Los judíos habían declarado al Señor que su testimonio no era verdadero (v. 13). Para qué, entonces, preguntarle: “¿Tú quién eres?” (v. 25). Jesús solo pudo contestarles: “Lo que desde el principio os he dicho”. Sus palabras son la expresión perfecta de lo que él es. El salmista dijo proféticamente: “He resuelto que mi boca no haga transgresión” (Salmo 17:3). En contraste, basta pensar en la diferencia entre lo que decimos o mostramos a los demás y lo que somos en realidad. Todo lo que Jesús decía o hacía estaba en perfecta armonía con el pensamiento de su Padre. “Yo hago siempre lo que le agrada”, pudo afirmar. ¡Modelo inimitable que debemos considerar para ser transformados en su misma imagen! (2 Corintios 3:18).
A los que creen en él, Jesús anuncia plena liberación. Pero los judíos allí presentes protestaron: “Jamás hemos sido esclavos de nadie” (v. 33). Por una extraña falta de memoria, o más bien por orgullo, habían borrado de su historia a Egipto, Babilonia… y la dominación romana, bajo la cual vivían en aquel tiempo. Tal es el hombre: no admite ser esclavo del pecado y se imagina que es libre de hacer lo que quiere (2 Pedro 2:19).
Reconozcamos, queridos amigos, la terrible condición en la que fuimos hallados, pero recordemos también la verdadera libertad en la cual el Hijo de Dios nos ha colocado al hacernos hijos de Dios.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"