La elección
Queridos amigos:
Ahora podemos formularnos esta pregunta: ¿Cómo puedo saber si soy elegido?
En primer lugar debemos tener muy presente que la Palabra de Dios nunca habla a los incrédulos acerca de la elección. A estos les presenta su condición de perdición y el juicio de Dios, luego el llamado de Dios al arrepentimiento, señalando al Señor Jesús y su obra, a fin de que crean.
Una vez que se hayan convertido y creído en el Señor Jesús, se les revela que son elegidos. ¿Cómo pueden saberlo? La respuesta está en 1 Tesalonicenses 1:4-6. Allí el apóstol escribe: “Conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elección”. Y luego da el motivo por el cual lo sabe: “Pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros. Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo”. Ellos habían aceptado la Palabra; esa era la prueba. El que acepta el Evangelio y por medio de este obtiene la paz con Dios, tiene la prueba de su elección.
¿Qué dicen las Escrituras sobre la elección?
Aunque en muchos sitios de la Palabra de Dios se habla de la elección (por ejemplo en 1 Pedro 1:2; 2 Timoteo 1:9; Tito 1:2), la doctrina se encuentra principalmente en Romanos 8:23-30 y Efesios 1:3-14.
En Romanos 8:29-30 leemos:
A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó.
Ante todo Dios conoce a las personas de antemano. No se afirma que conocía su condición, su conducta, si se convertirían, etc. No, lo que conocía era a las personas. Efesios 1:4 nos dice que esto ocurrió “antes de la fundación del mundo”, esto es, en la eternidad pasada.
Estas personas, y ni una menos, las predestinó para ser conformes a la imagen de su Hijo. Esta es la elección. Antes de que nosotros naciéramos, antes de que Adán fuera creado, sí, aun antes de la creación de los cielos y de la tierra (Génesis 1), Dios pensó en nosotros y en su consejo determinó que habíamos de ser conformes a la imagen de su Hijo. La Palabra de Dios dice de Cristo: “Él es la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1:15). Aquí leemos que nosotros seremos conformes a su imagen. Él es el primogénito entre muchos hermanos. Y aunque Cristo ocupe el primer lugar, seremos semejantes a él.
Aquí, naturalmente, no vemos al Señor en su calidad de Hijo eterno. El Hijo eterno es el Dios eterno, y en esta posición está solo. En esta cita se habla de él como el Hijo de Dios nacido en la tierra, quien llevó a cabo la obra en la cruz, y en quien todos los consejos de Dios han de cumplirse (Colosenses 1:19-21; Efesios 1:10, 20-23).
Aquí la fuente de nuestras bendiciones se relaciona con el resultado completo: la eternidad antes de la creación de los cielos y de la tierra con la eternidad después de que cielos y tierra hayan desaparecido; el consejo en el corazón de Dios con el perfecto cumplimiento, como queda presentado en 1 Juan 3:2: “Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. Nosotros seremos manifestados como hijos de la resurrección (Lucas 20:36), como hijos de Dios, cuando él “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Filipenses 3:21).
Llamados, justificados y glorificados
En el versículo 30 encontramos la relación de los consejos de Dios con el tiempo actual. Apenas nacimos, ya volvimos la espalda a Dios: éramos pecadores. Pero Dios nos llamó. No se trata del llamado general de Dios, el que dirige a todos los hombres para que se conviertan, sino del acto de creación de Dios, quien “llama las cosas que no son, como si fuesen” (Romanos 4:17). Y a quienes llamó, también los justificó.
Aquí todo se ve del lado de Dios y según su consejo. Cuando la epístola a los Romanos se escribió, todavía no habían sido llamados todos los elegidos. En realidad, muy pocos lo habían sido, pues aquí se trata de la elección desde antes de la fundación del mundo, lo que solo es válido para la Iglesia. Israel –y también los creyentes después del arrebatamiento de la Iglesia– son elegidos a partir de la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8; 17:8; Mateo 25:34).
Tampoco han sido llamados aún todos los que deben serlo. Esto solo se realizará poco antes del arrebatamiento de la Iglesia, porque entonces el número de los que la componen estará completo. Según el designio de Dios, queda decretado que así ha de verificarse. Por eso, en el lenguaje profético se habla como si ya hubiese transcurrido todo. Incluso la glorificación se presenta como efectuada, aun cuando Romanos 5:2 llama a la gloria de Dios una esperanza, y el capítulo 8:11 dice que nuestros cuerpos mortales aún han de ser vivificados. Todo lo que es necesario para darnos la posición que ocuparemos, según la gracia electora de Dios, será hecho realidad por él, sin ninguna contribución nuestra. En esto estriba nuestra seguridad.
Nuestro Dios y nuestro Padre
En Efesios 1 encontramos detalles más precisos. En el versículo 3 se llama a Dios “el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Como hombre, el Señor Jesús habla del “Dios mío” (por ejemplo, Mateo 27:46). Como Hijo de Dios, Dios es su Padre (Juan 5:17-18; 17:1, etc.). Después de la resurrección, el Señor introduce a los suyos en esta relación con Dios:
Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios
(Juan 20:17).
Por cierto, subsiste una diferencia. No dice “nuestro” Padre y “nuestro” Dios. Él permanece como el primogénito entre muchos hermanos. Pero, así y todo, Dios ha venido a ser también nuestro Dios y nuestro Padre en el Señor Jesús.
