Capítulos 8 y 9
Servicio pecuniario en relación con los santos
Hemos visto que los corintios recibieron las exhortaciones que les fueron dirigidas en la primera epístola. Un gran celo se había producido en ellos por la santidad del nombre de Cristo y habían sido restaurados por el arrepentimiento, aunque hubiese aún muchas cosas que reprender. Cuando una asamblea está en buen estado, no vayamos a creemos que el nivel alcanzado no pueda elevarse. Siempre tenemos que hacer progresos en cuanto a celo y afecto por Cristo, en cuanto a consagración al Evangelio, en lo relativo al amor de los unos por los otros. Hallamos aquí otro carácter del ministerio, menos destacado quizá, pero tan precioso como aquellos de los que esta epístola nos ha hablado hasta ahora. Tiene en vista las necesidades materiales de los santos. A esto se refiere el versículo 4: “el privilegio de participar en este servicio para los santos”. Este servicio consistía, como vemos, en limosnas, en dones de dinero destinados a la subsistencia de los hermanos de Jerusalén que se hallaban en una gran miseria, pues tenían en contra no solamente las potestades persecutorias del mundo, sino también las de su propia nación, enemigas de Cristo y de los santos. En su primera epístola, el apóstol había recomendado a los corintios que pusieran aparte lo que era necesario para este servicio (1 Corintios 16:1), y a esta colecta hace alusión aquí. La hallamos mencionada también en la epístola a los Romanos (cap. 15:25-26). El apóstol estaba a punto de subir a Jerusalén para llevar a los hermanos los dones de las asambleas de los gentiles. Los santos de Macedonia, donde el apóstol se encontraba al escribir esta carta, habían hecho todo lo posible, donando más allá de sus posibilidades. Estas asambleas de Macedonia eran perseguidas cruelmente y habían perdido sus bienes, pero en ellas había mucho amor y nada las detenía cuando se trataba de contribuir al socorro de sus hermanos. Hacía un año que los corintios habían comenzado su colecta, pero su celo había menguado. Estos ricos corintios no habían estado a la altura de los pobres macedonios.
Eso lo vemos a veces. Donde hay prosperidad entre los santos, fortunas de las cuales se puede disponer, se halla menos liberalidad relativa que en los medios pobres. Esto me ha afligido a menudo. El hecho proviene de que en la prosperidad los corazones se endurecen y se ocupan solamente en cosas de la tierra. Cuando esta prosperidad no existe, los corazones se sienten más inclinados hacia el servicio del Señor. Aun tratando a los corintios con una dulzura infinita, el apóstol procura activar su celo mostrándoles de qué manera el Señor obra en las asambleas de Macedonia. Este servicio es muy precioso cuando es consagrado realmente con amor, y puede ser que contenga más bendiciones que el ministerio de la Palabra, aun si éste es ejercido por dones eminentes. El Señor Jesús está atento a ello. Las asambleas de Macedonia pedían al apóstol con gran insistencia, como una gracia, poder manifestar su amor hacia los santos de Jerusalén (v. 4). Era su manera de considerar este asunto e insistían todos, de común acuerdo, para que esta gracia les fuera concedida. ¿Tenemos la costumbre de considerar una colecta para los santos como una gracia? Pedían también a Pablo, aunque se tratara de un apóstol, que fuera él mismo el instrumento de este ministerio. Pablo acepta; el gran apóstol de los gentiles consiente en ser el portador de las sumas de dinero que le sean confiadas. No era cosa liviana en aquel tiempo hacerse responsable de tal carga, y el apóstol, por lo demás, velaba escrupulosamente sobre su depósito. La gloria de Cristo estaba implicada para él en la administración de ese tesoro.
En apariencia, este ministerio precipitó al apóstol en muy grandes dificultades, pues dio ocasión para su cautiverio. En el capítulo 24 de los Hechos, dice a Félix: “Pero pasados algunos años, vine a hacer limosnas a mi nación” (v. 17). Tal era el motivo; el resultado fue que Pablo estuvo a punto de ser muerto por los judíos, fue hecho prisionero, pasó años en cautividad, fue transportado a Roma, atado con cadenas, y finalmente terminó su carrera como mártir; pero Dios supo servirse de todas estas circunstancias para damos una parte de esta Palabra en la cual tenemos tantas preciosas instrucciones.
El apóstol dice aquí: “Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia” (v. 7). Este pasaje es sorprendente. En la primera epístola a los Corintios daba gracias a Dios por las cosas de las cuales vuelve a hablar aquí: la palabra, la ciencia que caracterizaba entonces a los santos de Corinto, aunque se hallaban en un estado deplorable en cuanto a su conducta cristiana. Estas mismas cosas subsistían aún, pero el arrepentimiento había aportado en ese medio un elemento nuevo: el amor. Por colmados que estuviesen de riquezas espirituales, en la primera epístola no abundaban en amor, sus corazones estaban retraídos; el mundo se había apoderado de ellos. En cambio ahora el amor reemplaza el cultivo del yo. No hay duda de que tenían más necesidad de ser exhortados que los pobres macedonios, pero, cuando la sinceridad de su amor fue puesta a prueba, estuvieron dispuestos a responder a lo que el corazón del apóstol esperaba de ellos. Les había enviado a Tito, temiendo que sus amados corintios estuviesen en mala posición en relación con sus hermanos de Macedonia: “No sea que si vinieren conmigo algunos macedonios, y os hallaren desprevenidos…” (cap. 9:4). Todos estos preparativos, el viaje de Tito –pues pasar de Macedonia a Acaya era un asunto de bastante monta en aquel tiempo–, la visita que Pablo debía hacer a continuación, el acompañamiento por parte de los hermanos de Macedonia, todo esto parece desproporcionado en relación con su finalidad, es a saber, un simple socorro pecuniario; pero se trataba de manifestar prácticamente el amor de Cristo, y ¿podía haber un fin más elevado que éste?
