¿Por qué tenemos que convertirnos?
Querido amigo:
Me preguntas por qué tenemos que convertirnos, y qué es realmente la conversión.
La respuesta más sencilla a la primera pregunta es: porque Dios así lo dice. Cuando Dios dice algo, cualquier réplica queda excluida. Entonces a nosotros, sus criaturas, nos corresponde agachar la cabeza y escuchar. “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?” (Romanos 9:20). En Hechos 17:30 vemos que “Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan”. Sí, en unos 80 textos del Antiguo Testamento y en unos 70 del Nuevo Testamento se habla de la conversión.
Pero Dios en su Palabra también nos muestra con toda claridad por qué manda al hombre1 que se convierta.
Es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento
(2 Pedro 3:9).
En Hechos 17 da como motivo de este mandamiento el convertirse porque “ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia”. Llegará el día en que cada hombre tendrá que rendir cuenta a su Creador por su manera de vivir. Y Dios, que conoce a los hombres, como juez dirá: “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Por eso Dios quiere la conversión del hombre. “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:3-4).
Esa es, pues, la razón por la cual Dios ordena al hombre que se convierta: el hombre no ha servido a su Creador, sino que es pecador y recibirá la justa sentencia de Dios.
- 1Nota del Editor (N. del Ed.): En este libro, cuando se emplea la palabra «el hombre», significa el ser humano, la humanidad. Así todas las personas están incluidas: hombres y mujeres, o niños o bien adultos.
El hombre es pecador
Esta es una horrible verdad. Muchas personas no piensan en ella, y aun hay quienes la niegan. Pero, ¿estarán convencidos de lo que afirman? Un hombre sincero debe reconocer que con frecuencia comete errores. Más de una vez pregunté a alguien (quien a voz en cuello se jactaba de haber vivido siempre como buena persona y haber dado de lo suyo) si jamás su conciencia le había condenado después de hacer, decir o pensar algo. Casi nadie ha tenido el atrevimiento de afirmar que algo así nunca le haya sucedido.
Un pecador es alguien que ha pecado. No lo empieza a ser después de haber cometido muchas faltas. Un solo pecado, en el que se ha incurrido, hace que el hombre sea pecador.
En la vida social, todo el mundo lo reconoce. Nadie dirá: «Este o aquel no es asesino, pues solo ha matado una o dos veces». Sin embargo, tratándose de las relaciones con Dios, el hombre en su afán de autojustificarse quiere aplicar otra medida, porque de lo contrario, tiene que condenarse a sí mismo.
La conciencia
Dios ha dado a cada hombre una conciencia (Romanos 2:15) que le acusa de cosas malas que comete. La conciencia no destaca todo lo malo debido a que se ve influenciada y formada por el ambiente, pero siempre habla cuando alguien hace algo que se considera malo en el entorno en el cual él ha sido criado. Dios ha tomado sus medidas para que todos los hombres, incluso aquellos que nunca han oído hablar de Él ni conocen su Palabra, cuando conscientemente hacen cosas que saben que no son buenas, vuelvan en sí y se convenzan de que han obrado mal.
Si consideras tu vida, ¿cuántos pecados has cometido conscientemente? A lo mejor tienes 18 años de edad. Supongamos que durante los primeros 8 años de tu vida, conscientemente nunca hayas hecho nada malo. En realidad, esto no es exacto, pues de sobra sabes que tu conciencia ya te ha condenado con anterioridad. Pero después de ese tiempo, ¿cuántas veces te ha azotado tu conciencia? Supongamos que una vez al día. Eso daría 365 veces al año, y para ti ahora sumaría 3.650 veces. A los 28 años ascendería a 7.300 veces y a los 68 años, a 21.900 veces.
Como puedes ver, tu conciencia ya te ha llamado la atención sobre algún pecado por lo menos 3.650 veces (en realidad, ¿no habrá sido mucho más?). Una persona como tú, que ha cometido al menos más de un pecado, ¿podrá aún sostener que no es pecador? ¿Puede el justo Dios absolver a tal persona?
Con esto queda demostrado claramente que cada hombre es pecador y por lo tanto merece el juicio, que debe arrepentirse ante Dios, confesando haber pecado contra él, y creer en Jesús, para ser salvo de la perdición eterna.
Pecados involuntarios
Ahora surge otra pregunta: ¿Alguien es culpable solamente cuando peca conscientemente? Todo juez emitirá la sentencia de «culpable» cuando alguien infringe la ley, aun cuando la persona asegure ignorarla. Hubiera podido conocerla, ya que fue proclamada. Por eso es valedera la expresión jurídica: «La ignorancia de la ley no exime del castigo». A lo sumo, al establecer la medida del castigo, el juez tomará en cuenta el hecho si estima que el infractor no conocía la ley. Un abogado que infringe determinadas leyes será castigado con mayor severidad que un joven que haga lo mismo. No obstante, el veredicto «culpable» será fallado en ambos casos.
Este principio también lo encontramos en la Palabra de Dios: “Si una persona pecare, o hiciere alguna de todas aquellas cosas que por mandamiento de Jehová no se han de hacer, aun sin hacerlo a sabiendas, es culpable, y llevará su pecado” (Levítico 5:17). Eso se entiende fácilmente. El hombre, que como criatura es responsable ante su Creador y debe darle cuenta de sus actos, no tiene derecho a determinar por sí mismo en qué es culpable o inocente. Esto es imposible. El Creador, Aquel que ha hecho a su criatura y le ha dado una misión que cumplir, es el único que puede juzgar si su criatura efectivamente cumple con su responsabilidad. Solo Dios determina lo que es pecado. Si queremos saberlo, debemos buscar sus pensamientos en la Biblia.
