La entrada en Jerusalén

Lucas 11:29-48

El camino del Señor llegaba a su término: la ciudad de Jerusalén, hacia la cual, desde el capítulo 9:51, había dirigido resueltamente su rostro sabiendo lo que le esperaba. Sin embargo, durante un momento, los discípulos pudieron pensar que su reinado iba a aparecer inmediatamente (v. 11). Jesús mostró su soberanía reclamando el asno, a fin de cumplir la profecía de Zacarías 9:9. ¿Y no hay en nuestra vida muchas cosas acerca de las cuales podríamos oír decir: “El Señor lo necesita”? (v. 34). Al son de las aclamaciones de la muchedumbre de sus discípulos, el Rey hizo su entrada majestuosa en la ciudad. Pero, en contraste con esta alegría, los fariseos mostraron su indiferencia hostil (v. 39). En verdad, las piedras serían más dóciles a la acción del poder divino que el corazón endurecido del desgraciado pueblo judío. Al ver la ciudad, Jesús lloró sobre ella. Sabía cuáles iban a ser las trágicas consecuencias de su ceguera. Veía ya a las legiones de Tito, cuarenta años más tarde, asediando la ciudad culpable (Isaías 29:3-6). ¡Escenas indescriptibles de masacres y destrucción seguramente pasaron ante sus ojos!

Después, entrando en la ciudad y en el templo, consideró con no menos pena el comercio que lo llenaba y, con una santa energía, lo hizo cesar (comp. Ezequiel 8:6).

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"