El versículo 25, comparado con el 20, prueba la hipocresía de aquellos judíos. Y, como algunos hoy, razonaban vanamente con respecto a Jesús. Cada uno daba su parecer; la opinión de los gobernantes estaba dividida. En realidad, si la presencia y las palabras del Señor suscitaban tal efervescencia, era porque esa gente estaba turbada interiormente por esa voz que, sin querer confesarlo, sentían que era la de Dios (comp. v. 28). Trataban de evadir la dificultad persuadiéndose de que ese galileo no podía ser el Cristo, porque conocían su familia y su lugar de origen. En efecto, ustedes me conocen, les respondió Jesús, y me conocen más de lo que se imaginan, pues su conciencia les dice quien soy yo, y ella los acusa.
Es muy solemne oír que el Señor alzó la voz (v. 28, 37; comp. Proverbios 8:1, 9). Igualmente hoy nadie podría decir que no lo ha oído.
“A donde yo estaré, vosotros no podréis venir”, declara el Señor a todos los incrédulos (v. 34). Pero los suyos, en cambio, poseen su promesa, que tiene un precio infinito: “Os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3). Lector, ¿cuál de estas dos sentencias puede dirigirle él? ¿Dónde estará usted durante la eternidad?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"