Ese estanque de Betesda (que significa casa de la misericordia) era una figura del antiguo pacto de Dios con el pueblo de Israel. Para poder meterse en el agua bienhechora, estos enfermos necesitaban fuerza y, para tener esa fuerza, hubiera sido necesario estar curado. Del mismo modo, la ley hace vivir solo al que la cumple enteramente, y nadie es capaz de hacerlo. A menos que uno haya precisamente recibido primero la vida divina.
Uno se preguntará por qué, entre esa multitud de enfermos, ciegos y cojos, Jesús parece haberse ocupado solo de ese paralítico. Para beneficiarse de su gracia, dos condiciones son necesarias: experimentar el deseo y la necesidad, sentimientos que hace resaltar la pregunta del Señor: “¿Quieres ser sano?”, así como la respuesta del desdichado: “No tengo quien me meta en el estanque”. Alguien se le había adelantado siempre para meterse en el estanque, y toda su miserable vida había sufrido una decepción tras otra. Sin duda, en otros tiempos había contado con los suyos o con amigos caritativos, pero hacía mucho que estos se habían desanimado. Después de treinta y ocho años él también había perdido sus últimas esperanzas. Ya no tenía a nadie, ¡entonces estaba dispuesto a aceptar a Jesús!
Amigo aún inconverso, no espere más tiempo para comprender que solo Jesús puede salvarlo. Pero, ¿lo desea usted sinceramente?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"