La Cena del Señor
Queridos amigos:
Como lo dije la última vez, quiero escribirles algunas cosas referentes a la Cena del Señor.
Nótese que las dos grandes instituciones permanentes de la cristiandad, el bautismo y la Cena del Señor, señalan la unión con el Señor muerto. Como ya lo hemos visto, el bautismo está relacionado con nuestra posición exterior en este mundo, de ahí que es absolutamente personal. Aunque tres mil almas se bauticen el mismo día, como en Hechos 2, para cada una de ellas el acto es un asunto personal.
La Cena del Señor, por el contrario, aunque se celebre en esta tierra, se relaciona con nuestra posición interior como miembros del cuerpo de Cristo. Por eso aquí la comunión es una característica de gran importancia. Alguien que tomase solo, sin nadie más, el pan y la copa para celebrar la Cena del Señor, estaría en completa contradicción con la Palabra de Dios.
El apóstol Pablo, quien recibió la misión especial de revelar la verdad de la Iglesia y su unión con Cristo, dijo: “Pues no me envió Cristo a bautizar” (1 Corintios 1:17), aunque Pablo mismo fue bautizado y bautizó a algunas personas. Pero en esta misma epístola habla de la revelación especial que recibió de parte de Dios en cuanto a la Cena del Señor (cap. 11:23) y a este tema consagra dos capítulos.
Lo individual ocupa mucho espacio en las Escrituras. Es necesario que cada hombre se convierta individualmente a Dios, que personalmente crea en el Señor Jesús y en su sangre redentora; además, él mismo debe tomar el lugar de rechazo con el Señor crucificado (en el bautismo). Una de las grandes equivocaciones del catolicismo es negar lo personal, haciendo de todo un asunto de la Iglesia («la única que salva», según dicen ellos). En cambio, uno de los grandes errores del protestantismo es omitir el aspecto de la comunión. Argumentan que todo es personal y que cada uno ha de obrar según sus propios pensamientos, juntamente con aquellos que tienen un mismo parecer. Sin embargo las Escrituras muestran que, además de las bendiciones personales, también hay grandes bendiciones que resultan de la comunión y de la vida colectiva de los creyentes.
No era por mera casualidad que los discípulos se hallaban reunidos cuando el Señor instituyó la Cena; correspondía al principio de la Cena del Señor, cuya meta es proclamar la muerte del Señor en su memoria. La Cena del Señor solo puede ser realizada en relación con todo el cuerpo de Cristo (1 Corintios 10:16-17). Cada pretensión de celebrarla, sin dejar lugar a cada miembro del cuerpo de Cristo que ande conforme a su posición de creyente, destruye el carácter de la Cena del Señor. Al instituirla, el Señor siempre habló en plural, a saber, a todos los discípulos en conjunto, y esto lo encontramos de igual modo en 1 Corintios 10 y 11, únicos pasajes en los que, a excepción de los evangelios, se menciona la Cena del Señor.
La institución de la Cena del Señor
Mateo 26, Marcos 14 y Lucas 22 nos describen la Cena del Señor. Las dos primeras citas nos muestran que fue establecida inmediatamente después de que el Señor hablara de la traición de Judas y después de que este saliera. Por el evangelio de Lucas podríamos deducir que Judas salió después de la celebración de la Cena; no obstante, debemos tener en cuenta que Lucas no suele dar el orden cronológico. En su evangelio vemos todo unido por relación moral.
A través de todas estas citas se puede ver que el Señor instituyó la Cena al final de la fiesta de la Pascua. La Pascua era el memorial del cordero sacrificado una vez por medio del cual el pueblo quedó resguardado del juicio de Dios (Éxodo 12). Ahora había llegado el momento en que el verdadero cordero pascual debía morir (1 Corintios 5:7); su sangre debía ser derramada para perdonar los pecados de muchas personas (Mateo 26:28). El Señor Jesús sabía que esa misma noche lo arrestarían para clavarlo en la cruz. Sabía que iba a llevar nuestros pecados en su cuerpo (1 Pedro 2:24) y sería hecho pecado por nosotros (2 Corintios 5:21). Era consciente de que eso significaba ser abandonado por Dios. Conocía todo el precio que debía pagar por nuestro rescate. Vemos lo que eso representaba para él unas horas más tarde en Getsemaní, cuando Satanás desplegaría todos estos sufrimientos ante su vista para inducirle aún a la desobediencia.
En ese instante, pues, el Señor buscaba la comunión de sus amigos. Un poco más tarde, en Getsemaní, les rogó: “Quedaos aquí, y velad conmigo”. Cuando luego los encontró durmiendo, se lamentó: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?” (Mateo 26:38-40). El Señor, pues, instituyó la Cena “la noche que fue entregado” (1 Corintios 11:23).
