El servicio
Queridos amigos:
La vida de un cristiano consiste en tomar y dar. Debe ser como un lago: por uno de sus extremos el agua puede entrar y por el otro salir. Un cristiano que solo recibe pero nunca da se convierte en un místico soñador (un hombre emocional lleno de secretos). Lo contrario, pero igualmente equivocado, sucede con un cristiano que está tan ocupado en dar que no encuentra tiempo para recibir él mismo, llegando a la bancarrota espiritual.
En una de las cartas anteriores ya hice alusión a ello, a saber, que cada servicio debe tener como punto de partida el “estar a los pies del Señor Jesús”, donde lo escuchamos y tenemos comunión con él. Vimos esto en relación con la adoración, especialmente en el caso de María. Ella pudo ungir los pies del Señor Jesús con su precioso nardo y en el momento oportuno porque muy a menudo había estado sentada a sus pies; por eso conocía su persona y sus pensamientos. En cuanto a Marta, también vemos que ella le sirvió después de haber recibido de él cuando estaba preocupada.
En estas dos figuras tenemos los dos aspectos del servicio cristiano. En María se nos dirige hacia el Señor, hacia Dios; en Marta se presenta el servicio aplicado a los hombres. Así, en 1 Pedro 2:5 leemos que somos un “sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. Pero luego agrega que somos “real sacerdocio”, para que anunciemos las virtudes de Aquel que nos ha llamado de la oscuridad a su luz maravillosa. Ahora queremos detenernos un poco en este segundo aspecto del servicio. Ya hemos hablado sobre el primero cuando nos referimos a la Cena del Señor y a la adoración.
Cada servicio debe desempeñarse por mandato del Señor y bajo la responsabilidad ante él, esto es un gran principio en las Escrituras. Para todo creyente que reflexione, esto es muy claro. Un siervo del Señor comunica a los hombres un mensaje de parte de Dios. Por lo tanto, Dios mismo llama a sus siervos y les proporciona los dones que precisan. Ahora bien, en Efesios 4:7-12 (en relación con el Salmo 68:18) está escrito que el Señor resucitado ha recibido dones y los distribuye a los suyos. Todas las demás citas que en la Palabra tratan este punto así lo confirman.
Él llama a quien quiere
“Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar” (Marcos 3:13-14). En estos versículos se trata del llamamiento de los doce apóstoles. La misión que ellos recibieron no puede compararse con la que el Señor da ahora a sus siervos. Según Mateo 10, ellos solo debían predicar a los judíos. Después de que el Señor fue rechazado por Israel y cumplió la obra de redención en la cruz, les confió la nueva misión de predicar a todo el mundo (Marcos 16:15), pero los principios de Su llamamiento son los mismos.
En Marcos 3:13-14 hallamos tres puntos importantes. Primero: el Señor llama a quien él quiere. Segundo: los llama para que estén con él. Tercero: los envía para que prediquen.
Primero, el Señor llama a sus obreros según su propia y libre voluntad. A Jeremías le dijo:
Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones
(Jeremías 1:5).
Sobre Juan el Bautista fue dicho algo parecido, de conformidad con el mismo principio, por parte del ángel del Señor (Lucas 1:13-17). Pablo también escribe de sí mismo: “Cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles” (Gálatas 1:15-16).
Ningún hombre, ningún siervo de Dios y tampoco la Asamblea, tienen algo que ver con el llamamiento de los obreros del Señor. El Señor se ha reservado expresamente este derecho. Como lo vemos en Jeremías y en Gálatas, la preparación para estos llamamientos empieza desde antes del nacimiento del obrero y continúa hasta que el Señor se lo exprese, después de su conversión.
Estar con él
¿Para qué nos llama el Señor? ¿Acaso nos llama inmediatamente después de la conversión para hacer una gran obra? No, Él nos llama para que estemos “con él”. Una condición importante para prestar un verdadero servicio es primeramente haber estado con él a fin de ser instruido por él. Entre Marcos 3:13 y 6:7 (cuando el Señor envió a los discípulos a predicar) transcurrió un tiempo largo. Cuando cumplieron esta misión especial, el Señor volvió a reunirlos a solas con él. El servicio solo puede ser verdaderamente bendecido si el siervo procede de la presencia del Señor y después del servicio vuelve allí otra vez. ¿Hacemos como los apóstoles, los cuales “se juntaron con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho, y lo que habían enseñado”? (Marcos 6:30). Cuán bendito e instructivo debe haber sido para ellos ser llevados aparte por el Señor y hablar tranquilamente con él sobre todo lo que habían hecho y enseñado. Si nosotros también hiciéramos esto más a menudo, nuestro servicio resultaría más bendecido.
