 28:19; 1 Corintios 12:4-6; 2 Corintios 13:14, así como las tres parábolas de Lucas 15, donde vemos al Hijo en la primera, al Espíritu en la segunda y al Padre en la tercera.

Sus funciones esenciales

En los capítulos 14, 15 y 16 del evangelio de Juan, el Señor enseña a sus discípulos respecto al tiempo en que estarían solos en la tierra después de Su partida. En el curso de estos encuentros de una preciosa intimidad, a menudo el Señor alude al Espíritu Santo, llamándole “el Consolador”. Esta palabra (en griego “Paracleto”) también tiene el sentido de abogado, intercesor o defensor. Sustituye al Señor en el papel que él desempeñaba mientras estaba en la tierra con sus discípulos; por eso no podía ser enviado antes de que Jesús fuera glorificado (Juan 7:39; 14:16; 16:7). Las funciones de este Consolador están señaladas en los siguientes versículos: “Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (cap. 14:26). “El dará testimonio acerca de mí” (cap. 15:26). “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (cap. 15:8). “Él os guiará a toda la verdad… y os hará saber las cosas que habrán de venir” (cap. 16:13).

Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber (cap. 16:14).

El Espíritu Santo es quien nos hace comprender la Palabra de Dios, y por su testimonio en nosotros conocemos y comprendemos la relación en la cual somos introducidos con Dios (1 Juan 2:27; Romanos 8:15-16; 1 Juan 3:24; 4:13). La acción del Espíritu Santo no es solo individual, en el corazón del creyente, sino también colectiva. Obra en la Iglesia del Señor por medio de diversos dones de gracia, todos los cuales tienden a la edificación (1 Corintios 12 y 14; Efesios 4:11-13). Por encima de todo, el Espíritu Santo obra en el corazón de los rescatados para desarrollar en ellos el amor hacia su Salvador y llevarlos a desear más ardientemente su retorno. “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven” (Apocalipsis 22:17).

Sus acciones ocasionales

“¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos?” (1 Corintios 12:29-30). Tales preguntas nos demuestran que estos dones no han sido otorgados a la Iglesia de manera permanente, y que solo algunos los poseían. Cuando las necesidades eran satisfechas, estos dones no eran renovados. Nada impide que el Espíritu obre aún de esta manera en los tiempos actuales, cuando las circunstancias lo inducen, pero las condiciones que hacían necesarias tales manifestaciones cuando la Palabra de Dios no había terminado de escribirse, ya no existen hoy, al menos en nuestros países cristianizados.

Los últimos versículos del evangelio de Marcos y Hebreos 2:4 muestran que estos milagros acompañaban la Palabra de Dios y la confirmaban. Tanto en el ambiente idólatra de los países paganos como en el formalismo del culto levítico, en la filosofía de los griegos y el tradicionalismo de los judíos, todo era diametralmente opuesto a la verdad del Evangelio. El Espíritu Santo debía demostrar el poder de este para reducir a la nada a aquellos. En los tiempos futuros descritos en el Apocalipsis, este poder del Espíritu de Dios obrará de una manera aun más espectacular por medio de los dos testigos que serán suscitados entonces.

El templo del Espíritu Santo

“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad… mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:16-17). “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3:16).

¿Ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
(1 Corintios 6:19).

“Sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:22).

Estas citas nos demuestran claramente cuál es el templo del Espíritu Santo en la tierra. No se trata de una construcción humana ni de un edificio particular. El creyente, rescatado por la sangre de Cristo, nacido de nuevo por la fe en la obra de Jesús, es el templo del Espíritu Santo, con el cual está sellado y ungido según la Palabra de Dios (2 Corintios 1:21-22; Efesios 1:13). Aun los pequeños en Cristo poseen este privilegio, tal como lo leemos: “Vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas… Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros” (1 Juan 2:20-27).

El pasaje de Efesios 2:22 presenta el aspecto colectivo de esta verdad. El templo del Espíritu Santo es, pues, el conjunto de los creyentes, la Iglesia de Dios en la tierra. Este aspecto colectivo también es considerado por lo que evoca el pensamiento de la unión mencionada en el versículo 21 de 2 Corintios 1, así como en Efesios 4:3.

¿Qué limita la acción del Espíritu?

“No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30). “Sed llenos del Espíritu” (cap. 5:18). “No apaguéis al Espíritu” (1 Tesalonicenses 5:19). Según estos versículos, nuestro comportamiento puede impedir que el Espíritu actúe libremente, sea en nuestra vida individual o en la Iglesia de Dios, cuando estamos reunidos alrededor del Señor.

¿Por qué hay tanta decadencia en la colectividad? ¿Por qué tanta negligencia en nuestro testimonio individual? ¿No será porque hay algo que perjudica la libre acción del Espíritu Santo? ¡Hay tantas cosas que ocupan aún nuestros corazones, que el Espíritu no puede llenarlos! No busquemos en otra parte las causas de la flaqueza del testimonio cristiano. El Espíritu de Dios todavía está ahí, pero su acción es estorbada por la de la carne1 . Lo mismo ocurre con el testimonio colectivo si la organización humana sustituye a la libre acción del Espíritu.

  • 1Nota del editor: La carne o la vieja naturaleza que se encuentra en el creyente.