Eso no era nada extraño para los discípulos. Como en el caso del bautismo, el Señor tomó una práctica establecida y le dio un nuevo y profundo significado al relacionarla consigo mismo y con su muerte. Por el pasaje de Jeremías 16:5-7 vemos que era una costumbre judaica celebrar comidas de luto, en las que se comía y bebía en memoria de un difunto. Dios mismo había establecido la fiesta de la Pascua como recuerdo del cordero inmolado y de la maravillosa liberación del juicio de Dios, del poder de Faraón y de Egipto en virtud de la sangre del cordero. En el Antiguo Testamento no encontramos, en la celebración de la Pascua, ninguna copa, pero aquí el Señor la añade a la comida, según la costumbre (Lucas 22:17). Terminada esa celebración de la Pascua con esa copa, el Señor instituyó algo totalmente nuevo: la Cena del Señor.
Tomó el pan y dio gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa (v. 19-20).
El significado de la Cena del Señor
“Haced esto en memoria de mí”. La Cena es, pues, un memorial del Señor; pero no de su gloria antes de que llegase a ser hombre, ni de su marcha en la tierra, ni siquiera de su crucifixión y de todo lo que tuvo que sufrir en aquellos momentos.
Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis
(1 Corintios 11:26).
Los símbolos utilizados confirman esto plenamente. El pan, que según las mismas palabras del Señor representa su cuerpo, lo entregó partido a sus discípulos, y después de eso les pasó la copa como figura de su sangre. La separación del cuerpo y de la sangre habla de un Salvador muerto.
Sí, ese es el significado de la Cena del Señor. Es una comida tomada en común que se celebra en memoria de Aquel que una vez estuvo muerto.
Cuán comunes y de uso diario son los elementos que la conforman. ¿Hay en el mundo un alimento más corriente que el pan? Y en las tierras meridionales, ¿qué hay más usual que el vino1)? Sin embargo, ¡qué significado más importante ha dado el Señor a esta comida!
Observemos que es verdaderamente una comida. Comemos del pan y bebemos de la copa1 . Es bueno que seamos conscientes de ello para que realmente comamos y bebamos, y no tomemos solo dos migas de pan y una gota de la bebida de la copa. El pan es y sigue siendo pan ordinario y el vino es y sigue siendo vino común. No se modifican por medio de las gracias que se dan antes de tomar el pan y la copa. Por los pasajes de 1 Corintios 11:24 y Lucas 22:19 vemos que el hecho de bendecir en Mateo 26:26 y Marcos 14:22 significa dar gracias, alabar. Esto también lo vemos en Efesios 1:3, donde el apóstol alaba a Dios. En Mateo 14:19 el Señor también bendice, y nadie afirmará que los cinco panes y los dos peces no hayan seguido siendo panes y peces.
Esto es importante para reconocer que la doctrina romana de la transubstanciación (es decir, por las palabras litúrgicas pronunciadas por el sacerdote, el pan y el vino se transforman realmente en el cuerpo y en la sangre del Señor) y la enseñanza luterana de la consubstanciación (es decir, Cristo está corporalmente presente, con y en el pan) están en flagrante contradicción con las Escrituras. Las consecuencias de dichas doctrinas son la negación de la obra cumplida por Cristo una vez para siempre.
El Señor, con respecto a sí mismo, repetidas veces se sirve de figuras. Por ejemplo, dice: “Yo soy la puerta de las ovejas”. “Yo soy el buen pastor”. “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 10:7, 11; 14:6). De ahí queda muy claro que en la Cena el Señor también se vale de figuras.
- 1N. del Ed.: La copa: Es notable ver que en los 10 textos (Mateo, Marcos, Lucas y 1 Corintios) que nos hablan de la copa de la Cena del Señor, no se menciona formalmente qué bebida contenía dicha copa.
La muerte del Señor
¿Quién puede entender el significado de estas palabras? Él, el Señor, entraba en la muerte. ¡Qué amor, qué gracia y misericordia, qué designios de Dios! ¡El Príncipe de la vida, la Fuente de la vida, murió y fue enterrado! ¡Qué prueba más grande de que él tomó perfectamente nuestro lugar! No solamente llevó nuestros pecados en su cuerpo, sino que fue hecho pecado. ¡Qué sentimientos de gratitud, alabanza y adoración se despiertan en nuestros corazones cuando le vemos así! Por nosotros entró en la muerte. Su amor hacia nosotros era tan grande que quiso pagar este precio por nuestro rescate. “Fuerte es como la muerte el amor; duros como el Seol los celos; sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama. Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían” (Cantares 8:6-7; véase también Salmo 69:1-2).
¡Qué obediencia manifestó el Señor Jesús hacia Dios! Prefirió morir –¡y qué clase de muerte!– antes que no cumplir con la voluntad de Dios. ¡Qué determinación al querer tomar esta posición que lo condujo “hasta la muerte, y muerte de cruz”! (Filipenses 2:8).
Por eso el Señor Jesús, como anfitrión u hospedero, nos invita a sentarnos a su Mesa para anunciar su muerte en memoria de él. Allí no llegamos para recibir algo. La Cena del Señor no es ningún medio para obtener gracia (sacramento). En ningún pasaje de las Escrituras se dice eso1 . El Señor glorificado nos invita a su Mesa para que recordemos su muerte que sufrió hace alrededor de dos mil años. También lo haremos en la eternidad.
