Concentra, ¡oh alma mía! todos tus pensamientos en esta gran verdad. Medita por un momento solamente sobre el carácter, los privilegios y las responsabilidades de la morada de Dios. Es maravilloso el pensamiento, pero a medida que profundizas tus meditaciones, será aún más sublime. Cree la Palabra, obedécela, no importa cuán difícil sea, y tu alma recibirá las más ricas bendiciones celestiales. Recuerda que este templo del cual hemos hablado está fundado en una redención terminada y en un Cristo glorificado. Es esta una posa muy profunda y no una mera cuestión eclesiástica; la Iglesia es el sitio donde brilla toda esta gloria. Es sencillamente llamada, “la casa de Dios… columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15).
Permíteme pedirte que no mires su carácter exterior tal como aparece ante la infidelidad humana, pero sí, según la Palabra de Dios, las demandas de Cristo, la obra de regeneración y el sello del Espíritu Santo.
¡Vela!, júzgate a ti mismo, para que no olvides de quién es la Casa y quién mora allí. ¡Vela! digo, para que la familiaridad con el sitio no vaya a debilitar en ti el profundo sentimiento de la presencia de Dios en ese lugar. No es un asunto baladí el de entrar en un sitio del cual la fe puede decir: «El Dios viviente mora aquí». Como dice la Escritura: “Sois templo de Dios”, y: “El Espíritu de Dios mora en vosotros” (1 Corintios 3:16).
Esto significa la Iglesia o templo, como está escrito. Yo urgiría estas advertencias sabiendo que la costumbre tiende a producir el formalismo y que este último sería muy perjudicial en este caso. Los pensamientos, así como las formas humanas, no deben tener lugar en el templo de Dios. Es allí donde mora para siempre el Espíritu Santo. Conociendo y creyendo esto, ¿qué más resta? Seguramente nuestra verdadera sabiduría, nuestro privilegio más grande, nuestras bendiciones más ricas y nuestra más profunda humildad consisten en someternos a él. Nadie que crea que una persona divina está presente podrá pensar en tomar la dirección, así como tampoco un grupo de cristianos que crea lo mismo trataría de seleccionar y nombrar a cualquier otro creyente con el mismo propósito. Ambas cosas son el fruto de la incredulidad. El efecto prácticamente es quitar el puesto al Espíritu Santo, o más bien, “apagar el Espíritu” (1 Tesalonicenses 5:19).
¿Has llegado tú misma, ¡oh alma mía! a conocer este sitio dichoso de la presencia del Señor? Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa (1 Corintios 11:28). ¿Ha sido tu naturaleza completamente juzgada? No es este el sitio de la carne. ¿Es tu única aspiración discernir la dirección del Espíritu y seguir su hilo en la asamblea? ¿Podrías tú romper el silencio de este sagrado lugar sin estar plenamente convencido de su dirección? Este ejercicio del alma te mantendrá en estrecha comunión con el Señor y te guiará a juzgarte a ti mismo y a ocuparte solamente de él. Pero este es el sitio de bendición; no hay otro en la tierra que pueda compararse con él. Reunidos alrededor de la persona de Cristo, dirigidos por el Espíritu Santo, Dios el Padre deleitándose en sus hijos y bendiciéndoles; esta es la asamblea, la morada de Dios por el Espíritu. Es más que “la puerta del cielo”, aunque realmente en la tierra es, por la fe, el lugar santísimo. Indudablemente siendo este un sitio donde nuestra alma es escudriñada, serán pocos los que permanecerán allí que no se sientan felices en su presencia.
¿Podrías mirar a tu alrededor, alma mía, y ver si halles un grupo de creyentes que estuviera de acuerdo con la palabra de Dios considerada así? Si es así, has encontrado su morada aquí en la tierra; entra allí por fe. ¡Bendito descubrimiento! Es allí donde el Padre se revela a sí mismo a sus hijos, donde el Espíritu Santo revela la gloria de Cristo a su pueblo que le espera, según la promesa del Señor: “Él me glorificará: porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:14). Puede que sean los discípulos pocos en número o débiles, pero estas circunstancias no cambian el terreno en el cual están congregados. El Señor es fiel. Si ellos responden a su carácter, recibirán bendiciones. “Esto dice el Santo, el verdadero”. Es como el Santo y el verdadero que nosotros lo hallamos. Así que la única y más importante de todas las cuestiones con todos los que parten el pan es: ¿Qué debemos a la presencia de Cristo? No es lo que se deba a una u otra persona, no importa la excelencia de su alabanza en todas las iglesias, pero sí, ¿que se debe a Cristo?
Pero ahora, con respecto al Espíritu Santo, dime te suplico, ¿No mora en cada creyente individualmente y no puede actuar por medio de oficiales designados en la Iglesia? Seguramente el Espíritu Santo mora en cada creyente individualmente como dice la Escritura: “¿Ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19). De aquí esta solemne palabra, la que considero como uno de los preceptos más importantes del Nuevo Testamento:
Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención
(Efesios 4:30).
Así que el Espíritu Santo mora y seguirá morando en el creyente, hasta que la redención sea terminada en cuanto al cuerpo, de manera que no hay temor de que un verdadero creyente se pierda, ni un ápice de su polvo redimido perecerá. Aun los cabellos están todos contados. El Espíritu Santo, en resumen, ha tomado posesión del cuerpo y no lo perderá de vista, ora muerto o vivo, hasta que él lo entregue al Padre, un cuerpo glorificado (1 Corintios 15:42-44).
Hasta que estamos perfectamente de acuerdo, pero aún el apóstol claramente habla en 1 Corintios y en otras citas semejantes, no de la morada del Espíritu Santo en el individuo, o de su obra por uno a quien una congregación haya escogido o nombrado para dirigirla, pero sí habla del mismo Espíritu Santo en la Asamblea como el único que dirige, ministra, sostiene y bendice a la Asamblea o a los santos de acuerdo con la voluntad de Dios. “Vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios… sois templo de Dios” (1 Corintios 3:9, 16). Estas son las palabras de Dios y no las mías. Te ruego te fijes cuidadosamente cuánto tiene que ver Dios con la Asamblea. Vale la pena tenerlo en cuenta, como salvaguardia a nuestros deseos y como fuente de bendiciones sin límites a nuestras almas. De este modo él obra, “labranza de Dios sois; edificio de Dios sois”, y “nosotros coadjutores somos de Dios”. Él obra en distintas formas por medio de diferentes miembros del Cuerpo, pero es como él quiere y no como nosotros queremos. No debemos obstaculizar su obra por ninguna disposición nuestra. Deja lugar siempre para que el Espíritu actúe como él desee. Siendo Dios, él obra para el bien de todos, mientras que nosotros somos parciales y egoístas.