La Iglesia, el cuerpo de Cristo

La disciplina de la asamblea

Tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre
(Salmo 93:5).

 

Su fundamento

Aquí se nos presenta claramente el verdadero fundamento de la disciplina en la Asamblea. El lugar de la presencia de Dios debe ser santo: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16). No se basa sobre el miserable principio de: “Estate en tu lugar, no te acerques a mí, porque soy más santo que tú” (Isaías 65:5). Gracias a Dios, no. La disciplina se ejerce, no sobre la base de lo que somos nosotros, sino de lo que Dios es. Permitir el mal no juzgado, ya sea en la doctrina o en la práctica, en la Asamblea, equivale a decir que Dios y el mal pueden ir de la mano, lo cual es sencillamente el último y más audaz distintivo de la impiedad.

Pero algunas personas sostienen que no debemos juzgar, y citan Mateo 7:1 para demostrarlo. Respondemos que el pasaje no tiene nada que decir a la Asamblea: simplemente nos enseña, como individuos, a no juzgar intenciones. Más adelante en el mismo capítulo, se nos dice que tengamos cuidado con los falsos profetas. ¿Cómo podemos tener cuidado, si no debemos juzgar? “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16). Está claro, pues, que, como individuos, debemos juzgar la conducta. No debemos juzgar las intenciones sino los frutos. En 1 Corintios 5, la Asamblea es perentoriamente llamada a juzgar y quitar de en medio de ella al perverso.

“En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús”. Y luego, al final del capítulo, leemos: “¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (1 Corintios 5:4-5, 12-13).

Esto es claro y concluyente. La Asamblea tiene la solemne obligación de ejercer la disciplina, de juzgar y apartar a los perversos. Negarse a hacerlo es convertirse en una masa leudada; y, ciertamente, Dios y la levadura no juzgada no pueden ir de la mano.

Tengamos en cuenta que hablamos de levadura no juzgada. Lamentablemente, sabemos que el mal está en cada uno de los miembros de la Asamblea; pero si es juzgado y rechazado, no contamina la Asamblea, ni interrumpe el goce de la Presencia Divina. No fue el mal en la naturaleza del hombre lo que hizo que fuera puesto fuera, sino el mal en su vida. Si hubiera juzgado y rechazado el pecado en su naturaleza, la Asamblea no habría sido llamada para juzgarlo y rechazarlo. Todo esto es tan simple como solemne. Una asamblea que se niega a juzgar el mal, en doctrina o en conducta, no es una asamblea de Dios. Puede que haya hijos de Dios en ella, pero están en una posición falsa y peligrosa; y si la asamblea persiste en negarse a juzgar el mal, ellos deberían, con firme decisión, apartarse de él. Son solemnemente llamados a hacerlo:

Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo
(2 Timoteo 2:19).

Pero hay muchos que no entienden la verdad en cuanto a la Asamblea o su disciplina, y citan Mateo 13:30 como prueba de que los perversos no deben ser apartados de la Asamblea o de la Mesa del Señor. El trigo y la cizaña –alegan– deben crecer juntos “hasta la siega”. Sí; ¿pero dónde? ¿En la Asamblea? No; sino en el campo, y “el campo es el mundo” (v. 38), no la Iglesia. Aducir que, puesto que el trigo y la cizaña deben crecer juntos en el mundo, los perversos deben ser conscientemente admitidos en la Asamblea, es colocar la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo en Mateo 13, en directa oposición a la enseñanza del Espíritu Santo en 1 Corintios 5. Por lo tanto, este argumento no puede subsistir ni un momento, sino que debe ser arrojado por la borda. Confundir el reino de los cielos en el Evangelio de Mateo, con la Iglesia de Dios en las Epístolas de Pablo, es manchar la integridad de la verdad de Dios y sumir en la confusión al pueblo del Señor. De hecho, ningún lenguaje humano podría describir adecuadamente las deplorables consecuencias de tal sistema de enseñanza. Pero esta es una digresión de nuestro tema, al que debemos regresar.

