Orden de la casa, gobierno de la ciudad y registro genealógico
El muro estaba construido; las puertas y sus cerraduras estaban colocadas. El enemigo, decepcionado de todas sus tentativas, por fin abandonó sus empresas. Ahora el primer objetivo de Nehemías era organizar el servicio de Dios. Los porteros, guardianes de la casa, los cantores que dirigían la alabanza, los levitas a los cuales era confiado el ministerio de la palabra (comp. cap. 8:7) –porque los levitas ya no tenían, como en el desierto, la tarea de llevar los objetos sagrados del tabernáculo–, todos estos hombres quedaron establecidos en sus cargos.
Pero todavía era necesaria una vigilancia confiada a conductores que tuvieran el derecho de hacerse escuchar. Nehemías, por la autoridad que Dios le había conferido, escogió dos hombres para ello. Asimismo, más tarde, vemos a Pablo escoger a Timoteo y Tito en función de su autoridad apostólica. Esta autoridad delegada no la posee actualmente la Iglesia, y sería una verdadera presunción pretender poseerla aún. A pesar de la ruina, Dios no deja a su Iglesia sin recursos, y su Espíritu le dará el socorro necesario. La acción del Espíritu jamás le faltará.
Nehemías hizo esta elección con una sabiduría que le fue dada de lo alto. Su hermano Hanani había sido el primero en darle la noticia de la miseria de Jerusalén (cap. 1:2). Convenía, pues, que aquel que había llevado en su corazón el oprobio de la ciudad santa, y que para levantarla de sus ruinas había emprendido el largo viaje hacia Babilonia, ocupara un lugar de honor y autoridad entre el pueblo.
El segundo de estos hombres era Hananías, jefe de la fortaleza; había hecho su aprendizaje en la misión restringida que había ocupado en “la ciudad de David” propiamente dicha. Tenía otros títulos, además de este: “porque este era varón de verdad y temeroso de Dios, más que muchos” (v. 2). El servicio de Dios solo puede ser confiado a hombres fieles. De otra manera, ¿cómo serían calificados para ser conductores? Por ello Pablo, como Nehemías, se rodeaba de siervos de Cristo, puestos a prueba y hallados fieles (1 Corintios 4:17; Efesios 6:21; Colosenses 4:7, 9; véase también 1 Pedro 5:12; Apocalipsis 2:13). Aun hoy, sin institución apostólica, es necesario que los conductores tengan este carácter. En general las iglesias muy raramente son llamadas fieles, incluso en los días apostólicos. En efecto, este término solo les fue aplicado dos veces (Efesios 1:1; Colosenses 1:2). Quiera Dios que sea de otra manera donde la unidad del cuerpo de Cristo es realizada por la reunión de los hijos de Dios, pero ¡qué poco frecuente ha sido esto en todo tiempo! Esto es naturalmente imposible donde se pretende formar «iglesias» mediante la alianza de los cristianos con el mundo.
En todo caso, en la Palabra de Dios solo se encuentra la fidelidad del conjunto cuando la posición celestial en Cristo es conocida y realizada, como en la asamblea de Éfeso; o cuando, como en Colosas, el valor de la persona de Cristo, Cabeza de su cuerpo, es apreciado, a pesar de los esfuerzos del enemigo para hacer que se pierda el gozo de ello.
También se dice de Hananías que “era temeroso de Dios, más que muchos”. El temor de Dios siempre va acompañado de humildad; nadie puede darse importancia delante de Él, y es una de las auténticas fuentes de la autoridad de los conductores. Aquel que cree ser algo, no vive en el temor de Dios, y su ministerio no será provechoso a los santos. Si Dios quiere emplearle, será necesario que lo humille tarde o temprano, a fin de poder utilizarlo.
Consideremos además en qué consistían las funciones de estos dos hombres. Debían vigilar escrupulosamente las puertas (v. 3). En la ciudad santa no debía entrar nada sin ser controlado. Nehemías temía de tal manera que elementos extraños fuesen introducidos en la ciudad al amparo de la noche, o aun a media luz, que ordenó esperar hasta que el sol calentara para abrir las puertas. Así nadie podía entrar inadvertido en Jerusalén. Igualmente hoy, sabiendo que tenemos enemigos espirituales, debemos velar para que ciertas doctrinas subversivas del cristianismo no se introduzcan en la ciudad de Dios. Y no se trata necesariamente de herejías. A veces son doctrinas verdaderas hasta cierto punto, pero que sacadas de su lugar y desplazadas en relación con otras verdades, son falsificadas por esta transposición, convirtiéndose en peligrosas. En todos los tiempos, los conductores dignos de este nombre han debido velar para que estos elementos no se introduzcan entre los hijos de Dios, aprovechando la noche o la media luz.