En Efesios 1:4-5, la posición que hemos recibido por medio de la elección lleva el mismo carácter. En el versículo 4 encontramos nuestra posición ante Dios como Dios, en el versículo 5 la encontramos como Padre. Para que pudiésemos poseer este estado en toda perfección, hemos sido elegidos en Cristo. Él ocupa esta posición en virtud de su gloria personal y por medio de sus derechos personales. Nosotros la recibimos en Él.
Santos e irreprochables ante él en amor
El versículo 4 dice: “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él”. Aquí tenemos ante nosotros la naturaleza divina. Según su naturaleza, Dios es santo, irreprochable en su obrar, y su naturaleza es amor (1 Juan 1:5; 4:8, 16). Al querer tenernos en su cercanía, le era necesario hacernos corresponder a su naturaleza. ¿Cómo podríamos nosotros, seres corrompidos por el pecado, estar en presencia de Aquel que es demasiado santo para ver el pecado, y que algún día ha de arrojar al lago de fuego todo lo que está relacionado con el pecado? Por eso nos eligió, para que correspondiésemos a su naturaleza. Pero no solo eso; debemos y podemos participar en los sentimientos de su corazón, en los pensamientos de un Dios que es amor. Por eso se dice: “delante de él, en amor”.
Cuando estemos con él, seremos “santos y sin mancha delante de él en amor”. Entonces todo lo que en nosotros recuerde el pecado –debilidades y transgresiones– será puesto a un lado. Ya no tendremos la carne en nosotros. Pero Dios nos ve así ahora. Nos ve solamente en nuestra nueva vida, la que el Señor Jesús nos ha dado. “Creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10).
Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados
(Hebreos 10:14).
“Como él es, así somos nosotros en este mundo” (1 Juan 4:17). ¡Cuánta gracia para con nosotros, pobres pecadores por naturaleza!
La adopción de hijos para sí mismo
Esto no es todo. Hubiésemos podido obtener todo lo mencionado y solo ser colocados como siervos ante Dios. Los ángeles, como siervos, también tienen que corresponder a la gloria y a la santidad de Dios. Pero, respecto a nosotros, se dice: “… habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos” (Efesios 1:5). Aquí vemos una determinada relación, la de un padre para con sus hijos y de hijos para con su padre. El Hijo de Dios nos llevó, tras su resurrección y en virtud de su obra en la cruz, a su propia posición: nos hizo hijos de Dios. Aquí, en Efesios 1, se nos indica que Dios nos había designado para ello desde antes de la fundación del mundo. Ya en aquel tiempo Dios había determinado que nosotros debíamos ocupar esta posición. ¿Y qué motivos tenía para eso? Era “según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo”. Su propio amor es la fuente de todas estas bendiciones.
El cristianismo lleva un carácter eterno
Estos versículos todavía queda una importante conclusión que sacar: Dios nos escogió en Cristo “antes de la fundación del mundo”. Esta elección es fuera del tiempo, se remonta aun desde antes de que el tiempo haya empezado; es para la eternidad y no para esta tierra. El versículo 3 también habla de bendiciones espirituales en lugares celestiales. Israel es el pueblo elegido para esta tierra (Éxodo 19:5; Levítico 25:2, 23; Deuteronomio 7:6). Además, a las ovejas de las que habla Mateo 25:34 se les dice:
Heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.
Estas son bendiciones terrenales (el reino), que se relacionan también con “el tiempo” (desde la fundación del mundo).
De esto se deduce la posición especial que ocupamos. Pertenecemos a un sistema (el cristianismo) y a un cuerpo (la Iglesia) que se sitúan fuera del tiempo. Su origen proviene desde antes de la fundación del mundo, cuando Dios los estableció en Cristo. No son de este mundo (Juan 17:14), y se perpetuarán después de que la apariencia de este mundo haya pasado. Llevan un carácter espiritual y de eternidad. Eso nos da una clara comprensión del carácter del cristianismo.
Así, en los versículos 3 a 5 no se habla de la responsabilidad ni de sus consecuencias, pues todo eso no empezó hasta que Adán fue creado y colocado en el jardín de Edén, y solo se acabará después del juicio delante del gran trono blanco (Apocalipsis 20). En el jardín de Edén había dos árboles: el árbol de la ciencia del bien y del mal, que representaba el principio de la responsabilidad: “Porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17), y el árbol de la vida, que habla del principio de la vida. Adán comió del primero y ya no podía comer del segundo, pues como castigo recibió la muerte.
En la cruz encontramos los dos árboles reunidos. El Señor Jesús tomó sobre sí mismo las consecuencias de la responsabilidad de todos los que creen (la muerte) y, como resucitado, les regaló en su lugar la vida. Él es el árbol de la vida.
Pero todo eso se ubicó “en el tiempo”, sobre esta tierra; no forma parte de los consejos eternos de Dios. Mas como ello era necesario, ocurrió la elección en él, en Cristo, y se reveló todo el designio y consejo de Dios después de la cruz, cuando el último Adán vino a ser la cabeza de la nueva creación, de la familia de Dios. ¡Cuán maravilloso es ver la profundidad de los pensamientos de Dios y admirar su sabiduría! Y podemos recordar que nosotros éramos los objetos de estos pensamientos.
Con afectuosos saludos de su hermano en Cristo.