Por segunda vez Jesús estaba invitado a la mesa de un fariseo (comp. 7:36). Y aquí, otra vez, su anfitrión se permitió criticar al Señor. Entonces, en un discurso vehemente, el que conoce los corazones denunció la maldad y la hipocresía de esta clase responsable del pueblo. Dándose una piadosa apariencia a los ojos de los hombres, estos fariseos y doctores de la ley escondían un estado interior de corrupción y muerte, como un sepulcro sobre el cual se pisa sin darse cuenta.
¿Quién osaría jamás hablar tan severamente a alguien que lo ha invitado? Pero, según el testimonio de los mismos fariseos, Jesús era amante de la verdad, no se cuidaba de nadie porque no miraba las apariencias de los hombres (Mateo 22:16). ¡Qué ejemplo para nosotros, pues sabemos cuidar muy bien nuestra reputación por medio de palabras amables, pero a menudo poco sinceras! Esta pretendida cortesía, pero en el fondo una prueba de falsedad y formalismo, era lo que Jesús condenaba en los fariseos.
No pudiendo contradecir al Señor, sus adversarios trataban de sorprenderle en alguna falta. Algunas expresiones del Salmo 119 nos muestran sus oraciones mientras sufría tal oposición: “Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos, porque siempre están conmigo” (Salmo 119:98, 110, 150…).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"