Sobre este punto la Palabra de Dios se expresa con toda claridad. En Génesis 1:28 y 2:15-17 encontramos el mandato que Dios dio al hombre. Este fue colocado en el huerto de Edén “para que lo labrara y lo guardase”, y esto en la dependencia de Dios y en obediencia a él. Esta obediencia consistía en no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal.
¿Pero qué hizo el hombre? La primera ocasión en la que hubiera podido mostrar su obediencia y dependencia, no escuchó a Dios, sino que conscientemente le desobedeció. Eso fue tan solo el comienzo. Tres mil años más tarde Dios escribió en su Palabra: “Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido, que buscara a Dios. Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Salmo 14:2-3). Y otros mil años más tarde dice la Palabra de Dios:
No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno
(Romanos 3:11-12).
Resulta, pues, claro que la sentencia pronunciada por Dios como Juez diga: “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
¿Qué es pecado?
Ahora dirás: –Debo reconocer que algunas veces hago cosas equivocadas, pero no puedo comprender que todo lo que los hombres hacen sea pecado. Hay una multitud de personas que cumplen buenas acciones. Basta pensar en aquellos que se juegan la vida para ayudar a los demás. Y cuando yo, por ejemplo, como y bebo, o voy a la escuela o al trabajo, no hago nada malo.
En sí no son cosas malas, pero pueden llegar a serlo. Comerse una manzana no es ninguna injusticia; pero un niño que se come una después de que su madre se lo ha prohibido, desobedece. Y con eso tocamos el fondo de la pregunta: «¿Qué es pecado?».
El hombre ha sido creado por Dios, y de él ha recibido la misión de servirle. Por lo tanto, todo lo que uno haga en contradicción con esta posición y misión, es pecado. Este principio lo encontramos en 1 Juan 3:4: “El pecado es infracción de la ley”.
Pecado es cada acto en el que alguien no toma en cuenta la autoridad de Dios sobre su criatura
De ahí, por ejemplo, es pecado comer si no se hace en la dependencia de Dios. El Señor Jesús quería comer tan solo cuando Dios lo mandaba (Mateo 4:4; ver también Juan 4:34). Por eso la Palabra de Dios dice: “Todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14:23).
Si aplicamos este principio a nuestra vida antes de convertirnos, ¿qué encontramos? Que todos los actos que hemos cometido, las palabras que proferimos y los pensamientos que han surgido en nosotros no se originaron en la obediencia a Dios ni en la pregunta: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”. Así llegamos a la conclusión de que todo lo que hemos hecho ha sido pecado.
La Palabra de Dios también así lo dice: “No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos 3:12).
Todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal
(Génesis 6:5).
Por eso el Dios justo debe juzgar a todos los hombres. Entonces el Dios misericordioso manda a todos los hombres que se conviertan, porque él quiere salvarlos del horrible juicio que les espera.
¿Qué es la conversión?
Ahora contesto a la segunda pregunta: «La conversión, ¿qué es exactamente?».
No es tan fácil de explicar, pues las palabras “conversión” o “arrepentimiento” no son traducciones textuales de la voz griega “metanoia”, que se utiliza en los manuscritos originales de la Palabra de Dios. No hay ninguna palabra española que refleje la palabra griega con toda exactitud.
De 1 Tesalonicenses 1:9 se puede deducir que en ella está comprendida la palabra «volver». Hasta entonces los tesalonicenses habían dedicado sus vidas a los ídolos. Después se volvieron hacia Dios.
Pero versículos como Hechos 2:37-38; 17:30-31; Apocalipsis 9:20-21, etc., permiten discernir que con ello quedaban vinculados un enjuiciamiento y una sentencia propios sobre la vida y los actos personales ante Dios.
De esta manera podemos decir que la conversión es acercarnos a Dios para juzgarnos a nosotros mismos en su presencia, reconociendo que hasta entonces nuestra vida no ha estado sumisa a él y que, por lo tanto, ha sido mala y culpable. Eso supone que seamos afligidos.
Si bien desde el punto de vista lingüístico no resulta muy sencillo explicar la palabra “conversión”, para una persona que ha entrado en la luz de Dios y ha reconocido quién es ante Dios y cuál es el juicio que merece, no existe ninguna dificultad para comprenderla. Dios mira el corazón, la conciencia, y no la inteligencia. El recaudador de impuestos solo atinó a decir:
Dios, sé propicio a mí, pecador
(Lucas 18:13)
; pero Dios, que prueba los corazones y “discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12), sabía lo que encerraban estas palabras.
No son las palabras que se dicen, sino la condición del corazón con que se viene a Dios, lo decisivo para determinar si ha habido una verdadera conversión. Ahora te pregunto: ¿Te has convertido? ¿Fuiste a Dios con tus pecados y tu culpabilidad, confesando tu situación perdida?
¡Oh, no tardes en hacerlo, hazlo hoy mismo! Mañana puede ser demasiado tarde.
Con afectuosos saludos, tu amigo.