Ahora puede verse claramente la diferencia entre el Espíritu Santo en el individuo y en la Asamblea, pero hay dos o tres cosas aún que desearía aclarar antes determinar el tema.
1. De lo que se ha dicho acerca de la Iglesia, deduzco que su existencia en la tierra se limita al periodo entre el día de Pentecostés después de la ascensión de Cristo, y él arrebatamiento de los santos antes del milenio, dejando así de este modo fuera de la Iglesia a los santos del Antiguo Testamento y a los del Milenio. Pero preguntamos ahora: ¿No son todos los creyentes de todas las edades hijos de Dios? ¿Y poseyendo la misma vida, no pertenecen todos a la misma familia? ¡Qué verdad tan importante, y cómo se deleita el alma meditar en ella! Pero, ¿no has aprendido, alma mía, la diferencia entre unidad en vida y “la unidad del Espíritu”? La posesión común de vida eterna por cada alma vivificada, desde el principio hasta el fin del tiempo, es lo que pudiéramos llamar unidad en vida.
Además, la vida es de Cristo y por el Espíritu Santo. No obstante, esto no es la “unidad del Espíritu” de la que se trata en Efesios 4. “Hay un cuerpo y un Espíritu”. Esto es algo más que teniendo todos la misma vida, aunque debemos tener vida a fin de participar de ella. Es una unidad en virtud de la presencia del Espíritu santo en la tierra. Y esta unidad que empezó a formarse en Pentecostés, se completará cuando el Señor venga a llamar a su esposa.
Estos son los verdaderos límites, y la venida del Señor la verdadera esperanza, de la Iglesia. “Esperamos de los cielos a su Hijo” (1 Tesalonicenses 1:9-10). El cuerpo no podía existir en la tierra, hasta que Cristo, su Cabeza, se sentara en el cielo, y hubiera descendido el Espíritu Santo. De lo ya expuesto, se deduce claramente, que nadie puede incluirse en la Iglesia, el cuerpo de Cristo, que no sean los santos de esta dispensación.
2. ¿Cuál es la diferencia entre la morada de Dios en el Antiguo Testamento y en el Nuevo?
En el primero es típica; real en el segundo. Cuando la redención fue llevada a cabo típicamente, por la Pascua y el Mar Rojo, el pueblo redimido inmediatamente sintió deseos de preparar una morada para Dios. “Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación. Este es mi Dios y a este prepararé morada; Dios de mi padre, y lo enalteceré… Lo llevaste con tu poder a tu santa morada… Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad, en el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová, en el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado” (Éxodo 15). Es este el primer lugar en la Escritura en que encontramos las palabras morada y santuario. No podía Dios hablar de morada en la tierra, hasta tanto no tuviera lugar la redención. Tampoco se habla de “salvación” hasta que no llegamos al paso por el Mar Rojo. Es entonces cuando parece usada la palabra por primera vez: “Y Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros” (Éxodo 14:3). Debemos tener combinados los tipos de la completa redención: la sangre del Cordero y el Mar Rojo, o sea la muerte y la resurrección antes de tener una salvación completa.
Todas estas revelaciones de Dios, tan ricas en bendiciones para el hombre, aguardaban, aunque típicamente, el pleno cumplimiento de la redención. La Pascua nunca es llamada la salvación, no obstante el ser esta el tipo más notable de redención que hallamos en el Antiguo Testamento, pero debemos verla en conexión con el Mar Rojo. Debe ser el rescate completo y final del pueblo de la tierra de Egipto, y la total destrucción de todos sus enemigos antes de que la congregación del Señor pueda saber algo de paz, o ser la morada de Dios. No obstante el estar refugiados por la sangre y perfectamente salvos, no había paz ni reposo para el pueblo mientras acampaba “entre Migdol y el mar”. Había allí muchas dudas y temores. Sentían y clamaban como si estuvieran en las garras de la muerte. Esta penosa situación representa la posición típica de cada creyente que aún no se ha compenetrado de la gran verdad de su muerte y resurrección en Cristo. Antes de que podamos tener perfecta paz con Dios, debemos haber dejado atrás la muerte, la tumba, el pecado, Satán, el mundo, la carne, etc. Y esta posición solamente puede verse desde la parte del Mar Rojo donde está el desierto.
