Introducción
Siempre hallamos frescura en cada porción de la Palabra de Dios, pero más especialmente en aquellas partes que nos presentan a la bendita Persona del Señor Jesús; que nos dicen lo que era, lo que hacía, lo que decía, cómo lo hacía y cómo lo decía; que lo presentan a nuestros corazones en sus idas y venidas y en sus inmaculados caminos; en su espíritu, tono y manera, en su mirada y en su gesto. Hay algo en todo esto que domina y atrae el corazón. Es mucho más poderoso que la mera declaración de doctrinas, por importantes que sean, o que el establecimiento de principios, por profundos que sean. Tanto las doctrinas como los principios tienen, sin duda, su valor y lugar, pues iluminan el entendimiento, instruyen la mente, forman el juicio y gobiernan la conciencia. Pero la presentación de la Persona de Cristo atrae el corazón, cautiva los afectos, satisface el alma y domina todo el ser. En una palabra, nada supera la ocupación del corazón con Cristo tal como el Espíritu Santo nos lo ha revelado en la Palabra, especialmente en los inigualables relatos de los Evangelios.