El rico de la parábola había amontonado tesoros para sí mismo (v. 21) y perdió todo, incluso su alma. Aquí el Señor revela a sus discípulos un medio para hacer tesoros sin ningún riesgo de perderlos: dar limosna, compartir sus bienes, lo cual viene a ser una segura inversión en el banco del cielo (v. 33; comp. 18:22). El corazón se apegará entonces a los tesoros celestiales y esperará más ardientemente la venida del Señor (léase 1 Pedro 1:4). Jesús viene. ¿Esta esperanza tiene sus consecuencias prácticas en nuestra vida, es decir, nos aparta de un mundo que pronto abandonaremos, nos purifica “como él es puro” (1 Juan 3:3), nos llena de celo en el servicio hacia las almas y nos regocija? Pensemos también en el gozo de nuestro amado Salvador cuyos afectos serán colmados. Él se complacerá en recibir y servir personalmente en el festín de la gracia a los que le hayan servido y esperado en la tierra (v. 37). Entonces el “mayordomo fiel y prudente” recibirá su recompensa, y el siervo que no haya obrado según la voluntad de su Señor, aun conociéndola (v. 47; Santiago 4:17), recibirá su solemne castigo. “A todo aquel a quien se haya dado mucho…”. Hagamos la cuenta de todo lo que hemos recibido y saquemos nuestra conclusión.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"