Naturaleza de la disciplina

Habiendo demostrado, a partir de las más claras afirmaciones de la Sagradas Escrituras, que la Asamblea está solemnemente obligada a juzgar a los que están dentro, y a expulsar de su seno a los perversos, procederemos ahora a considerar la naturaleza, el carácter y el espíritu de la disciplina que la Asamblea es llamada a ejercer. Nada puede ser más solemne o conmovedor que el acto de apartar a una persona de la Mesa del Señor. Es el último acto triste e ineludible de toda la Asamblea, y debe llevarse a cabo con corazones quebrantados y ojos llorosos. ¡Ay, cuán a menudo se hace lo contrario! Con qué frecuencia este tan solemne y santo deber consiste en un simple anuncio oficial de que tal persona está fuera de comunión. ¿Ha de extrañarnos que la disciplina llevada a cabo de esta manera no llegue con poder al corazón del que se ha extraviado o a la Asamblea?

¿Cómo, pues, se debe llevar a cabo la disciplina? Como se indica en 1 Corintios 5. Cuando el caso es tan evidente, tan claro –de modo que toda discusión y deliberación queda terminada, y no resta sino lugar para la acción solemne y unánime–, la Asamblea entera debe ser solemnemente convocada para ese propósito especial –pues, seguramente, es de suma gravedad e importancia ordenar una reunión especial–. En lo posible, todos deben asistir y buscar gracia para considerar el pecado como propio, descender ante Dios en un verdadero juicio propio y comer el sacrificio por el pecado. La Asamblea nunca debería ser llamada a deliberar o discutir casos, sino a actuar en simple obediencia a la Palabra del Señor. Si existiese alguna petición para discutir el caso, la Asamblea no tiene que actuar (pues rara vez, o nunca, se llegaría a un juicio unánime). El caso debe ser investigado a fondo, y todos los hechos recabados, por aquellos que cuidan los intereses de Cristo y de su Iglesia; y cuando está completamente resuelto, y las pruebas son absolutamente concluyentes, entonces toda la Asamblea está llamada a llevar a cabo, con profunda tristeza y humillación, el triste acto de apartar de su seno al perverso. Es un acto de santa obediencia al mandamiento del Señor.

No podemos sino sentir que, si la disciplina de la Asamblea se llevara a cabo con este espíritu, veríamos resultados muy diferentes. Qué diferente es esto de la lectura formal de un anuncio en el curso de una reunión ordinaria o al final de ella, anuncio que pasa a menudo inadvertido para muchos. Es una cosa completamente diferente, y que vendría acompañada de resultados muy diferentes, tanto en cuanto a la Asamblea como a la persona expulsada. Habría un sentido mucho más profundo, en todos lados, de la gravedad y solemnidad de la disciplina de la Asamblea. ¡Ah, qué necesidad urgente de esto tenemos en todas nuestras asambleas! Somos tristemente propensos a ser frívolos y triviales.

Queremos repetir y recalcar que la separación de una persona de la Mesa del Señor, así como su recepción, debe ser el acto de la Asamblea en su conjunto. Nadie tiene derecho de decirle a otro que deje de concurrir a la mesa del Señor. Si conozco a algún hermano que vive en pecado, debería tratar de ejercitar su conciencia de una manera pastoral. Debo advertirle, y tratar de conducirlo a juzgarse a sí mismo. Si persiste, debo presentar su caso ante aquellos que realmente buscan la honra de Cristo y la pureza de Su Asamblea. Entonces, si no hay esperanza, y no hay fundamento posible para la vacilación, la Asamblea debe ser convocada a actuar, y la ocasión debe servir para despertar en las conciencias de todos lo solemne que es el terreno que ocupa la Asamblea y la santidad que conviene a la casa del Señor por los siglos y para siempre (Salmo 93:5).

No podemos protestar con la fuerza suficiente en contra de la idea de que toda la Asamblea sea llamada a discutir casos de disciplina. Bien podemos decir: “La naturaleza misma ¿no os enseña” lo indecoroso de brindar los detalles de un caso de inmoralidad, por ejemplo, ante una asamblea promiscua? Es contrario a Dios y contrario a la naturaleza.

Objetivo de la disciplina

Para concluir, consideremos brevemente el objetivo de la disciplina de la Asamblea. El inspirado apóstol, en 1 Corintios 5, nos dice que el objetivo es la salvación “a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (1 Corintios 5:5). Esto es muy valioso. Es digno del Dios de toda gracia. El hombre es entregado a Satanás para la destrucción de esa cosa odiosa que provocó su humillante caída, para que su espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.

