Las multitudes que habían seguido al Señor Jesús, como muchos en la cristiandad, fueron más atraídas por su poder que por su gracia y sus perfecciones morales. Pero lo uno no va sin lo otro; una vez más Jesús manifestó esas virtudes juntas en la escena de la multiplicación de los panes. El muchacho mencionado en el versículo 9 nos recuerda que, a cualquier edad, podemos hacer algo para el Señor y por el bien de los demás. Parece haber sido el único que pensó en su propio alimento. Aceptando poner a disposición del Señor lo poco que tenía, llegó a ser el medio para proveer a las necesidades de cinco mil hombres. Cuando el Señor quiera servirse de nosotros, jamás nos neguemos so pretexto de ser muy jóvenes o debido a la insuficiencia de nuestros recursos; él sabrá cómo utilizarlos (Jeremías 1:6-7).
Después de ese milagro, las multitudes querían apoderarse de Jesús para “hacerle rey”. Pero él no podía recibir el reino de manos de los hombres (cap. 5:41), ni tampoco de las de Satanás (cuando este le ofreció todos los reinos del mundo: Mateo 4:8-10). Es Dios quien lo hace rey, como lo leemos en el Salmo 2:6: “Pero yo he puesto mi rey sobre Sion”.
Por último, en otra escena iluminada también por su poder y su gracia, vemos a Jesús venir al encuentro de sus discípulos sobre el mar agitado y disipar sus inquietudes.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"