Corintios II

2 Corintios 13

Capítulo 13

La autoridad apostólica para castigar

Al repasar todo lo que esta epístola nos ha enseñado acerca del ministerio apostólico y del ministerio cristiano, me sorprende el hecho de que la autoridad del ministerio para castigar, para no perdonar a aquel que se levanta contra Cristo, se halle en último lugar. En efecto, el apóstol ha presentado a lo largo de este escrito lo que es el ministerio cristiano como ministerio del Espíritu, de la gracia y de la libertad. Ha mostrado a continuación este ministerio en relación con la obra, sea a favor del mundo, sea a favor de la Asamblea, a la cual la exhorta a caminar en la santidad práctica. Después ha mostrado este ministerio atendiendo funciones más humildes, el bien material de los hijos de Dios, y no ahorrando fatigas para prestar socorro a los que tienen necesidad. A continuación ha presentado este ministerio en su propia persona, reproduciendo los propios caracteres de Cristo a ojos de todos y hallando en Él la fuente y el poder. Llega finalmente, en el último capítulo, a un tema que cualquier otro que no hubiese sido el apóstol habría puesto en primer plano para mostrar la autoridad que tenía en sus manos.

Habéis visto en los capítulos precedentes que el ministerio de Pablo hallaba muchos obstáculos incluso entre sus hijos en la fe, que aún muchas miserias subsistían en la asamblea de Corinto, aunque en muchas cosas sus conciencias habían sido trabajadas y habían juzgado y reparado el mal. Pero, además, falsos apóstoles pretendían hacer que su propia autoridad fuera aceptada entre ellos, para lo cual combatían y menoscababan la de Pablo. Ante todos estos obstáculos, es notable que no hable ni una vez, en los capítulos precedentes, de querer ejercer su autoridad mediante el castigo. En el capítulo 10:8 dice: “Porque aunque me gloríe algo más todavía de nuestra autoridad, la cual el Señor nos dio para edificación, y no para vuestra destrucción, no me avergonzaré”. Pone cuidado en decir que esta autoridad no tiene por objeto castigar o expulsar. En el versículo 10 de nuestro capítulo dice exactamente la misma cosa: “Por esto os escribo estando ausente, para no usar de severidad cuando esté presente, conforme a la autoridad que el Señor, me ha dado para edificación y no para destrucción”. Así el primer carácter de la autoridad que el apóstol había recibido del Señor no era “usar de severidad”, sino antes edificar, aun cuando tenía derecho a castigar. Es igual en la epístola a los Efesios (cap. 2:20), donde la autoridad había sido confiada a los apóstoles y profetas para la edificación de la casa de Dios.

En este mismo capítulo 10:3, vemos que otra función de esta autoridad era la de destruir, no a los recalcitrantes, sino las fortalezas levantadas por Satanás para impedir a las almas que tomasen posesión de sus privilegios. Pablo podía gozar de poseer esta autoridad y conducir así las almas cautivas a la obediencia de Cristo. En efecto, durante todo su ministerio, su lucha era continua contra lo que se oponía a este conocimiento, fuese la religiosidad de los judíos o la sabiduría de los gentiles.

Pero este mismo capítulo 10 nos dice aun en el versículo 6: “Estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta”. La obediencia de ellos era el primer objetivo, mas, una vez logrado, los obreros de Satanás que habían intentado oponerse a la obra de Dios entre los corintios serían castigados por la vara de autoridad puesta en manos del apóstol, como en otro tiempo lo fueron los egipcios por medio de la vara de Moisés. Si habla así es, pues, al final de su epístola. Por eso dice en este capítulo: “Si voy otra vez, no seré indulgente” (v. 2). “Por esto os escribo estando ausente, para no usar de severidad cuando esté presente, conforme a la autoridad que el Señor me ha dado, para edificación y no para destrucción” (v. 10). En la primera epístola a los Corintios había decidido entregar al malo a Satanás, a fin de que fuera salvo como a través del fuego, pero había suspendido el juicio y se ve en la segunda epístola que había sido para producir en sus corazones un juicio completo del mal. En la primera epístola a Timoteo (cap. 1:19), entrega a Satanás a Himeneo y Alejandro a fin de que aprendan a no blasfemar. Aquí ha tomado la decisión de castigar, mas ¡cuán en contra de los deseos de su corazón!

