Hasta el “bautismo” de su muerte, Jesús estuvo angustiado. La cruz era necesaria para que su amor pudiera expresarse plenamente y hallara eco en los corazones de los hombres. Su venida fue una prueba para ellos. En el seno de las familias cuyos miembros anteriormente se encontraban unidos en la impiedad, sería recibido por unos y rechazado por otros. ¡Cuántos hogares se parecen al que se describe aquí! (v. 52-53).
Después el Señor se dirige nuevamente a los judíos “hipócritas”, y lo hace con un verdadero amor por sus almas (v. 56). No nos extrañemos de la dureza que a veces revisten sus palabras, la que se impone por la propia dureza del corazón humano. Es necesario un martillo de hierro para romper la piedra (Jeremías 23:29). Israel había provocado la ira de Dios, quien vino a ser su “adversario” (v. 58). En el tiempo de Jesús, Dios estaba en Cristo ofreciendo la reconciliación a su pueblo, pero este la rechazó y se resistió a discernir las señales que anuncian el juicio (v. 56). Aún hoy, antes que tenga que obrar como Juez inexorable, Dios ofrece la reconciliación a todos los hombres. En el capítulo 13 versículos 1-5 Jesús evoca dos acontecimientos recientes y solemnes y se sirve de ellos para exhortar a sus oyentes al arrepentimiento. “Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:20).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"