La hipocresía que caracterizaba a los fariseos también podía, bajo otro aspecto, transformarse en un gran peligro para los discípulos. Los que seguían a Jesús podían esconder, a los ojos del mundo, su relación con el Señor. Por lo cual él, en presencia de la gente, daba ánimo a los suyos para que lo confesasen abiertamente ante los hombres, sin temor a las consecuencias. Sabemos que, en efecto, los cristianos de los primeros siglos tuvieron que afrontar terribles persecuciones. Con ternura el Señor preparaba a sus amigos (v. 4) para esos días difíciles, y dirigía sus pensamientos hacia el Padre celestial. Dios, que tiene cuidado hasta de un pajarillo de ínfimo valor, ¿no tendría cuidado de sus hijos en las pruebas? Y, además, para el testimonio que deberían dar, no tendrían que atormentarse: el Espíritu Santo les dictaría las palabras.
En nuestros días, en la mayoría de los países, los creyentes no son maltratados ni sentenciados a muerte por causa de su fe. Pero si son fieles, muchas veces serán odiados y menospreciados por el mundo, cosa siempre difícil de soportar. Por lo tanto, estas exhortaciones y las promesas que las acompañan también son para nosotros. Pidamos al Señor que nos dé más valor para confesar su Nombre.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"