En este pasaje los escribas y los fariseos pensaban hacer caer al Señor Jesús en una trampa particularmente sutil. Por medio de él (cap. 1:17) vinieron juntas la gracia y la verdad: si él condenaba a esta mujer adúltera, ¿dónde estaba la gracia que todos conocían? (comp. Lucas 4:22), y si la perdonaba, ¿no era en detrimento de la verdad y en contradicción con la ley? En su infalible sabiduría, Jesús les mostró que esa ley los responsabilizaba a todos. Se la ha comparado a una espada sin empuñadura que lastima primeramente al que se sirve de ella. Pero, ¡ay!, en lugar de confesar los pecados que acudían a su memoria, los acusadores se retiraron uno tras otro, llenos de confusión (Job 5:13). “La luz del mundo” estaba ante ellos (v. 12). Pero “los hombres amaron más las tinieblas que la luz”, como aquellos insectos que tratan de esconderse cuando la piedra que los cubre es levantada (3:19). Entonces, el único exento de pecado, Aquel que tenía el derecho de ejercer el castigo, declaró a la mujer: “Ni yo te condeno”, y añade: “Vete, y no peques más”. Muchas personas se esfuerzan en merecer el perdón de Dios por una buena conducta, mientras que el Señor empieza por perdonar y solamente después manda no pecar más (comp. 5:14; Salmo 130:4; 1 Juan 3:9).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"