Las siete fiestas de Jehová

Números 28 – Números 29

Conclusión

Cada una de las fiestas que vimos (la Pascua, los panes sin levadura, la gavilla por primicia, la conmemoración al son de las trompetas, la expiación y los Tabernáculos) estaba acompañada de sus respectivos sacrificios, como nos lo muestran estos dos capítulos. Expresado de otra manera, cada una de las etapas importantes de la vida espiritual del cristiano está vinculada al sacrificio del Señor Jesús.

¿Significaría esto que solamente en las grandes ocasiones de la vida debemos pensar en el Señor Jesús? El comienzo de nuestro capítulo 28 da la respuesta: “Mi ofrenda, mi pan con mis ofrendas encendidas en olor grato a mí, guardaréis, ofreciéndomelo a su tiempo… Esta es la ofrenda encendida que ofreceréis a Jehová: dos corderos sin tacha de un año, cada día, será el holocausto continuo. Un cordero ofrecerás por la mañana, y el otro cordero ofrecerás a la caída de la tarde” (v. 2-4). Es el holocausto continuo, acompañado con su presente de flor de harina y su libación. De manera que el tiempo fijado para la ofrenda de Jehová no se limitaba a las grandes ocasiones: cada día el olor agradable debía subir delante de él.

Si cada mañana y cada tarde sintiéramos más el deseo de dar gracias a Dios por el don del Señor Jesús, esto contribuiría mucho más a mantenernos despiertos y a conservar el gozo de su comunión. ¡Cuán importante es pensar cada mañana en Aquel que se ofreció, y cada tarde bendecir a Dios porque él vino, porque se dio!

Todas las mañanas y todas las tardes el cordero era ofrecido en holocausto, pero el día sábado “ofreceréis… dos corderos de un año sin defecto”, con su presente de flor de harina y su libación. Era el holocausto del sábado, además del holocausto continuo. Un día por semana –para nosotros el primer día, el domingo– debe brotar un sentimiento más profundo, más particular para el Señor Jesús sacrificado: aparte del holocausto diario, dos corderos más.

Finalmente, “al comienzo de vuestros meses ofreceréis en holocausto a Jehová dos becerros de la vacada, un carnero, y siete corderos de un año sin defecto” (v. 11). He aquí el holocausto mensual para cada mes del año. Estos meses del año corrían paralelos al desarrollo de las fiestas. Correspondían a las lunas y, en cada ciclo lunar, había que ofrecer un nuevo sacrificio. En cierto sentido, la vida de un cristiano debería ser una línea ascendente, continua. Pero, a causa de nuestras flaquezas e insuficiencias, ella, como la luna, también tiene sus fases: menguantes y crecientes, sombras y luces, caída y restauración… Cada vez Dios nos habla, y en cada experiencia nos es necesario pensar en el sacrificio ofrecido en la cruz.

El recuerdo de la obra cumplida en el Calvario no es solo para los días importantes de nuestra vida; debe estar siempre en nuestro corazón, cada día, cada semana, cada mes.

Los capítulos 28 y 29 de Números hacen hincapié en el holocausto, es decir, en lo que el Señor Jesús es para Dios. Es cierto que debemos tener presente lo que él es para nosotros, lo que él nos proporcionó, pero conviene que nos elevemos en nuestros pensamientos y que a menudo hablemos al Padre de Aquel en quien él halló todo su contentamiento. Es lo que le debemos los que gozamos de la herencia y tenemos parte en lo que cada una de las fiestas nos presentan.

Así, de día en día, de semana en semana, de mes en mes y de año en año, andaremos hacia aquel “octavo día”, el día de la eternidad, cuando:

Para exaltarte, ¡Hijo ungido!
Del cielo y tierra en coro unido,
Subirá en el santuario el himno
Siempre más, siempre más.

Tu faz será la luz suprema
Y de tu gracia el alma llena,
Por siempre tuya toda entera
Te será, te será.

De Ti la entrega expiatoria,
De tu amor, de tu victoria,
La Iglesia te dirá la historia
Más allá, más allá.

Y ella, tu perla incomparable,
Prueba de tu gloria admirable,
Por siempre tu gracia adorable
Cantará, cantará.