Ahora no podemos estar corporalmente con el Señor como lo estuvieron los discípulos, pero espiritualmente sí podemos. En Juan 14:21 Jesús dice: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”. Y luego sigue en el versículo 23: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”.
El amor hacia el Señor se manifiesta cuando guardamos sus mandamientos (ver también 1 Juan 5:3). Qué contradicción más grande cuando alguien afirma que ama al Señor pero al mismo tiempo obra contrariamente a sus mandamientos. El versículo 23 va aún más allá: si alguien ama verdaderamente al Señor Jesús, no queda satisfecho con hacer solo lo que él manda expresamente. Tal persona se complace en cumplir todo lo que agrada al Señor.
El amor anhela agradarle. En el Nuevo Testamento no se hallan muchos mandamientos explícitos. Pero allí el Señor revela sus pensamientos con la expectación de que esto baste a los suyos para que actúen conforme a su voluntad. Y cuando eso sucede, el Padre y el Hijo hacen morada en esta persona. De esa manera, también hoy podemos estar con él. Y eso es necesario para que el Señor nos haga aptos para el servicio que quiere que hagamos.
Enviado por él
En Marcos 6:7 el Señor envía a los discípulos. Los ha enseñado y por eso son aptos para el servicio que les confía. Según el juicio de los hombres, eso no era lógico, pues sabían que los apóstoles eran gente “sin letras y del vulgo” (Hechos 4:13). Y según las normas humanas, de hecho lo eran. No habían estudiado la Teología de esa época. No sabían cómo los distintos rabinos interpretaban la Biblia. El Señor los había llamado directamente, sacándolos de sus respectivos oficios. Pero ellos habían estado con él. Hasta sus mismos enemigos lo reconocían. Por eso el Señor podía emplearlos para el servicio más importante que hubiese. Mediante la predicación de Pedro, tres mil personas se convirtieron en un día. Su enseñanza y su comunión eran el fundamento de la nueva obra que Dios empezó aquel día: la fundación de la Iglesia del Dios viviente (Hechos 2:42).
Esto no significa que antes de ese día no hubieran hecho nada. Desde el primer día en que estuvieron con el Señor, él tuvo algo que encomendarles. Pero hacían trabajos de ayuda, de sencilla ejecución. Participaban en la fatiga y en la enemistad ocasionadas por el Evangelio (Marcos 3). Remaban cuando el Señor cruzaba el lago (Marcos 4:35-41), etc.
El Señor quiere utilizarnos desde el primer día de nuestra conversión, si estamos con él. Siempre hay algo que hacer si queremos trabajar para él. Podemos repartir tratados, extender invitaciones a predicaciones del Evangelio y meditaciones de la Palabra, ayudar a preparar estas reuniones, etc. Si queremos hacer algo, el Señor siempre nos dará trabajo. Pero esto supone que debemos estar dispuestos a hacer todo lo que él nos encargue. No debemos esperar que ya desde el principio el Señor nos confíe grandes tareas.
En Mateo 25 el Señor da a cada uno de sus siervos “conforme a su capacidad”. Observemos que el siervo que tenía cinco talentos o el que tenía dos negociaron, pero el que recibió uno solo no. El Señor lo llama siervo malo y perezoso. Por no haber aprovechado el único talento que tenía, este le fue quitado y dado al que había trabajado mucho con los cinco talentos. Así, este último recibió aún más. Cuanto más diligentes seamos en las pequeñas cosas que el Señor nos manda hacer (aquellas que él pone ante nosotros), tanto más puede encomendarnos obras mayores; por lo menos cuando hacemos estas pequeñas cosas verdaderamente en obediencia y dependientes de él.
Años atrás, en una región montañosa de América del Norte vivía una joven muy sencilla que solo había asistido a la escuela durante tres meses. Trabajaba y ganaba cuatro dólares. De ellos daba dos como ofrenda para la obra del Señor y los dos restantes a su padre, quien tenía una familia numerosa que alimentar. Ella era la que más daba como ofrenda de toda la región. En la noche, y a menudo hasta las primeras horas de la madrugada, hacía otro trabajo, con lo cual ganaba el dinero para vestirse.
Un siervo de Dios visitó ese lugar, y como había pocas posibilidades para el alojamiento, ella puso su reducido cuarto a su disposición. Sobre la mesa estaba su Biblia, con anotaciones en casi cada hoja. La que más le llamó la atención al visitante fue la de Marcos 16:15, donde dice: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”; al lado, con letras grandes y claras, estaba escrito: «¡Oh, si yo también pudiera hacer eso!».
