“Al que a mí viene, no le echo fuera”, promete nuestro Salvador (v. 37). Vaya a él, amigo lector, si todavía no lo ha hecho. Él no rechaza a nadie.
Pero para ir a Jesús es necesario que el Espíritu de Dios obre en el corazón. El hombre no puede dar un paso hacia Dios sin que Dios lo atraiga hacia sí mismo, como lo afirma el Señor Jesús en el versículo 44.
Alguien dirá tal vez: «No es mi culpa si no me he convertido». Al contrario, usted es plenamente responsable de dejar que ese trabajo divino se haga en usted. En este mismo instante Dios lo llama. No se resista más tiempo.
La gracia de Jesús para con el pecador es la expresión de su propio amor, pero ella también hace parte de la voluntad de Dios, cuya meta es dar vida a su criatura (v. 40). Jesús vino para cumplir esa voluntad, como el salmista lo había profetizado, y el apóstol también lo repite:
He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad
(Hebreos 10:9; Salmo 40:7-8).
El hombre tiene un cuerpo y un alma, por eso no puede vivir solo del alimento que nutre su cuerpo. Su alma también necesita un alimento y el único que le conviene es la Palabra divina, el Pan del cielo, Cristo mismo (Lucas 4:4).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"