En el versículo 18 añade: “Y enviamos juntamente con él al hermano cuya alabanza en el evangelio se oye por todas las iglesias”. ¿Cómo se llamaba? No lo sabemos. Más adelante, en el versículo 22: “Enviamos también con ellos a nuestro hermano, cuya diligencia hemos comprobado repetidas veces en muchas cosas, y ahora mucho más diligente por la mucha confianza que tiene en vosotros”. He aquí dos hermanos cuyo celo es nombrado (mientras que Tito, al cual acompañan, nos es conocido de diversas maneras) y en cambio el nombre de ellos no es ni pronunciado. ¿Esto es todo? No, notadlo bien: “En cuanto a Tito, es compañero y mi colaborador para con vosotros; y en cuanto a nuestros hermanos, son mensajeros de las iglesias, y gloria de Cristo” (v. 23). ¿No es preferible esto a que sus nombres nos fuesen transmitidos? ¡Son la gloria de Cristo! ¡Oh, queridos amigos, yo preferiría no tener ningún nombre entre los hombres, pero que, en cambio, fuese dicho de mí: “Es la gloria de Cristo”! Esto es lo que produce todo andar fiel. Si bien viven al servicio de los otros por amor a Cristo y ejercen en la oscuridad un verdadero ministerio para los amados del Señor, sus nombres no han quedado en la memoria de los hombres; aun de la de los cristianos es borrada, pero “son la gloria de Cristo”. Tales hermanos debían recibir ante las asambleas la prueba de amor de los santos. Acompañaban a Tito, gozosos de permanecer a la sombra de un siervo de Dios al que el apóstol empleaba como su delegado en la obra, gozosos al mismo tiempo de tener toda la aprobación de Cristo en su humilde servicio.
Cinco consecuencias de la fidelidad en el servicio
Yo querría aún presentar algunos pensamientos que me han regocijado al leer el capítulo 9. Hallamos en él las consecuencias de la fidelidad en este ministerio de caridad que tenía tan poca apariencia.
La primera de esas consecuencias se halla en el versículo 6: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará”. No olvidemos esto. Si guardamos para nosotros, como si fueran nuestros, los bienes que Dios ha puesto en nuestras manos, entonces no sembramos, o sembramos con tacañería. Apartar todo o parte de lo superfluo es, sin duda alguna, sembrar escasamente. Acumular los bienes que Dios pone a nuestra disposición, es escamotearlos del objeto para el cual Dios los puso entre nuestras manos. El que siembra escasamente no puede esperar bendiciones abundantes, ni aun en las cosas de la tierra. Un mayordomo prudente es el que usa liberalmente de los bienes que considera, no como propios, sino de su Amo.
La segunda consecuencia de la fidelidad en el servicio pecuniario se lee en el versículo 7: “Cada uno dé como propuso en su corazón; no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”. Notad esta palabra: “Dios ama”. No quiere decir que no ame a todos sus hijos, sino que allí donde se halla el deseo gozoso de servir al Señor en los bienes terrenales se es amado por Dios. Jesús decía a sus discípulos: Si obedecéis, el Padre os amará; pero aquí se dice: Dios os ama si dais. En la proporción en que yo emplee gozosamente las cosas de aquí abajo para el servicio de Aquel que me las ha confiado, tendré en mi alma un gozo especial del amor y de la aprobación de Dios.
La tercera consecuencia se ve en los versículos 8-11: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra; como está escrito: Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre.
Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios”. Aquí Dios hace abundar la gracia hacia ellos para que puedan abundar en toda buena obra. Honra a los santos que han empleado sus bienes para Él, aumenta los frutos que son consecuencia de una marcha justa y fiel, de manera que puedan derramarlos a su alrededor con entera liberalidad y sin restricción alguna.
Una cuarta consecuencia está mencionada en los versículos 12 y 13: “Porque la ministración de este servicio… abunda en muchas acciones de gracias a Dios; pues por la experiencia de esta ministración glorifican a Dios por la obediencia que profesáis al evangelio de Cristo, y por la liberalidad de vuestra contribución para ellos y para todos”. No es cosa liviana que las acciones de gracias se eleven continuamente a Dios, en relación con nosotros, desde el fondo de los corazones de todos los santos que han sido socorridos por nosotros. Aquí dan gracias por dos cosas: primero, por la profesión de sus hermanos de ser sumisos al evangelio de Cristo, profesión cuya realidad es demostrada por su consagración; seguidamente, por la liberalidad de sus dones, los que no se dirigen solamente a los necesitados en esta circunstancia especial, sino que se derraman en favor de todos.
Finalmente hallamos, en el versículo 14, una última consecuencia de la fidelidad en este ministerio: la oración por nosotros. ¡Qué privilegio para el siervo fiel es el de ser el objeto de las súplicas de los santos; de cuántos peligros, y quizá de faltas, será preservado, porque la intercesión de sus hermanos, reanimada por su liberalidad, sube continuamente a su favor ante el trono de la gracia!
El apóstol termina con estas palabras: “¡Gracias a Dios por su don inefable!” (v. 15). Hemos visto la medida más grande de la gracia por el hecho de que Cristo se hizo pobre, a fin de que, por su pobreza, fuésemos enriquecidos; aquí vemos la medida más grande de la liberalidad de Dios hacia nosotros. ¿Cuál es este don inefable? ¡Es la misma persona de Cristo!