Al día siguiente, él le habló sobre el tema y la joven se puso a llorar, de manera que el siervo de Dios no logró sacarle palabra. Más tarde oyó su relato. Se había convertido cuando tenía catorce años de edad. Cierta vez llegó a casa y encontró un folleto con la inscripción: «China clama por el Evangelio». Nadie sabía de dónde había venido esta hoja. Pero a partir de ese momento sus pensamientos se volcaron hacia China. Durante diez años había orado al Señor, día tras día, para que la enviara a ese país. Pero hacía poco tiempo, la joven había llegado a la conclusión de que se había equivocado, que el Señor no la había designado para ser misionera en China sino en la cocina. Desde ese momento había orado: «Ayúdame a estar dispuesta a ser misionera en la cocina». Y el Señor había oído su oración. Durante diez años ella había anhelado cosas grandes, sin descuidar las pequeñas. Sus ofrendas daban testimonio de ello. Pero desde entonces estuvo dispuesta a hacer cosas pequeñas como testigo del Señor para brillar en el pequeño círculo de una empleada doméstica. Solamente después el Señor pudo utilizarla para una obra bendecida en China, pues el siervo de Dios tenía la convicción de haber sido enviado a ese pueblo precisamente para ayudar a la joven. Por fin ella se trasladó a China.
El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel
(Lucas 16:10).
La dependencia del Señor
Hemos visto que los siervos del Señor son llamados por él mismo según su propia voluntad y que solamente él los envía. ¡Pero eso no es lo único! El servicio mismo tiene que ser desempeñado en dependencia del Señor.
Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo
(1 Corintios 12:5).
Los siervos de Mateo 25 tienen que hacer cuentas y responder de sus actos ante el Señor. Los discípulos llegaron y “le contaron todo lo que habían hecho, y lo que habían enseñado” (Marcos 6:30, ver 1 Corintios 3:10 hasta cap. 4:5).
Para poder corresponder a esta responsabilidad, hemos recibido el Espíritu Santo. Este quiere guiarnos en todas las cosas para que nunca hagamos nuestra propia voluntad (Gálatas 5:17). Ese es el caso, en una medida especial, en el “servicio”. “Los que en espíritu servimos a Dios” (Filipenses 3:3; ver también Hechos 16:6-10). “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:11). Así, también en nuestro servicio somos guiados por el Espíritu Santo. Pero cumplimos el servicio en la dependencia del Señor y con responsabilidad ante él.
Esto tiene mucha importancia. Primero nos da gran seguridad. Cuando un creyente se mira a sí mismo, ve tantas debilidades, y a menudo equivocaciones, que no tiene ánimo ni seguridad para hacer algo. Incluso si sabe que ha recibido un don del Señor y que ha sido llamado por él, es muy consciente de que no es capaz de dar ni una sola bendición. Así como jamás un pecador se ha convertido por las palabras de un hombre, tampoco un creyente puede ser bendecido por palabras de hombres. ¿Cómo puede uno saber cuáles son realmente las necesidades de los hombres a quienes habla?
En cambio, cuando somos utilizados por el Espíritu Santo, siempre habrá una bendición. Él conoce las necesidades que hay en cualquier momento y sabe cómo satisfacerlas. A quienes utiliza, les da palabras espirituales para comunicar cosas espirituales (1 Corintios 2:13).
Al mismo tiempo, eso es una gran responsabilidad. Debemos estar muy atentos a la dirección del Espíritu Santo, a fin de que pueda utilizar a quien él quiere, pues solo él tiene la libertad de guiarnos, tanto personalmente como en el servicio en la iglesia.
Si pensamos que podemos determinar quién debe hacer el servicio en las asambleas, estamos en la más absoluta contradicción con las Sagradas Escrituras y menospreciamos la presencia del Espíritu Santo. Eso vale también cuando decimos que todos pueden tomar parte en el servicio o cuando limitamos este derecho a una o unas pocas personas. Solo el Espíritu Santo tiene el derecho de determinar a quién quiere emplear. Y eso significa que debemos estar dispuestos para ser utilizados por él, si él así lo quiere.
Está claro que el Espíritu Santo, en las reuniones públicas de la iglesia, usa los dones que el Señor mismo ha dado con este fin. Pero también tiene libertad para valerse de los dones más pequeños aunque los más grandes estén presentes. En lo que se refiere a la oración, a las acciones de gracias o a la proposición de himnos, los dones no entran en cuestión. Lo que a veces los hombres llaman «el don de la oración» es generalmente una manifestación de la carne. Para las peticiones y las acciones de gracias el Espíritu Santo puede servirse de cualquier hermano cuya condición espiritual sea tal que permita ser empleado.
Qué responsabilidad tan grande recae sobre cada uno de nosotros, los hermanos, tanto sobre el más joven como sobre el más anciano, al presentarnos en la asamblea de tal modo que el Espíritu Santo pueda emplearnos, si quiere, y que nos dejemos utilizar.
Con afectuosos saludos, su hermano al servicio del Señor.