Nehemías

Nehemías 6

Ataques personales

Hemos dicho que el capítulo 3 contiene una descripción de conjunto, comprendiendo todo el período durante el cual la muralla fue reconstruida. Los capítulos 4 al 6 nos presentan las dificultades que el pueblo encontró durante ese trabajo. El capítulo 4 muestra el esfuerzo de los enemigos para obligar a los obreros a cesar su trabajo. Este esfuerzo fue anulado por la energía de Nehemías, quien hizo tomar las armas a los hombres de Judá, sin abandonar su carácter de obreros. En el capítulo 5 vimos la acción de Satanás para crear el descontento y las disputas entre hermanos llamados a una obra común. El ejemplo de Nehemías, sacrificando sus derechos y sus intereses por el bien de sus hermanos, sirvió poderosamente para apaciguar los espíritus, procurando el gozo y la paz.

El capítulo 6 nos presenta el asalto de los enemigos bajo una nueva forma. Nehemías era el instrumento empleado por Dios en estas circunstancias tan difíciles: los adversarios trataron de eliminarlo. Si su plan triunfaba, toda la obra caería con el siervo a quien Dios la había confiado. Este intento, el más peligroso de todos, fue contrarrestado, como lo veremos en el curso de este capítulo. Aquí Nehemías muestra cualidades extraordinarias para resistir al asalto del enemigo; pero en él sobresale su plena confianza en Dios y una absoluta desconfianza de sí mismo. En el versículo 9 su confianza se traduce por estas palabras:

Ahora, pues, oh Dios, fortalece tú mis manos.

Sabía que no tenía ninguna fuerza en sí mismo y la buscaba en Dios.

El ataque dirigido contra la persona de Nehemías presenta dos caracteres sucesivos que debemos tener en cuenta. El más peligroso es, como siempre, el último. El enemigo usa una hábil progresión en esta empresa, y solo al final lanza sus mejores tropas de reserva contra aquel a quien quiere destruir. En los versículos 1 a 9, el ataque viene de fuera; en los versículos 10 a 14 es infinitamente más peligroso, porque nace en el recinto mismo de Jerusalén.

Versículos 1 a 9. La muralla estaba reconstruida, pero las hojas de las puertas todavía no habían sido colocadas. En pocos días, la ciudad estaría al abrigo de una sorpresa. Antes de que fuera demasiado tarde, el enemigo se apresuró a sacar provecho de esta deficiencia. En primer lugar quiso eliminar al conductor del pueblo. Sanbalat y sus socios lo invitaron a un encuentro “en alguna de las aldeas en el campo de Ono”. Nehemías les respondió con gran prudencia: “Yo hago una gran obra, y no puedo ir; porque cesaría la obra, dejándola yo para ir a vosotros” (v. 3). Frente a la sugerencia mediante la cual querían sorprenderle, Nehemías antepuso la importancia de su trabajo. Es como el “Ocúpate en estas cosas” de 1 Timoteo 4:15.

Esta negativa no desalentó al enemigo. A menudo sucede que empezamos rechazándole categóricamente, pero luego, cansados de luchar, terminamos cediendo. Después de cuatro infructuosos ensayos, Sanbalat intentó una quinta vez con una astucia más peligrosa. Envió a su criado con una carta abierta en su mano. Todo el mundo podía conocer su contenido; el enemigo no ponía obstáculos para hacerla conocer, porque era necesario que las acusaciones y las amenazas contenidas en la carta llegasen a oídos del pueblo, para conseguir simpatizantes a Sanbalat.

Estas acusaciones y amenazas estaban resumidas en cinco puntos:

1.  Se ha oído entre las naciones, y Gasmu lo dice, que tú y los judíos pensáis rebelaros.
2.  La construcción del muro no tiene otro propósito.
3.  “Y aun se dice” (V. M.) (¡cuánto asustan los rumores a las almas!) que tienes ideas ambiciosas. Piensas ser el rey y vas a ser acusado de querer sustituir al soberano.
4.  Este propósito, siempre de acuerdo con los rumores que corren, buscas realizarlo a través de profetas establecidos por ti, para que digan: ¡Hay un rey en Judá!
5.  ¡Ahora se van a comunicar estas cosas al rey!

En esto había motivos para hacer doblegar al más valiente. Sospechas sobre el carácter y el propósito del siervo de Dios; temor de ver su conducta calumniada ante el rey, quien había puesto su confianza en él. La conclusión de la carta era una invitación, repetida por quinta vez: “Ven, por tanto, y consultemos juntos” (v. 7).

Nehemías no ignoraba las intenciones del enemigo; sabía que para que huyera tenía que resistirle; así opuso la verdad a las mentiras que trataban de asustarle: “Entonces envié yo a decirle: No hay tal cosa como dices, sino que de tu corazón tú lo inventas” (v. 8). Además, según su costumbre, acompañó sus actos con la oración a Dios: “Ahora, pues, oh Dios, fortalece tú mis manos” (v. 9). ¡Qué bien hace confiar en Dios! Si el enemigo viene hacia nosotros, no le temamos: perseverando en la oración hallaremos la liberación en el momento oportuno.

El segundo esfuerzo de Satanás, más peligroso que el anterior, nació en la misma Jerusalén (v. 10-14). Semaías, de posible origen sacerdotal, asume aquí el papel de profeta, y como tal se dirige a Nehemías: “Hablaba aquella profecía contra mí” (v. 12). Cuando Nehemías vino a su casa, Semaías se había encerrado, pues simulaba tener miedo, cuando no tenía motivos para temer. Este hombre había sido sobornado por Tobías y Sanbalat: el amor al dinero lo convirtió en un traidor. Dijo: “Reunámonos en la casa de Dios, dentro del templo, y cerremos las puertas del templo, porque vienen para matarte; sí, esta noche vendrán a matarte” (v. 10). Puso a Nehemías ante dos alternativas: Huir, presa del miedo, o refugiarse en el templo (donde solo los sacerdotes tenían acceso) para escapar de los asesinos. Si hubiera huido, habría sido acusado de tener una mala conciencia; si se hubiese refugiado en el templo, habría sido acusado de profanarlo, desobedeciendo las órdenes formales de Dios. De cualquier manera Nehemías habría estado comprometido en un camino de pecado que lo habría difamado cubriéndolo de oprobio (v. 12).

