Dios no ha dado a su Hijo Unigénito solamente para la gente respetable como Nicodemo. Ese maravilloso “don de Dios” (v. 10) ha sido dado también a los pecadores más miserables. ¡Qué cuadro tenemos aquí! En su inconcebible humillación, el Hijo de Dios se sentó junto a un pozo, como un hombre cansado y sediento. Sin embargo, solo pensaba en la salvación de su criatura. Una mujer se acercó. Notemos cómo Jesús trató de ganar su confianza: le pidió un favor y se puso a su alcance hablándole de lo que ella conocía. Ávida de felicidad, esa mujer había bebido de las muchas aguas engañosas de este mundo. Había buscado la felicidad con cinco maridos, y cada vez había vuelto “a tener sed”. Pero el Salvador tenía para ella “el agua viva” cuya fuente es él mismo (v. 10, 13-14; comp. Jeremías 2:13, 18; 17:13). Sin comprender de qué índole era esa agua, la samaritana confió en él para recibir ese don extraordinario. Sin embargo, fue necesario que el Señor pusiera primeramente el dedo sobre lo que no estaba en regla en la vida de esta mujer (v. 16-18). No se puede ser feliz mientras la luz divina no haya penetrado en la conciencia. La gracia en Jesús es inseparable de la verdad (cap. 1:17).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"