La Iglesia, el cuerpo de Cristo

Hechos 15:36

Volvamos

Volvamos a visitar a los hermanos en todas las ciudades en que hemos anunciado la palabra del Señor, para ver cómo están.

En otra ocasión, presentamos un lema para el evangelista, inspirados en el versículo que habla de predicar “el evangelio en los lugares más allá de vosotros” (2 Corintios 10:16). Este es el gran objetivo del evangelista, sea cual sea su don o su esfera de acción.

Pero el pastor, al igual que el evangelista, tiene su obra; y para él también queremos proponer un lema. Ese lema lo tenemos en la expresión: “Volvamos”. No debemos considerar simplemente esta expresión como el relato de lo que fue hecho, sino como un modelo de lo que debiera hacerse. Si el evangelista es responsable de predicar el Evangelio en las regiones más allá, mientras haya regiones para evangelizar, el pastor es responsable de volver “a visitar a los hermanos”, mientras haya hermanos para visitar. El evangelista establece el nexo; el pastor mantiene y refuerza ese nexo. El uno es el instrumento para crear ese hermoso eslabón, el otro para perpetuarlo. Es muy posible que ambos dones existan en la misma persona, como en el caso de Pablo; pero, en uno u otro caso, cada don tiene su propio objetivo y esfera de actividad específicos. La actividad del evangelista consiste en ir y buscar hermanos; el pastor, en cambio, debe cuidar de ellos. El evangelista va, primero, y predica la Palabra del Señor; el pastor va otra vez y visita a aquellos en quienes ha surtido efecto aquella Palabra. El primero llama a las ovejas, el segundo las alimenta y las cuida.

El orden de estas cosas es divinamente bello. El Señor no reuniría a sus ovejas dejando que se extravíen, privadas de cuidados y de alimento. Esto sería absolutamente contrario a la gracia, ternura y cuidado que manifiesta siempre en Sus caminos. Por eso él no solo comunica el don a través del cual sus ovejas han de ser llamadas a la existencia, sino también el don por el cual ellas deben ser alimentadas y mantenidas. Él tiene interés por ellas, y en cada etapa de su historia. Vela por ellas, con gran solicitud, desde el momento en que oyen los primeros acentos de vida, hasta que sean introducidas de forma segura en las mansiones de arriba. Su deseo de reunir las ovejas se pone en evidencia en la anchura de corazón de la expresión: “los lugares más allá”; y su deseo por su bienestar rezuma en las palabras “volvamos”. Las dos cosas están íntimamente relacionadas. Dondequiera que la Palabra del Señor haya sido predicada y recibida, allí tenemos la formación de eslabones misteriosos –aunque reales y preciosos– entre el cielo y la tierra. Los ojos de la fe pueden distinguir el más bello vínculo de simpatía divina entre el corazón de Cristo en el cielo y “todas las ciudades” donde “la Palabra del Señor” ha sido predicada y recibida. Esto es tan cierto hoy como lo fue en el primer siglo. Puede haber muchas cosas que dificulten nuestra percepción espiritual de este eslabón; sin embargo, está allí. Dios lo ve, y la fe también lo ve. Cristo tiene sus ojos –ojos cargados de profundo interés y de radiante amor– puestos en cada ciudad, en cada pueblo, en cada aldea, en cada calle, en cada casa donde su Palabra ha sido recibida.

La certeza de esto será de gran consuelo para todo aquel que siente verdaderamente que ha recibido la Palabra del Señor. Si se nos pidiera que demostremos por las Escrituras, la verdad de nuestra afirmación, lo haríamos con la siguiente cita: “Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en visión: Ananías. Y él respondió: Heme aquí, Señor. Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora” (Hechos 9:10-11). ¿Puede haber algo más conmovedor que oír al Señor de gloria, con tanta minuciosidad, dando la dirección de su oveja recién hallada? Da la calle, el número, por decirlo así, y lo que hacía en ese momento. Sus ojos de gracia toman en cuenta todo lo relacionado con cada uno de aquellos por quien dio su preciosa vida. No hay circunstancia, por trivial que fuese, en el camino del más débil de sus miembros, en la cual el bendito Señor Jesús no esté interesado. ¡Sea su Nombre alabado por tan consoladora seguridad! ¡Ojalá que comprendamos más profundamente la realidad y el poder de esta verdad!

Ahora bien, nuestro amoroso Pastor llenará el corazón de todos aquellos que actúen bajo su dirección con los propios cuidados que él tiene por sus ovejas. Fue él quien animó el corazón de Pablo para expresar y llevar a cabo el propósito plasmado en la expresión: “Volvamos”. Era la gracia de Cristo que fluía en el corazón de Pablo, y le daba personalidad y dirección al ferviente servicio de ese apóstol tan consagrado y laborioso. “Nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas” (Hechos 20:20) ¡Qué ejemplo! Pensemos en el apóstol, con todas sus gigantescas labores, encontrando el tiempo para ir de visita casa por casa; ¡y esto durante tres años en una sola ciudad!

Observemos la fuerza de la expresión “volvamos”. No importa cuántas veces usted ha estado allí antes. Puede ser una sola vez, dos veces o tres veces. Esta no es la cuestión. “Volvamos” es el lema para el corazón pastoral, porque siempre hay demanda para el don pastoral. Siempre aparecen cuestiones, en los diversos lugares en los cuales “la Palabra del Señor” ha sido predicada y recibida, que demandan las labores del pastor divinamente calificado. No puede haber lenguaje humano capaz de expresar adecuadamente el valor y la importancia del verdadero trabajo pastoral. ¡Ojalá que haya más de esto entre nosotros! A menudo corta de raíz males que podrían alcanzar proporciones terribles. Esto es especialmente cierto en estos días de pobreza espiritual. Las demandas son enormes: el evangelista debe procurar satisfacerlas yendo a “los lugares más allá”; y el pastor, volviendo “a visitar a los hermanos en todas las ciudades” donde haya sido predicada “la palabra del Señor, para ver cómo están”.