Los dos conductores encargados del gobierno de Jerusalén debían velar personalmente para que las puertas estuvieran cerradas. No debían confiar esta tarea a otros, porque toda negligencia en el servicio hubiera sido fatal; se requería una vigilancia continua.
Por su parte, los habitantes de Jerusalén también tenían sus deberes:
Señalé guardas de los moradores de Jerusalén, cada cual en su turno, y cada uno delante de su casa (v. 3).
Actualmente la vigilancia respecto al mal nos incumbe a todos. Cada uno debe estar “delante de su casa”. Si dejamos al enemigo introducirse en nuestras casas, arruinará al pueblo de Dios como si se introdujera por las puertas. Debemos ser vigilantes frente a todo mal, sean malas doctrinas o mundanalidad. Esta última es más contagiosa que las primeras, y armoniza tanto con todas las tendencias de nuestro corazón natural, que no alcanzamos a ser suficientemente vigilantes para rechazarlas.
Otra dificultad se presentó. La ciudad rodeada de murallas era espaciosa y grande, pero el pueblo era poco, y dentro de ella “no había casas reedificadas”. Esto no significa que no hubiera casas; lo que sucede es que no todas habían sido destruidas; y cuando el pueblo volvió bajo la dirección de Zorobabel, muchas familias pudieron encontrar sus antiguas moradas y ocuparse aun de adornarlas y artesonarlas (Hageo 1:4), cuando el trabajo de la casa de Dios fue interrumpido. Fue así como vimos un gran número de ellos levantar el muro delante de su casa. Esta expresión solo significa que las casas derribadas no habían sido reedificadas; sin duda en Jerusalén había grandes espacios completamente vacíos. Daniel hace alusión a este trabajo que comenzó en tiempo de Nehemías. Distingue las siete primeras semanas (de años) que forman parte de las sesenta y nueve semanas que habrán de pasar hasta la venida del Mesías, y añade que durante estos cuarenta y nueve años “se reedificarán plaza y foso en la angustia de los tiempos” (Daniel 9:25, versión Nacar-Colunga). La plaza es el lugar donde se concentra la actividad de la ciudad, el lugar de reunión que primero se llena de casas; el foso es una defensa suplementaria destinada a proteger la ciudad. En Daniel, la “plaza” parece ser la que estaba delante de la puerta de las Aguas (Nehemías 8:1) en la ciudad de David, en Ofel, y que no fue comprendida en el recinto, en la época de la reconstrucción del muro (véase el cuadro anexo a estas páginas). La Palabra de Dios no nos conduce históricamente hasta el tiempo angustioso de que habla el profeta Daniel, tiempo sobre el cual aun el testimonio de la historia es poco explícito.
Del versículo 5 al 73 encontramos la repetición de las genealogías contenidas en el capítulo 2 de Esdras. Los racionalistas no han dudado en atacar este pasaje. Dieciocho de las cifras indicadas en Esdras ofrecen variantes aquí, algunas veces en menos y otras en más. Pueblo, sacerdotes, servidores del santuario, etc., dan en Esdras una cifra de 29.818, para un total de 42.360 personas, comprendiendo los no inscritos. Sobre este mismo total de 42.360, Nehemías indica 31.089 personas inscritas. Dejando de lado la invocación, tan fácil como incierta, de faltas de los copistas, comprobamos:
1. Que la enumeración de los conductores del pueblo contiene, en Nehemías 7, un nombre, Nahamani (v. 7), no mencionado en Esdras 2.
2. Que los registros genealógicos levantados por Zorobabel estuvieron al día durante un tiempo más o menos largo (véase Nehemías 12:23).
3. Un hecho bastante notable es que si a la genealogía de Esdras se añaden las 1.396 personas que vinieron a vivir en Jerusalén (Nehemías 11), se llega a la cifra de 25.540 para el pueblo, cifra que concuerda casi exactamente con la cifra de 25.406 de Nehemías 7.
Podríamos añadir otros detalles, pero cualesquiera que sean nuestras suposiciones, aquí aprendemos, como siempre, a desconfiar de nuestra razón, incluso cuando se trata de detalles materiales de la Palabra de Dios, y a esperar en él para su explicación, si juzga bueno dárnosla en tiempo útil. Todo lector sumiso a la Palabra lo ha experimentado feliz muchas veces.