Más confundido que nunca, Pilato reunió a los sacerdotes, a los gobernantes y al pueblo, y tres veces les afirmó que en Jesús no encontraba nada que fuese digno de muerte. Pero su deseo de liberarlo solo hizo aumentar la insistencia del pueblo para pedir su crucifixión. Una muchedumbre manifiesta fácilmente su cobardía y crueldad porque, escondidos en el anonimato, los más bajos instintos se dan libre curso. Aquélla lo fue aún más, siendo instigada por sus propios conductores. Finalmente sus gritos prevalecieron y, a cambio de la libertad del homicida Barrabás, lograron que Jesús fuera entregado a su voluntad. Para Pilato, hombre sin escrúpulos, una vida humana tenía menos valor que el favor del pueblo.
Entre los que acompañaron al condenado inocente, muchos sintieron compasión y lloraron. Pero la emoción no es una prueba de la obra de Dios en un corazón. Si así fuese, estas mujeres hubieran llorado por ellas mismas y por la ciudad criminal, como Jesús lo hizo (cap. 19:41). Muchas personas son tocadas sentimentalmente por la vida admirable del Señor y se indignan a causa de la injusticia cometida contra él, pero no piensan que ellas mismas también tienen, por sus pecados, una responsabilidad personal en su muerte (Isaías 53:6).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"