Era la última reunión del Maestro con sus discípulos. Pero, ¿qué hacían ellos durante este santo momento? ¡Disputaban entre sí sobre quién sería el más grande! Mas, ¡con qué paciencia y dulzura los reprendió el Señor! Por última vez les recordó (y nos recuerda a nosotros) que la verdadera grandeza consiste en servir a los demás. Y él mismo no ha cesado de hacerlo (comp. v. 27 con 12:37). Además, no les hizo ningún reproche, sino que reconoció su devoción y fidelidad: “Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas”, les dijo. Sin embargo, a estos débiles discípulos aún les sobrevendrían tentaciones que pondrían en peligro su fe. Entonces Jesús les reveló de qué manera serviría en adelante a los suyos: su intercesión precederá a las pruebas y sostendrá su fe cuando deban atravesarlas (Juan 17:9, 11, 15). Mientras él estaba con ellos, no habían tenido necesidad de nada; él cuidaba de todo y los protegía. Pero cuando los dejara, tendrían que combatir por su propia cuenta. Mas no con armas carnales (v. 38; 2 Corintios 10:4) ni “contra sangre y carne” (Efesios 6:12). Satanás, enemigo mucho más temible, se aproximó en esa hora. “Vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quién devorar” (1 Pedro 5:8).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"