La gavilla por primicia
La Pascua y la fiesta de los panes sin levadura podían ser celebradas en el desierto, pero para traer al Señor la gavilla por primicia era menester haber entrado en la tierra que él les daba. La Pascua era sacrificada por la tarde, a la puesta del sol, y comida en la noche. En la mañana todo estaba terminado (Deuteronomio 16:6-7). La gavilla por primicia debía ser presentada al Señor el día siguiente al sábado, al comienzo de una nueva semana. El evangelio de Marcos, después de repetir siete veces que la noche llegaba –la cual desembocó en la tumba– anuncia un nuevo día, el primero de la semana, cuando muy de mañana, salido el sol, los que buscaban a Jesús muerto supieron que había resucitado.
Cristo resucitado
Esta gavilla, primer fruto de la siega, es figura de Cristo resucitado, primicias de los que durmieron (1 Corintios 15:20). La gavilla era mecida delante de Dios para presentar así todos los aspectos de la resurrección. En efecto, qué momento glorioso cuando Cristo resucitado, alzado al cielo, entró en la presencia de Dios habiendo obtenido eterna redención. Ofrecían la gavilla para ser aceptos a Dios. Cristo resucitó para nuestra justificación. Según el mundo, el Nazareno solo era “un cierto Jesús… muerto” (Hechos 25:19), mas para Pablo era el viviente. El grano de trigo caído en la tierra murió, y ahora lleva mucho fruto.
La resurrección de Cristo es una verdad capital del Evangelio, es la consagración de la derrota del enemigo, la demostración pública de la victoria obtenida en la cruz (Colosenses 2:15).
La ofrenda de la gavilla era acompañada por un holocausto con su presente de flor de harina y, por primera vez en Levítico, con una libación de vino, símbolo del gozo que acompaña a la resurrección.
La vida de resurrección del creyente
Antes de ofrecer la gavilla no se permitía comer pan de trigo nuevo, ni grano tostado, ni en espiga. El mismo día de su resurrección, Jesús se acercó a dos de sus discípulos que iban a Emaús y les explicó “en todas las Escrituras lo que de él decían”. ¡Cuántas maravillas hicieron arder el corazón de Cleofás y de su compañero aquel día! Eran las primeras espigas de la cosecha: sus ojos fueron abiertos y reconocieron a un Cristo que había sufrido y al que iban a contemplar subiendo en gloria. El trigo viejo de la tierra (Josué 5:11) nos habla de Cristo en los consejos eternos de Dios; el pan, de su humanidad perfecta, alimento para nuestras almas (Juan 6); el grano tostado, de sus sufrimientos (Levítico 2:14), y el grano nuevo en espigas, de su resurrección.
Desde la ofrenda de la gavilla, la siega proseguía durante siete semanas (Deuteronomio 16:9). En Juan 4:35, cuatro meses antes de la siega, Jesús llama a sus discípulos para que consideren los campos ya blancos para la siega. Pero su resurrección era necesaria para que, a lo largo de los siglos, fuesen juntadas en el granero celestial las gavillas por las cuales él iba a dar su vida.
¿Qué falta hoy para la siega? ¿No es lo que faltaba ya en los tiempos del Señor, es decir, obreros? ¿Cuál es nuestra parte en ella? ¿Supimos discernir a qué lugar del campo desea enviarnos el Señor? ¿Por qué tal hermano ya anciano que visita las asambleas en un lugar de difícil acceso no halla un joven amigo dispuesto a llevarlo en su coche? ¿Por qué faltan jóvenes hermanos o hermanas para enseñar a los niños en las escuelas dominicales? ¡Cuántos enfermos se alegrarían de oír un resumen de las reuniones o de recibir una reproducción escrita o grabada de ellas! ¡Cuántas congregaciones apreciarían un alimento sencillo que proviniera del corazón y que dirigiese las almas hacia el Señor! ¡Quiera Dios que los jóvenes hermanos a quienes el Señor conceda estos privilegios puedan sentir la necesidad de presentar verdaderamente a Jesús! (El profeta Isaías vio su gloria –tenía tan solo alrededor de veinte años– y habló de él).
Romanos 6:4-11 nos muestra que, siendo identificados con Cristo en la semejanza de su muerte, lo seremos también en la de su resurrección. De manera que podemos considerarnos muertos al pecado (lado negativo) pero vivos para Dios en Cristo Jesús, para que andemos en vida nueva (lado positivo). ¿Cómo lo realizaremos? No solo sabiéndolo (lo cual es fundamental), sino también entregándonos nosotros mismos a Dios como resucitados de entre los muertos.
Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios
(Colosenses 3:1-2).
Esa primera gavilla, tomada previamente de los campos de Israel para ser ofrecida a Dios, también nos recuerda un principio práctico y fundamental de la Palabra: las primicias son para Dios. Hay tres maneras de dar:
- Se puede dar todo: fieles creyentes respondieron a ese llamado dando a Dios su tiempo o sus bienes materiales.
- Se puede dar lo que sobra: lamentablemente es lo que muchos hacen, como el hombre que primero quería sepultar a su padre, o como otro que deseaba ante todo despedirse de los de su casa.
- También se puede dar a Dios la primicia, es decir, hacer para él lo primero, a lo cual se vinculan muchas promesas: “Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia” (Proverbios 3:9-10). “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). “Hazme a mí primero de ello una pequeña torta… y tráemela; y después harás para ti… La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá” (1 Reyes 17:13-14).
¿Daremos al Señor las sobras de nuestro tiempo, o la mejor parte del día –la hora matutina– para la oración y la lectura de la Palabra? Si disponemos de poco tiempo, ¿oraremos primero, o lo haremos solamente si los quehaceres nos dejan tiempo libre? El día del Señor, ¿pensaremos primero en los exámenes que se acercan, o en las primicias que él pide? ¿Le daremos el ocaso de nuestra vida, lo que el mundo ya no quiere más, o procuraremos servirle desde nuestra juventud?
“Que en todo tenga la preeminencia” (Colosenses 1:18).