Nadie vislumbraba tales verdades mientras acampaba entre Migdol y el mar, pero gracias a Dios, sus dudas y temores no los hundieron en las oscuras aguas del, juicio. Con, dudas o sin dudas, con temores o sin ellos, la sangre del cordero es la misma y todos aquellos, cuyos dinteles fueron rociados con la sangre, cruzaron el mar salvos y triunfantes, los más débiles, así como los más fuertes. “No quedó ni una uña”.
El mar se detuvo, formando las aguas murallas alrededor de los israelitas. Pero los egipcios, olvidando de poner la sangre en los dinteles de sus casas, se hundieron como plomo bajo las poderosas aguas. El valor, la confianza y la intrepidez de nada aprovechan si los dinteles del corazón no están rociados con la sangre de Jesús. Nada sino la “señal” de la sangre (Éxodo 12:13) puede conducir el alma por las aguas de la muerte, pero cuando se posee esta, nada puede impedir su paso triunfante.
¡Cuán terrible y solemne es la voz de estas oscuras aguas para aquella alma que todavía no ha sido rociada con la sangre del Cordero! Todos los carros y los jinetes de Egipto así como toda la sabiduría y el poder del mundo de nada valen aquí. Nada, sino la sangre del Cordero puede conducir a un hijo del caído Adán a través de las aguas de la muerte. El Mar Rojo era el río de vida y el camino que conducía a la gloria al pueblo de Israel, no porque fueron ellos en sí mejores que los egipcios, pero sí, porque estuvieron refugiados bajo la sangre.
Permíteme ahora, mi querido lector, darte Una palabra de exhortación, antes de seguir el tema. ¿Tienes tú fe en esta preciosa sangre? ¿Consideras ésta la única “señal” y pasaporte que habrá de conducirte a través de las aguas del río de la muerte? Sin esto, habrás de hundirte, perdido, en las profundas y oscuras aguas de la muerte. ¡Oh qué fin para el camino del orgullo en este mundo y qué principio de angustias sin fin! Oye, te suplico consideres una afectuosa amonestación e invitación que deseo hacerte. Seas joven o viejo, estés en salud o enfermo, seas tú uno de aquellos que los hombres consideran bueno o malo, cree en Jesús. Depende enteramente de la eficacia de su sangre, y tus pecados, no importa cuántos sean estos, serán todos perdonados, y tu preciosa alma salvada. Sí, aunque esta palabra llegue a ti aun en el margen de estas aguas, o con un pie en el mar y el otro en la tierra; si es así que estás en este lado del infierno, cree la Palabra de Dios en lo que respecta a la sangre de Jesús, ten fe sin vacilar en el poder de la sangre, hónrala con tu plena confianza, y te conducirá hasta las puertas del cielo, con la misma seguridad de que si hubieras sido un creyente hace cien años. Tal es el poder sin límites e inmutable de la sangre de Jesús. “Y veré la sangre y pasaré de vosotros” (Éxodo 12:13). “La sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Estas son las propias palabras de Dios. Créelas, y confía en ellas ahora, y todo estará bien, bien con tu alma, bien para siempre.
Volveré de nuevo a terminar mi contestación. En el Antiguo Testamento la morada de Dios está fundada en una redención típica, en el Nuevo, está establecida para siempre sobre la redención eterna. Esto es suficiente para advertir la diferencia entre ellos. “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, (profetas del Nuevo Testamento asociados con los apóstoles en esta obra, véase capítulo 3:5) siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; “en quien también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en Espíritu” (Efesios 2:20-22). Pero este tema es inagotable. Por lo cual recomiendo que medites sobre todo lo relacionado con la verdad de este bendito tema, desde las riberas del Mar Rojo en Éxodo 15 hasta el estado eterno en Apocalipsis 21. Es desde los cielos nuevos y la nueva tierra donde tenemos el testimonio final en cuanto a la morada eterna, escogida y amada por Dios. He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, “y el morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apocalipsis 21:3).