En Apocalipsis 5 vemos al Cordero en el cielo “de pie, como inmolado” así como el Señor lo estuvo una vez en la tierra. En el futuro, el cielo estará lleno de agradecimiento y adoración ante la contemplación del Cordero inmolado. Asimismo sucede con nosotros ahora, en la tierra, cuando anunciamos su muerte. Al contemplarlo nuestros corazones arden y se llenan. En los cánticos, las acciones de gracias y los silencios que separan cada acto, nuestros sentimientos de gratitud, asombro y adoración suben hacia él.
Está claro que solo podemos reunirnos para la Cena como creyentes nacidos de nuevo. Únicamente quienes saben que sus pecados han sido perdonados y tienen paz con Dios pueden tener esta posición. Por medio de su participación proclaman que tienen parte en el Señor y en su obra (1 Corintios 10:16). Allí cualquier desasosiego en cuanto a los pecados personales constituye una negación de la obra perfecta por la cual Cristo hizo perfectos para siempre a los suyos (Hebreos 10:14).
De ahí que en esta celebración no se ponga en actividad ningún don, pues solo nos reunimos como sacerdotes para ofrendar sacrificios de loor y agradecimiento, el “fruto de labios que confiesan su nombre” (Hebreos 13:15). En la Mesa del Señor un apóstol se presentaba como un simple creyente; del mismo modo los que ocupan puestos principales en la Asamblea, los que poseen los mayores dones para el servicio del Señor, se reúnen sencillamente como adoradores entre otros adoradores.
¿Ya han percibido ustedes la invitación del Señor y le han prestado atención?
- 1Generalmente se cita Juan 6 como prueba de que la Cena del Señor es un sacramento. Pero este pasaje no habla de la Cena del Señor, la cual en esa época aún no había sido instituida. Allí el Señor tampoco habla de su cuerpo y de la copa, como siempre ocurre en la Cena del Señor, sino de su carne y de su sangre, un pensamiento muy distinto.
¿Cuándo y con qué frecuencia debemos celebrar la Cena del Señor?
En la eternidad alabaremos y adoraremos al Cordero en todo momento. En los bendecidos primeros días de la Asamblea, los creyentes celebraban la Cena del Señor diariamente (Hechos 2:46). Pero como más tarde las circunstancias cambiaron, de modo que ya no podían reunirse todos los días, lo hacían el primer día de la semana. Dios, quien desea que conozcamos su voluntad en todas las cosas, lo relató en su Palabra para que nosotros lo pudiésemos saber. En Hechos 20:7 vemos que el primer día de la semana los hermanos estaban reunidos para partir el pan. No se congregaron con el fin de escuchar a Pablo, aunque él era apóstol. Se habían reunido para un propósito más elevado. Sin embargo, en esta reunión hubo oportunidad para que Pablo hablara. La manera en que se nos comunica esto revela que era costumbre reunirse con el propósito de celebrar la Cena del Señor.
Si hemos comprendido algo del maravilloso privilegio de ocupar este sitio y poder anunciar la muerte del Señor hasta que él venga, y si además hemos oído la invitación de nuestro amado Señor, “del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”, que nos ruega: “Haced esto en memoria de mí”, nuestro corazón debería anhelar hacerlo tan a menudo como sea posible.
¿Qué día es más admirablemente apropiado para ello que “el día del Señor”, el día en que él resucitó y se presentó dos semanas consecutivas en medio de los hermanos reunidos?
Juzgarse a sí mismo
En relación con esto las Escrituras nos llaman al juicio de nosotros mismos, no para averiguar si merecemos ocupar este lugar, pues todo cristiano como tal es digno de ello. Vacilar al respecto significaría dudar del valor de la obra del Señor Jesús.
Aquí se trata de examinarnos a nosotros mismos para verificar si ocupamos este sitio de una manera digna. Si bien es cierto que la Cena del Señor es una comida, y que allí se utilizan pan y bebida corrientes, así y todo se trata de la “Mesa del Señor”. El Señor es el anfitrión. El pan partido y la copa son los símbolos de su cuerpo entregado y de su sangre derramada por nosotros. Cuando acudimos a este lugar y cumplimos este servicio, tenemos que ser conscientes de lo que dicho acto significa y para eso se necesita el examen y el juicio de uno mismo. Todo lo que no concuerda con este santo lugar en la tierra, primero tiene que ser puesto de lado por medio del juicio de uno mismo.
Los corintios lo habían olvidado. Obraban como si fuera su propia comida, “sin discernir el cuerpo del Señor”. Por eso el Señor tuvo que intervenir con su disciplina: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen” (1 Corintios 11:30). Si no pensamos en la gloria del Señor, él mismo tiene que salvaguardarla. ¡He aquí un pensamiento serio!
Con afectuosos saludos, su hermano en el Señor que pronto viene.