La dedicación del muro
Este capítulo comienza recapitulando la lista de los sacerdotes y levitas que subieron con Zorobabel. En los versículos 10 y 11 encontramos la enumeración de los sumos sacerdotes, comenzando por Jesúa, del libro de Esdras. Joiacim, su hijo, lo había sucedido. Eliasib, hijo de Joiacim, quien ejercía el sacerdocio en tiempos de Nehemías, es el último sumo sacerdote que el Antiguo Testamento nos presenta en el ejercicio de sus funciones. El capítulo 13 describe a este hombre con los modales que hacen de él un objeto de reprobación. Joiada sucedió a Eliasib, su padre, quien según los versículos 6 y 7 todavía era sacerdote después del año 443 a. C.; no se nos da ningún detalle más sobre él. Jonatán o Johanán (v. 11, 23), hijo de Joiada y nieto de Eliasib, es llamado hijo de Eliasib en el versículo 23 y en Esdras 10:6, según la costumbre tan frecuente entre los judíos. No ejercía el sacerdocio cuando Esdras llegó a Jerusalén. Jadúa es el último sumo sacerdote citado en el Antiguo Testamento. Ejercía sus funciones en tiempo del reino de Darío, el persa (336-330, a. C.); y si damos crédito a la historia, todavía era sumo sacerdote en la época de la invasión de Palestina por Alejandro Magno. Como ocurre frecuentemente en los libros históricos y proféticos, este pasaje, inspirado como todo el resto, fue añadido más tarde al libro de Nehemías, para completar la información dada por el escritor sagrado.
Fiestas similares a la dedicación del muro (v. 27-43) tuvieron lugar en varias ocasiones en la historia de Israel:
1. Cuando David trajo el arca de la casa de Obed-edom (2 Samuel 6:12-15).
2. Cuando dedicaron el templo de Salomón (1 Reyes 8:12-66).
3. Cuando los fundamentos del templo fueron puestos (Esdras 3:10-13).
4. Cuando dedicaron la casa (Esdras 6:16-18).
5. Y para terminar, en nuestro pasaje.
Estas fiestas, a excepción de una, expresaban el gozo, eran espontáneas y no formaban parte de las ordenanzas de la ley. El gozo que allí se manifestaba siempre estaba en relación con la casa de Dios. Podemos sacar la consoladora conclusión de que el sentimiento de decadencia no debe debilitar nuestro gozo, porque las bendiciones que el Señor derrama hoy sobre su Asamblea tienen tanto valor como en los tiempos más prósperos de la historia de la Iglesia. “Regocijaos en el Señor siempre”, se nos dice, y esto en días en los que la ruina se acentuaba más y más.
En la dedicación del muro, los levitas, cuyo carácter en estos libros a veces roza con la indiferencia, parecen nuevamente poco dispuestos a colaborar. “Para la dedicación del muro de Jerusalén, buscaron a los levitas de todos sus lugares” (v. 27). Los cantores se reunieron voluntariamente para esta gran fiesta. Según parece, previendo su servicio en la casa de Dios, “se habían edificado aldeas alrededor de Jerusalén” (v. 29).
Antes de la fiesta era necesario que los levitas y los sacerdotes se purificasen, rasgo bien característico del régimen de la ley, en contraste con el de la gracia (Hebreos 7:27); sin esto no podían purificar al pueblo, las puertas ni el muro. La fiesta en sí y el cortejo conducían a la casa de Dios. La santificación de Jerusalén y del pueblo no tenía otro propósito que glorificar a Aquel que quería poner allí su domicilio.
Versículos 31-37. Nehemías puso los dos coros sobre el muro, hacia la puerta del Muladar (ver el cuadro esquemático). De allí el primer coro, subiendo hacia el oriente, llegó por “las gradas de la ciudad de David” a la puerta de las Aguas, que cerraba el recinto del templo al sur. En esta parte del cortejo, que era la más importante, Nehemías dio el primer lugar al “escriba Esdras” (v. 36). Él iba a la cabeza; es conmovedor ver a Nehemías desaparecer humildemente ante una autoridad espiritual superior a la suya. Destacando a Esdras, Nehemías da, de hecho, toda su autoridad a la Palabra de Dios, de quien Esdras era el representante. En cuanto a él, el gobernador, que en realidad tenía el derecho de ocupar el primer lugar en el segundo coro, tomó el último: “El segundo coro iba del lado opuesto, y yo en pos de él” (v. 38). Este coro se detuvo ante la “puerta de la Cárcel”, al norte del templo. Por último, los dos cortejos se reunieron en los atrios de la casa de Dios (v. 40), para ofrecer sacrificios y celebrar su nombre.
Se regocijaron, porque Dios los había recreado con grande contentamiento; se alegraron también las mujeres y los niños; y el alborozo de Jerusalén fue oído desde lejos (v. 43).
Todo esto estaba lejos de igualar la gloria de los días de David y Salomón, pero el gozo era igualmente grande, porque era el gozo de un pueblo santo, consagrado a Dios, aprobado por él, que tenía la Palabra de Dios para conducirle.
En los versículos 44 al 47 vemos los efectos de la consagración del pueblo a Dios, a pesar de la humillación en que se encontraba. Faltaban muchas cosas. “Porque desde el tiempo de David y de Asaf, ya de antiguo, había un director de cantores para los cánticos y alabanzas y acción de gracias a Dios” (v. 46). Sin embargo, el orden no faltaba, pues el pueblo recurría a lo que había sido establecido al comienzo por David y Salomón (v. 45); y también porque el celo que acompaña siempre a un gran gozo ayuda a colmar los olvidos (v. 44, 47). Aquí se ve, aunque sea por un momento, una consecuencia del gozo común: la realización práctica del primer amor.