Lector, ¿posee usted algo de don pastoral? Si es así, piense, le ruego, en esa expresión tan profunda: “Volvamos”. ¿Ha estado actuando de acuerdo con ella? ¿Ha estado pensando en sus “hermanos” –en aquellos que han “alcanzado… una fe igualmente preciosa” (2 Pedro 1:1)–, en aquellos que, por recibir “la Palabra del Señor,” han venido a ser hermanos espirituales? ¿Están comprometidos sus intereses y simpatías con “cada ciudad” en la cual se ha formado un eslabón espiritual con la Cabeza en lo alto? ¡Oh, cuánto desea el corazón una mayor muestra de santo celo y energía, de devoción individual e independiente –independiente, quiero decir, no de la sagrada comunión de las personas realmente espirituales, sino de toda influencia que tienda a obstruir y dificultar ese elevado servicio al cual cada uno es claramente llamado, siendo responsable solamente ante su Señor! Tengamos cuidado con las trabas de la pesada maquinaria religiosa, de la rutina religiosa, del falso orden. Cuidémonos, también, de la indolencia, del amor a la propia comodidad, de una falsa economía, que nos conduzca a atribuir una indebida importancia al asunto de los gastos. La plata y el oro son del Señor (Hageo 2:8), y sus ovejas son mucho más preciosas para él que la plata y el oro. Sus palabras son: “¿Me amas? Pastorea mis ovejas” (Juan 21:16-17). Y si solo hay un corazón dispuesto para hacer esto, nunca faltarán los medios. ¡Cuántas veces tenemos la costumbre de gastar sumas de dinero innecesarias en la mesa, en el guardarropa y en la biblioteca, que serían ampliamente suficientes para llevarnos “a los lugares más allá” a predicar el Evangelio, o para “visitar a los hermanos en todas las ciudades”!

Quiera el Señor concedernos un sincero espíritu de negación propia, un corazón fiel a él y a su santo servicio, un verdadero deseo por la difusión de su evangelio y por la prosperidad de su pueblo. Baste ya el tiempo pasado de nuestra vida para haber vivido y trabajado para el yo y sus intereses, y ojalá que el tiempo que resta sea dado a Cristo y sus intereses. No permitamos que nuestros corazones traicioneros nos engañen con razonamientos plausibles acerca de demandas domésticas, comerciales o de otro tipo. Sin duda que se deben atender estrictamente todas esas demandas. Una mente equilibrada nunca ofrecerá a Dios un sacrificio a partir del descuido de una demanda justa. Si estoy a la cabeza de una familia, las demandas de esa familia deben hallar una debida respuesta. Si estoy a la cabeza de un negocio, las demandas de ese negocio deben ser debidamente satisfechas. Si soy un servidor asalariado, debo ocuparme de mi trabajo. Fallar en cualquiera de estos puntos, sería deshonrar al Señor en vez de servirlo.

Pero, permitiendo el más amplio margen posible a toda demanda justa, nos preguntamos si hacemos todo lo posible por “los lugares más allá” y por “visitar a los hermanos en todas las ciudades” ¿No ha habido un abandono culpable tanto de la obra evangelística como en el trabajo pastoral? ¿No hemos dejado que los vínculos domésticos y comerciales actúen excesivamente en nosotros? ¿Y cuál ha sido el resultado? ¿Qué hemos ganado? ¿Nuestros hijos han salido bien, y nuestros intereses comerciales prosperaron? ¿No ha ocurrido a menudo que, cuando la obra del Señor ha sido descuidada, los hijos han crecido en el descuido y la mundanalidad? Y en cuanto a nuestros negocios, ¿cuántas veces sucedió que hemos estado trabajando duro toda la noche, y nada hemos pescado por la mañana? Por otra parte, cuando la familia y las circunstancias son dejadas, con sencilla confianza, en las manos de Jehová-jireh, ¿no han estado mucho mejor cuidadas? Consideremos profundamente estas cosas, con un corazón honesto y un ojo sencillo, y seguramente llegaremos a una conclusión justa.

No puedo dejar la pluma con la que escribo sin llamar la atención del lector sobre la plenitud de la expresión “para ver cómo están”. ¡Qué profundo contenido hay en estas palabras! “Cómo están” públicamente, socialmente y en privado. “Cómo están” en la doctrina, en sus asociaciones y en su andar. “Cómo están” espiritualmente, moralmente y relativamente. En una palabra, “cómo están” en todos los aspectos. Y, recuérdese bien, que este trabajo de ir a ver cómo están nuestros hermanos, nunca debe hacerse en un espíritu curioso, chismoso, entrometido –un espíritu que provoca heridas y no sana, que se mete y no soluciona nada–. A todos los que nos vienen a visitar en este espíritu, sin duda les diríamos: «apartaos de aquí». Pero, a todos los que quieran poner en práctica Hechos 15:36, queremos decirles: «Nuestras manos, nuestros corazones, nuestras casas, están abiertas de par en par para vosotros; entrad, benditos del Señor». “Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad” (Hechos 16:15).

¡Oh Señor, ten a bien levantar evangelistas para visitar “los lugares más allá”, y pastores para visitar, una y otra vez, “a los hermanos en todas las ciudades”!

“¿Me amas?… Apacienta mis corderos… ¿Me amas?… Pastorea mis ovejas” (Juan 21:15-16).

“Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Pedro 5:4).