Es fácil declarar: “Señor, te seguiré adondequiera que vayas” (v. 57). Pero Jesús no ha escondido lo que significa seguirlo, pues los más grandes obstáculos no están en el camino sino en nuestro corazón; y para ayudarnos a descubrirlos, el Señor pasa revista a sus rincones más secretos. El amor a nuestro bienestar (v. 58), tal o cual conveniencia, afecto o costumbre (v. 59, 61) podría tomar rápidamente el lugar de la obediencia que debemos a Cristo y conducirnos inevitablemente a remordimientos, miradas hacia atrás y, tal vez, a un humillante abandono final.
En el capítulo 10 vemos que Jesús designó a 70 obreros y él mismo los mandó a la siega. Les dio sus instrucciones y los envió “como corderos en medio de lobos” (v. 3), pues debían manifestar los caracteres de humildad y dulzura de Aquel que era el Cordero en medio de los mismos lobos. Hoy, al igual que entonces, hay pocos obreros. Supliquemos, pues, al Señor de la gran siega (2 Tesalonicenses 3:1) que envíe más. Él se encargará de designar, formar y enviar a nuevos obreros. Sin embargo, para poder pedirlo con fervor y sinceridad, tengo que estar dispuesto a aceptar que el Señor me designe a mí.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"