Meditaciones sobre la vocación del cristiano (10)

¿En qué sentido podemos decir que el Espíritu Santo mora en la Iglesia ahora, siendo así que la misma está tan corrompida profanada y en oposición con Dios?

Cuando hablamos de la Iglesia de Dios y del Espíritu Santo; morando en ella nos referimos solamente a lo que concierne a su carácter redimido como una con Cristo y redimida por su preciosa sangre. Debes, pues aprender la diferencia entre la casa grande (2 Timoteo 2:20) —o lo que es meramente externo corrupto aquí en la tierra— y el cuerpo de Cristo el cual está unido a Cristo en el cielo por medio del Espíritu Santo, en la tierra. Entonces tus pensamientos; habrán de concentrarse en lo que es infinitamente precioso para él. “Cristo amó a la iglesia; y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a si mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:25-27).

Esta es la Iglesia, el cuerpo de Cristo; es esta la morada de Dios. Es el edificio de Cristo construido con piedras vivas; y la que participa de su vida y preciosidad (1 Pedro 2:2-9). Uno con él en posición, en privilegio y gloria. Es la novia inmaculada y sin mancha del cordero, la esposa, amada del postrer Adán. Él la ama como a su propia carne. Y ahora, alma mía, ¿te maravillas de que el Espíritu Santo more aquí? Indudablemente que no; con toda seguridad dirías, "Es este el sitio donde debe morar el Espíritu Santo.

Hay otras porciones de la Palabra de las cuales pudiéramos hacer un estudio provechoso con el título de «La vocación del cristiano», no obstante hemos tratado ya los puntos más importantes, y si estos han sido considerados y puestos en práctica, nos servirán de guía, en los diferentes aspectos de servicio para el Señor, para los suyos y para el mundo que no conoce a Cristo.

Y ahora para terminar, ¡que el Señor nos guíe por su Espíritu a estudiar más diligentemente estas grandes verdades fundamentales de nuestro cristianismo santo! ¿Puede haber algo tan digno de nuestro más profundo estudio que nuestra posición, estado y vocación como cristianos? ¿Cómo podremos andar, adorar o servir de modo que agrademos a Cristo sin este conocimiento? Este además, nos guía necesariamente a la habitual meditación de la Persona y obra de Cristo, y a las múltiples aplicaciones de la gracia de Dios en nuestras bendiciones derivadas de la obra consumada de Cristo. Es realmente el estudio de los pensamientos, afectos y actuaciones de Dios hacia nosotros en el bendito Señor, en lugar de ocupamos de nuestros propios pensamientos, sentimientos y actuaciones hacia Dios. ¡Y cuán maravilloso y bendito es el efecto que causa en nuestras almas tal hábito de pensamiento y meditación! Permita el Señor guiarnos más y más a meditar en estas cosas para la gloria de su Nombre.

En lugar de sentirnos desagradecidos, descontentos, infelices, desasosegados y ansiosos por las cosas mundanales, nos sentiremos satisfechos, tranquilos, felices y contentos, pues es Cristo quien satisface todo deseo. Con él nos basta. Le conocemos y nos sentimos como si estuviésemos en su presencia. Le conocemos ciertamente puesto que se dio a sí mismo por nosotros, y tenemos este Cristo bendito ahora, glorificado en el cielo y de él dependemos a cada paso de nuestra vida en este mundo. Le tenemos para contemplarlo como nuestro objeto y para que nos sirva de apoyo a través del desierto. Él nunca nos dejará ni nos desamparará. El único anhelo en esta vida es seguirle, esperarle, ir donde él está y permanecer con él para siempre.

Es, y ha sido nuestro único deseo y ferviente oración que nuestros múltiples lectores, y especialmente nuestros amados amigos los jóvenes, puedan ser guiados a la comprensión y regocijo de estas benditas y preciosas verdades. Muchos en este tiempo, gracias al Señor, han venido a conocerle en su edad temprana.

Deseamos que conozcan no solamente su perdón y salvación, sino también el pleno conocimiento de su posición en Cristo resucitado, exaltado y glorificado.

Estas gloriosas verdades están claramente reveladas en las Sagradas Escrituras y especialmente en estas benditas porciones sobre las cuales hemos venido meditando; las que debemos recordar, pues son nuestras ahora. Son realmente tan nuestras como si estuviésemos en el cielo. La Palabra de Dios no puede ser más verdadera y clara. Reclamemos, pues, estos privilegios, reteniéndolos, pues son nuestros, por la autoridad de la Palabra y por la integridad de nuestra fe.

Pero todos nuestros lectores deben recordar que para poseer el regocijo pleno de estas bendiciones, el corazón debe separarse del mundo en sus muchos y diferentes aspectos, constituyendo Cristo solamente el objeto real del alma. Este es el camino de fe. Aun cuando el mundo continúe siendo nuestra esfera legítima de nuestras múltiples ocupaciones, es Cristo en el cielo el que gobierna nuestro corazón. Nuestros afectos deben concentrarse en él. Debe él ser la norma de nuestros juicios y la prueba de todas nuestras acciones. En resumen, tiene que llegar a esta conclusión: “Para mí el vivir es Cristo”. ¡Que el Señor lo conceda en su gran misericordia! “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces también vosotros seréis manifestados con él en gloria” (Colosenses 3:1-4).

Aquí tenemos el verdadero objeto y la fe verdadera del cristiano, las cuales caracterizan su vida aquí en la tierra, y las que también caracterizarán su futuro eternal y glorioso.

¡Que seamos siempre hallados sujetos a Cristo, obedientes a su Palabra, dedicados a su servicio, fieles a la luz y la enseñanza de su Espíritu y consistentes en todas aquellas cosas en las cuales Dios sea glorificado!

¡Un poco! ¡El Salvador vendrá!
Sí, poco tiempo queda ya;
Que duélame no serle fiel;
Placer me dé servirle a Él;
Pues listo debería ser
Quien al Señor espera ver.