El Señor no se deja engañar. Las multitudes que lo seguían lo hacían por interés, pues esperaban que siguiera dándoles pan. Por eso las exhortó a trabajar “no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece” (v. 27). Preguntémonos si nuestro trabajo tiene en vista primeramente las cosas de arriba, las cuales alimentan el alma y son eternas, o las cosas de la tierra, que están destinadas a perecer.
¿Esto significa que debemos cumplir obras para ser salvos? Son muchos los que desafortunadamente todavía piensan así en la cristiandad (comp. v. 28). Pero la Palabra de Dios afirma:
Por gracia sois salvos por medio de la fe… no por obras, para que nadie se gloríe
(Efesios 2:8-9).
Dios solo reconoce una obra a través de la cual el hombre puede acercarse a Él. Ella consiste en creer en el Salvador a quien nos ha dado (v. 29). Todo viene de Dios: el “agua viva” (el Espíritu Santo; cap. 4:10) y “el pan de vida” (Cristo mismo). ¿Por qué entonces nuestras almas no están continuamente satisfechas? ¿Faltaría el Señor a sus promesas? (v. 35; cap. 4:14). ¡Por supuesto que no! Pero, por nuestro lado, no siempre satisfacemos los requisitos: “El que en mí cree, no tendrá sed jamás”, dice Jesús. Necesitamos la fe para ser salvos pero también la necesitamos cada día para beber de la fuente de toda su plenitud.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"