En el versículo 3, vemos que los adversarios del apóstol intentan despertar en los corintios la duda tocante a si Cristo hablaba realmente por conducto de él. Semejante audacia es difícil de comprender, pero ¿qué es lo que Satanás no osa en su guerra contra Cristo? El apóstol les da la justificación perentoria de su misión divina: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros…?”. Si Cristo estaba en ellos, tenían el Espíritu de Dios. ¿Cómo les había sido impartida esta bendición? Por el ministerio de Pablo, el cual había sido el medio para conducirlos, por la fe, a esa posición bendita. Y añade: “… a menos que estéis reprobados”. Para ello toma la imagen de un crisol en el cual solamente se encuentra escorias en vez de metal precioso. Si Cristo, el metal precioso, estaba en ellos, ¿podían ser reprobados? Si Cristo obraba por intermedio de Pablo para conducirlos a Dios, ¿Pablo podía ser reprobado? Pero ¡qué ternura hacia ellos se descubre en el corazón del apóstol! Consiento –dice él– en ser como reprobado, en que no halléis en mí cosa de valor alguno, con tal que vosotros hagáis lo que es bueno. Estoy contento de ser puesto completamente a un lado, con tal que estéis en el buen camino y hagáis lo que agrada a Dios.

Cinco últimas exhortaciones

En el versículo 11 termina esta bella epístola exhortándoles, como Asamblea, a hacer cinco cosas:

1) “Tened gozo”. ¡Qué barrera de gozo cristiano opuesta a todo aquello por lo cual Satanás procura tener las almas descontentas!

2) “Perfeccionaos”. Pedía ya su perfeccionamiento en el versículo 9. Esta imagen está tomada de un objeto que se trata de hacer funcionar convenientemente. En nuestros días, un reloj es el mejor ejemplo. Puede estar bien construido, sin que le falte ninguna pieza y, sin embargo, una cosa le falla: no funciona. Es preciso, pues, ajustar cada pieza de suerte que el movimiento se efectúe con exactitud. Eso debemos hacer tanto en la Asamblea como en nuestra vida individual. Hemos de trabajar con miras a que cada engranaje funcione según un orden que Dios pueda aprobar. Esta palabra: ¡Perfeccionaos!, ¿habla a nuestras conciencias? Cada uno de nosotros es llamado a examinarse particularmente y a preguntarse: ¿Soy yo, acaso, aquel que da motivos para que la Asamblea no funcione a satisfacción de Cristo?

3) “Consolaos” (o alentaos). Cosa importante en la vida cristiana: nada nos anima tanto como una buena conciencia y el sentimiento de que Dios aprueba nuestro andar.

4) “Sed de un mismo sentir”. Que no haya entre los hijos de Dios sentimientos opuestos y que todas las cosas marchen por la misma senda.

5) “Vivid en paz”. El gozo, la paz, son también, en la epístola a los Filipenses, los elementos de un buen estado de la Asamblea. “Y el Dios de paz y de amor estará con vosotros”. A Dios le agrada la compañía de los que realizan estas cinco cosas. Es nombrado como el Dios de amor y de paz. No es sólo como en Filipenses: “Esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros”. Él se halla con los que buscan la paz, pues es su carácter, pero aquí es también el Dios de amor. Si los corintios no se hallaban en este estado, el apóstol lo deseaba para ellos. ¿Seguimos nosotros estos cinco preceptos? Si es así, el Dios de paz vendrá a habitar entre nosotros y el Dios de amor nos hará penetrar siempre más en los secretos de su propio corazón.

“Saludaos unos a otros con ósculo santo”. Es el testimonio del amor mutuo que Pablo desea ver entre los cristianos. La epístola termina con estas palabras: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. El Señor Jesucristo, Dios, el Espíritu Santo, ¡la plenitud de la Trinidad! El Señor Jesucristo, en la manifestación de su gracia, es decir, de un amor descendido en medio de la escena del pecado para aportar el remedio soberano; Dios, en la expresión de su amor en Cristo; el Espíritu Santo, por el cual tenemos comunión con el Padre y el Hijo y los unos con los otros. ¡Qué delicioso cuadro de una Asamblea según Dios! El apóstol deseaba que estas cosas fueran para todos ellos y no sólo para unos pocos.

Amados, así seamos muchos, o solamente dos o tres para representar la Asamblea de Cristo en este mundo, el deseo del apóstol es que estas cosas sean con nosotros. Si esto hubiera sido así, ¡qué aspecto más diferente hubiera mostrado la asamblea de Corinto! Tomemos para nosotros cada uno de estos preceptos, meditémoslos y estemos seguros de que, si logramos realizar estas cosas individual o colectivamente, nos serán concedidas bendiciones especiales. En lugar de una marcha de debilidad y desunión, de despreocupación o somnolencia, la vida de la Asamblea se desarrollará de manera que el mundo pueda rendir este testimonio: ¡Verdaderamente Dios está en ellos! ¡El Dios de amor y de paz está con ellos!

H. Rossier