Nehemías

Nehemías 10

Renovación del pacto

Tras la confesión encontramos, tal como acabamos de ver, la renovación del pacto, como tuvo lugar precedentemente en el reinado de Josías (2 Reyes 23:3). Este pacto estaba basado en la ley; por ello fue tan rápidamente violado como el del Sinaí, lo mismo que cualquier otro en condiciones similares. Pero para el hombre estos pactos son una ocasión de experimentar a fondo lo que es la carne, y es por esto que la ley, como obligación, es necesaria.

Nosotros no podemos aplicarnos este capítulo de la misma manera, pues nuestras relaciones con Dios están basadas en la gracia; sin embargo, en él podemos ver la renovación de las relaciones de comunión con Dios, cuando nuestra infidelidad ha provocado un eclipse. Además, aquí vemos un hecho muy importante, pues cuando la confesión de las faltas ha sido real y completa, no solo encontramos la comunión con Dios, sino también la comunión los unos con los otros.

Los príncipes del pueblo, el gobernador, los sacerdotes, los levitas y los cabezas del pueblo firmaron el pacto, en total 84 personas, que representaban a más de 40.000. “Y el resto del pueblo, los sacerdotes, levitas, porteros y cantores, los sirvientes del templo, y todos los que se habían apartado de los pueblos de las tierras a la ley de Dios, con sus mujeres, sus hijos e hijas, todo el que tenía comprensión y discernimiento, se reunieron con sus hermanos y sus principales, para protestar y jurar que andarían en la ley de Dios, que fue dada por Moisés siervo de Dios, y que guardarían y cumplirían todos los mandamientos, decretos y estatutos de Jehová nuestro Señor” (v. 28-29). Aquí encontramos, pues, el resultado de una verdadera humillación, de una verdadera separación, de una verdadera confesión. No hay ninguna divergencia; se manifiesta un mismo sentimiento; todos, viejos y jóvenes, hijos e hijas, mujeres y niños, sacerdotes, cantores, levitas y sirvientes del templo “se reunieron con sus hermanos”, aceptando lo que sus conductores, estos 84 hombres, habían hecho; no hubo ninguna oposición; en este numeroso pueblo no se ve al uno a la derecha y al otro a la izquierda; nada de bandos particulares tomando una decisión independiente, excluyendo a los otros. Las mujeres tuvieron su lugar en este asentimiento universal. ¿No es esto instructivo? Dios permite las divergencias y las disensiones entre sus hijos cuando la confesión de las faltas no se hace, o es incompleta, sea entre los individuos o en las asambleas. A partir del momento en que esta confesión es real y completa, y que nadie trata de justificarse o disculparse, la comunión de los unos con los otros se restablece.

El pacto encierra tres puntos:

1.  La exclusión de los matrimonios profanos (v. 30), como en Esdras 10.
2.  La santificación completa del sábado, que era la señal del pacto. La celebración del sábado tenía el carácter de una separación absoluta de las naciones (v. 31).
3.  El año sabático, que probablemente nunca había sido estrictamente guardado desde la promulgación de la ley.

Por estas prescripciones se ve que todos se habían familiarizado con las enseñanzas de la Escritura; pero no se quedaron ahí. En los versículos 32 al 34 ellos mismos se imponen mandamientos, lo cual confirma una verdadera comprensión de los pensamientos de Dios. No tenían textos formales para obrar, pero estaba “escrito en la ley” que los sacrificios debían ser ofrecidos; esto bastaba para que cada uno cumpliera con ellos según sus medios. Lo mismo sucedió para traer madera a la casa de Dios. La ley no ordenaba suministrarla, pero estaban seguros de responder a los pensamientos de Dios participando todos en esta faena, sin la cual los sacrificios no podían ser ofrecidos.

En lo concerniente a las primicias y a los diezmos, solo debían ceñirse a lo que estaba explícitamente “escrito en la ley”. En todo esto obraban de común acuerdo. Todo parece sencillo y fácil cuando existe la comunión entre los hermanos y, además, cuando su único motivo de acción es el servicio de la casa de su Dios (v. 39).