Los discípulos se asombraron al ver qué lugar ocupaba la oración en la vida de su Maestro. Hagamos como ellos. Pidamos al Señor que nos enseñe a orar. ¿Se trata de recitar algunas frases aprendidas de memoria? La parábola de los dos amigos nos enseña, por el contrario, a expresar cada necesidad de una manera simple y precisa: “Amigo, préstame tres panes…” (v. 5). Tal vez sea una necesidad espiritual que sentimos y que, por así decirlo, viene a llamar a la puerta de nuestro corazón. Cuidémonos de rechazarla; tratémosla, más bien, como un amigo que llega de viaje (v. 6). Pero, ¿no tenemos nada que presentarle? Entonces, volvámonos hacia el Amigo divino, sin temor a importunarlo. En su amor, Dios se complace en responder a sus hijos, y nunca los decepciona. Mas si en nuestra ignorancia y falta de sabiduría le pedimos “una piedra”, él sabe cambiar nuestra petición en “buenas dádivas”.
Hasta que el hombre haya encontrado al Señor Jesús, es tan mudo para Dios como el endemoniado del versículo 14. El cristiano, aquel que ha sido salvado por Cristo, habiendo recibido por su conversión el don del Espíritu Santo (comp. v. 13), puede libremente elevar su voz en alabanza y oración. Hagamos uso de este privilegio.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"