Nunca olvidemos esto. Siempre debemos estar atentos a este precioso resultado cuando alguien tiene que ser expulsado. Debemos esperar mucho en el Señor para reconocer la acción de la Asamblea por esta vía. No debemos apartar a los perversos para sacarnos de encima una vergüenza o un problema para nosotros, sino para mantener la santidad de la casa del Señor, y para la salvación final de aquellos que son expulsados.

Y aquí podemos señalar que la disciplina de la Asamblea nunca puede interferir con la unidad del Cuerpo. Algunas personas hablan de separar o cortar miembros del cuerpo de Cristo, cuando alguno es rechazado o expulsado por la Asamblea. Este es un grave error. El hombre de 1 Corintios 5 era un miembro del Cuerpo, y nada podía tocar esa bendita membresía. Fue expulsado, no porque fuera inconverso, sino porque contaminó la Asamblea. Pero la disciplina fue utilizada para la final bendición de un miembro del Cuerpo. Ningún miembro del Cuerpo puede jamás ser cortado. Todos están indisolublemente unidos a la Cabeza en el cielo, y a los miembros en la tierra, por el Espíritu Santo. “Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo” (1 Corintios 12:13).

Esto es divinamente simple y claro, y constituye además una respuesta concluyente a la declaración tan común que se hace de que si una persona es cristiana, no debe ser nunca rechazada ni expulsada por la Asamblea. Jamás se suscita una cuestión semejante. Desechar a una persona por no ser cristiana es contrario al espíritu y a la enseñanza de la Palabra de Dios. Incluso bajo la economía del Antiguo Testamento la gente no fue puesta fuera del campamento por no pertenecer a la simiente de Abraham o a los miembros circuncidados de la congregación, sino porque estaban ceremonialmente contaminados. Véase Números 5.

Pero debemos concluir este artículo con una breve respuesta a una pregunta que a menudo se plantea: ¿Tiene una asamblea hoy poder para entregar a una persona a Satanás? Esta pregunta está claramente respondida por la admirable sabiduría del Espíritu Santo en 1 Corintios 5. Pues, como si lo tuviese previsto, resume su enseñanza al final del capítulo, no dando nuevamente la orden de entregar tal persona a Satanás, sino agregando otro mandato: “Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (1 Corintios 5:13).

Esto es muy sorprendente; para que nadie vaya a plantear una objeción en cuanto al poder, el Espíritu Santo nos da claramente a entender que no es una cuestión de poder, sino de obediencia.

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P.D.: Hay una clase de disciplina presentada en 2 Tesalonicenses 3 que reclama nuestra más seria atención: “Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros… Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ese señaladlo, y no os juntéis con él, para que se avergüence. Mas no lo tengáis por enemigo, sino amonestadle como a hermano” (v. 6, 14-15).

A esto lo podríamos llamar disciplina personal en la vida privada –algo muy importante y necesario, pero ¡ay! por lo general no comprendido–. No es un caso que requiera la acción de la Asamblea, sino un trato personal fiel. El andar desordenado se refiere a un hermano que no trabaja, sino que va de un sitio a otro entrometiéndose en todo y llevando una vida de ocio. Había que amonestarlo y no juntarse con él. Ahora bien, no podemos dejar de pensar que esta forma de disciplina es muy necesaria. Hay muchos cuyos caminos, si bien no son de una naturaleza tal que requieran excomunión, exigen, sin embargo, un trato fiel: por ejemplo, personas endeudadas, que viven más allá de sus posibilidades, vestidas de manera mundana y vanidosa, impropias de un cristiano, y muchas otras cosas incompatibles con la santidad, la pureza y la solemnidad de la Mesa del Señor y de la Asamblea. Si todos estos casos fueran tratados de acuerdo con el mandato apostólico de 2 Tesalonicenses 3, creemos que sería una verdadera bendición para muchos.

No es preciso añadir que se necesita mucha gracia, mucha sabiduría espiritual, mucho de la mente de Cristo, mucha cercanía a Dios, para llevar a cabo esta clase de disciplina; pero estamos persuadidos de que merece una profunda atención de parte de los cristianos; y seguramente podemos contar con la gracia de Dios para poder obrar para él en este asunto.