La respuesta de este hombre de Dios es un ejemplo de dignidad y humildad a la vez. Reivindica su dignidad ante los hombres, sus enemigos: “¿Un hombre como yo ha de huir?”. Nehemías había comprometido al pueblo en la obra. Lo había armado valientemente. Había intervenido con autoridad ante los conflictos de sus hermanos. ¿Cómo pensar que flaquearía ante acusaciones mentirosas? Pero Nehemías prosiguió con una palabra de humildad, más importante que la primera: “¿Y quién, que fuera como yo, entraría al templo para salvarse la vida? No entraré” (v. 11). ¡Un hombre como yo! Empleó la misma palabra que la primera vez, pero para situarse humildemente en la presencia de Dios. En el primer caso se le hubiera podido acusar de orgullo, pero en el segundo mostró que el orgullo estaba muy lejos de su corazón. ¿Cómo entrar en el templo, al cual Dios solo permitía el acceso a los sacerdotes? Un rey de Judá trató de hacerlo, colocándose como rey por encima del sacerdocio, y fue castigado con lepra (2 Crónicas 26:16-21). Nehemías no pensó renovar este acto profano. Un hombre como él, ¿tenía algún valor delante de Dios, o algún derecho para quebrantar sus mandamientos? Se le quería provocar para que lo hiciera por miedo. Esta propuesta venía de la serpiente antigua. Así obró Satanás desde el principio, induciendo a Adán a desobedecer.

Después de rechazar esta mala propuesta, Nehemías no fue más lejos y dejó el asunto en las manos de Dios. Es importante notarlo. Este hombre de Dios hubiera podido amotinar al pueblo contra Semaías, acusarlo de ser un falso profeta, probar en público su traición, revelar la ignominia de Sanbalat y Tobías. ¡Pero no lo hizo! Encomendó el juicio a Dios: “Acuérdate, Dios mío, de Tobías y de Sanbalat, conforme a estas cosas que hicieron; también acuérdate de Noadías profetisa, y de los otros profetas que procuraban infundirme miedo” (v. 14). El nombre de los adversarios, enemigos del pueblo, se halla en primer lugar; el de Semaías no se menciona. ¡Hermoso ejemplo de un corazón que no se dejó llevar por resentimientos personales contra el que le hizo un daño tan grave! Bello ejemplo también de delicadeza hacia un hermano a quien sabe que se ha corrompido y vendido, y al que hubiera podido decir: “Apártate de mí, Satanás”. Noadías solo aparece aquí, una verdadera profetisa quien se había prestado para esta intriga, con el resto de los profetas. Esta mujer era inexcusable, como sus compañeros, porque ¡la iniquidad que se esconde bajo el manto de los profetas debe ser señalada!

Fue así como Nehemías hizo frente a los ataques y a los engaños del adversario. Tenía ante sí un ideal invariable y, para alcanzarlo, añadía a la fe la virtud, el ánimo moral que sobrepasa todas las dificultades, rechazando el pecado que nos asedia.

A pesar de toda la oposición, el muro fue terminado el veinticinco del mes de Elul, sexto mes de este año judío que comenzaba en el mes de Abib, cuando las espigas maduraban, mes de la Pascua y de la salida de Egipto (Éxodo 13:4). Gracias a la intervención del poder divino, solo fueron necesarios 52 días para llevar a cabo este inmenso trabajo. A los ojos de todas las naciones circundantes, esto era una prueba de “que por nuestro Dios había sido hecha esta obra”. Por eso no es extraño que, al conocer estas cosas, “temieron… y se sintieron humillados” (v. 16). Entonces surgió un último peligro, suscitado por los principales del pueblo. “Asimismo en aquellos días iban muchas cartas de los principales de Judá a Tobías, y las de Tobías venían a ellos. Porque muchos en Judá se habían conjurado con él”. ¿Por qué se sometían a él, reconociendo su autoridad? Cosa muy triste, pero común: porque tenían intereses en esto. Tobías, como ya se ha dicho, “era yerno de Secanías hijo de Ara; y Johanán su hijo había tomado por mujer a la hija de Mesulam hijo de Berequías”, de linaje sacerdotal. Estos nobles de Judá eran de doble corazón; trataban de ganarse a Nehemías, hablando de “las buenas obras” de Tobías. Probablemente le decían: Es un hombre amable, ha buscado la alianza con el pueblo de Dios. ¡Cuántas veces hemos oído adular las cualidades de un adversario, para atenuar su hostilidad y obligar a las almas a recibirle como aliado! Los mismos intrigantes contaban a Tobías las palabras de Nehemías. Este intercambio de cartas no tenía como fin ganar al enemigo, sino asustar al conductor del pueblo (v. 17-19).

Así era como el adversario lanzaba todas sus tropas de reserva contra un solo hombre. Pero Dios estaba allí y fortalecía las manos de su siervo. Como lo dijo a Jeremías en su tiempo, podía decirlo también a este nuevo testigo: “Te pondré en este pueblo por muro fortificado de bronce, y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice Jehová. Y te libraré de la mano de los malos, y te redimiré de la mano de los fuertes” (Jeremías 15:20-21).